martes, 23 de febrero de 2021

El fuego se acerca cada vez más al barril de pólvora

 


Uno de estos días (más temprano que tarde, según me parece) veremos circular en Internet la siguiente noticia: “Policías y esbirros de civil son ajusticiados en un barrio pobre de La Habana, al estilo de Fuenteovejuna”. Con toda seguridad, el redactor de la noticia contará que el hecho tuvo lugar cuando los represores abusaban de mujeres y hombres indefensos. Y añadirá que nadie pudo distinguir, dentro del molote, la mano o las manos que aplicaron justicia anónimamente, como en la proverbial tragedia de Lope de Vega.

Es de prever que ese episodio sea el detonante para que se repitan otros similares. Y otros…

No estoy seguro (¿quién podría estarlo?) de que tales conatos de rebelión popular derriben a la ya más que sofocada, pero aún sofocante dictadura castrista. Lo que sí resulta incuestionable es que un acontecimiento de ese tipo marcaría irreversiblemente el fin de la sexagenaria historia de su impunidad, sus atropellos y sus burlas al mundo civilizado.

No soy de los que confían en el desplome de la dictadura castrista por efecto dominó, después que hayan caído las de Venezuela y Nicaragua. Tampoco creo que caiga como resultado de las medidas económicas que le aplique el gobierno estadounidense, por duras que sean. Sin embargo, me parece que el detonador para un cambio radical sí podría ser ese inicio de rebeliones espontáneas de la gente contra las fuerzas represivas, y ahora además impulsadas por la desesperación ante las nuevas carencias que contrae el eufemístico “período coyuntural”. No es en modo alguno deseable (al menos para mí no lo es) que la posible solución dependa de una masacre a la población inocente, pero tal y como van las cosas, quizá no quede otro remedio que aceptar lo evidente. Con tristeza.

A diferencia de tiempos atrás, a la camarilla gobernante no le basta ya con los discursos esperanzadores ni los golpes de efecto populista. Sus viejos argumentos sucumbieron entre el dicho y el hecho. La pérdida de credibilidad ha venido minándoles como uno de esos cánceres que se expanden silenciosamente por el organismo hasta desembocar en metástasis. Ni siquiera las acciones intimidatorias les reportan hoy los resultados habituales.

Es fácil comprobar el modo en que (contradiciendo la antigua demagogia fidelista) los policías se aceptan a sí mismos como represores y no como defensores del pueblo. Saben que en cada ciudadano de los barrios pobres tienen un enemigo, sea más o menos activo. Y a diario se evidencia en las calles que han recibido órdenes de silenciarlos a la fuerza.

En tanto, los ciudadanos demuestran ya tener claro que la única función de la policía es reprimirles. Así que en forma gradual, pero creciente a ojos vista, han comenzado a revirarse.

Es imposible predecir cuándo tendría lugar la explosión, pero hay dos detalles que al menos para mí quedan fuera de toda duda: 1) el barril de pólvora está llegando al tope en los barrios más menesterosos tanto de La Habana como del interior de la Isla. 2) todo parece anunciar que el fuego para la mecha lo aportará la gente en masa y de modo espontáneo, sin necesidad de un comandante en jefe, ni de caudillos carismáticos, a Dios gracias.

Para que haya vida, para que haya patria, tiene que haber libertad

 


Inspirado en el entrañable personaje de Pánfilo, hace ya once años esta especie de poema paródico, en momentos en que ofrendábamos nuestro ocio por su libertad.

“Porque cuando la vida se te va buscando jama / ya no es vida / porque cuando te condenan por querer jamarte algo / no hay quien viva”.

Insisto, el hambre o muerte ha sido y es un instrumento de la robolución cubana -de ahí que el “Patria o muerte” seudoabastecedor insinúe un “Cuota o suerte” seudoadministrativo-, como las colas, Alpidio Alonso, el NTV, el Ministerio del Interior, las tripas, la claria, los chivatones, la moringa, Abel Prieto, las brigadas de respuesta rápida, el picadillo de soya, la vaca enana y un largo y oprobioso etcétera.

Es preciso recordar que la dictadura mantiene a la gente ocupada buscando jama para que no se le ocurra liberarse. Esta relación enfermiza entre el Poder y el Pueblo -que incluye, cómo no, el secuestro estatal de los medios de producción, la comida en dólares, los salarios en pesos y la libreta de racionamiento- tiene que acabar.

Para que haya vida, para que haya patria, tiene que haber jama.

Para que haya jama, para que haya Cuba, tiene que haber libertad.