domingo, 12 de diciembre de 2021

Covid-19: los Derechos Humanos quedaron torcidos


Con poco más de 70 años de vigencia de la declaración universal de los derechos humanos, adoptada el 10 de diciembre de 1948, la crisis mundial del 2020 puso en primer plano que los derechos humanos en la teoría son fabulosos pero en la realidad están bastante torcidos.
La pandemia Covid-19, como cualquier crisis a gran escala, puso en jaque el acceso básico de las personas a los instrumentos establecidos en los países sobre la protección de los derechos humanos, haciendo crujir -a nivel global-las estructuras de las agencias como OEA, ONU y sus correlatos subregionales Mercosur, SICA, Región Andina, etc..

Las instituciones prestadoras de servicios y los ríos de tinta escritos que garantizan acuerdos y declaraciones de alcance internacional sobre cómo respetar la vida, se vieron cuestionados, no sólo desde la obviedad que implica para el derecho a la vida la aparición repentina de un virus que puso sobre la mesa lo endeble de nuestro sistema sanitario sino también, en forma quizás más indirecta pero igual de grave, la comprobación de la fragilidad en la protección de otros derechos.

La declaración universal de los derechos humanos, adoptada el 10 de diciembre de 1948, es un documento proclamado en el marco de las Naciones Unidas.

Este documento enumera 30 artículos que describen los derechos fundamentales que los Estados se comprometen a preservar para todos los humanos, más allá de su lugar de origen o residencia.

Con poco más de 70 años de vigencia, aún teniendo en cuenta que cualquier persona que comulgue con valores mínimos de respeto a la humanidad comprende la obviedad de lo que el tratado detalla, la crisis mundial del 2020 puso en primer plano algo que en realidad es bastante obvio: los derechos humanos en la teoría son fabulosos pero en la realidad estos derechos están bastante torcidos.

El acceso a la salud, al trabajo, a la seguridad personal, a la información, a la educación y la libre circulación se vieron bastante golpeados a nivel mundial. Si bien pre-pandemia más de la mitad de la población mundial podía alegar que no le eran respetados el 100% de los 30 derechos, el Covid-19 se metió -sin mucho esfuerzo- incluso con ese porcentaje que podía considerarse “privilegiado”.

Indistintamente del país de origen, raza, clase socio-económica, opción sexual, nivel de estudios o estado de salud, un virus apareció para desenmascarar una verdad dolorosa pero indiscutible: la humanidad no pasó su verificación técnica de derechos humanos. Por el contrario, en algunos casos, hemos sido tristes pioneros del encierro a remeros, runners, ciclistas y hasta ciudades enteras sometidas al arbitrio de las decisiones gubernamentales, como vimos y sufrimos.

La paises pueden enumerar sus errores, transformados en horrores por el inverosímil manejo arbitrario de la estrategia gubernamental, que agravaron la crisis sanitaria; el aumento descomunal de desempleo; la poca espalda financiera para atender la necesidad de asistencia básica; la miseria de los sueldos para el personal de salud y la sobre-exigencia no valorada; el incomprensible ataque al derecho a aprender cerrando escuelas, el peligrosísimo estímulo subliminal a violar las normas y el preocupante derivado de no respeto a las instituciones gubernamentales; el favoritismo para el acceso a las vacunas; la falta de información real sobre riesgos biológicos; la desinformación absoluta sobre los efectos secundarios de las vacunas disponibles; el monopolio estatal sobre el acceso a las vacunas; la falta de estudios sobre la inmunidad; la incapacidad de cubrir el acceso a tecnología y, por ende, a educación a gran parte de la población; la imposición indirectamente obligada a la vacunación, producto de la estrategia de encierro sin participación ciudadana, para generar principios de responsabilidad que no pongan en tela de juicio la estrategia de vacunación, estas políticas erráticas internacionales, han puesto en debate derechos humanos que suponemos consolidados, abriendo dudas sobre estrategias sanitarias cuestionadas que dificultan saber hacia dónde ir con las vacunas covid, discutiendo libertades individuales versus responsabilidades colectivas, pasando a segundo plano un importante éxito, que ya no discute el calendario obligatorio de vacunas que han mostrado su éxito, por ejemplo, en la erradicación de enfermedades como al poliomielitis.

Todo queda inestable cuando los gobiernos dudan o mienten.

La primera víctima de violación en el resguardo de derechos, son los derechos humanos. Lo vemos en la obstaculización de la libre circulación a más de un año de la declaración de emergencia, o la inexplicable muestra de insensatez que vimos días pasados. Estos pocos ejemplos son solo algunos de los detonantes de la destrucción silenciosa, a modo de implosión, de los derechos humanos en los países.

Pero el esfuerzo de resistencia en busca de la libertad, también ha mostrado ejemplos valerosos en todo el mundo y también en estas tierras.

Hay una premisa que aprendí de Nelson Mandela, a quien considero el más grande líder que ha dado Sudáfrica y que comparto aquí para que nos sirva de guía: Deja que la libertad reine…

Allí está el sendero que podemos compartir, hoy y siempre.

Día Internacional de los Derechos Humanos: los dolores que quedan, las libertades que faltan

A 73 años de aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, los desafíos son aún mayores. Las vulneraciones a los derechos humanos se multiplican, y hacen indispensable pensar nuevas capacidades estatales.
El 10 de diciembre se conmemora el Día Internacional de los Derechos Humanos. Hace 73 años se aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como prenda de consenso internacional respecto a lo imperioso de dejar atrás la experiencia del Holocausto.

Han pasado más de 7 décadas, y los desafíos son aún mayores. Las sociedades se han complejizado y la desigualdad se ha propagado con extrema violencia. Asistimos a un planeta profundamente desequilibrado, en el que un puñado de varones y mujeres acumulan mucho, y las grandes mayorías ven la obscenidad con la ñata pegada al vidrio.

Un sistema global de destrucción compulsiva del ambiente, con imágenes que permiten hablar de ecocidios planificados. Una lógica de alteración de biomas que pone en tensión la subsistencia de la especie. A ello se añaden las dinámicas de conflictos armados que aún asedian a poblaciones enteras.

Como consecuencia de ello irrumpieron las migraciones compulsivas. Personas que tiran la moneda al aire y se echan en un bote al mar, o atraviesan desiertos mientras intentan eludir las razias dirigidas a deportarlas. Personas con niños a sus espaldas, que pretenden dejar la miseria atrás. Que buscan una pizca de buena suerte en el horizonte.

A este marco, se añade un sistema financiero internacional completamente desregulado, y organismos multilaterales de crédito, como el Fondo Monetario Internacional, que pretenden condicionar los procesos de desarrollo locales y regionales, a partir de la imposición de programas ortodoxos cuyo naufragio se puede constatar revisando la historia reciente.

Por último, cada uno de las afrentas a la dignidad se tornan todavía más profundas si atendemos a dimensiones interseccionales. Sexo/genéricas, de raza, etnia, religión, origen nacional, posición económica, entre otras. Prácticas y discursos patriarcales, diatribas xenófobas, son parte de nuestra cotidianidad. Frente a ello… ¿Qué queda?

En principio, aunque parezca mínimo, no anestesiarnos. No generar anticuerpos. Indignarnos con cada imagen que reproduzca dolor o sufrimiento. Identificarnos con las personas cuyos derechos están siendo vulnerados. Entender que, al decir de Eleanor Roosevelt en 1948, los derechos humanos hacen sentido en el mundo de cada persona, en el barrio, el trabajo, la universidad u oficina. Es en esos lugares en los que cada subjetividad aspira a que se reconozca igual justicia, igual oportunidad, igual dignidad, sin discriminación alguna.

Exigir al Estado y del Estado el pleno reconocimiento y plena vigencia de los derechos humanos. Requerir leyes, programas, presupuestos con perspectiva de derechos. Bregar por un Poder Judicial que comprenda los paradigmas y estándares en materia de promoción y protección de los derechos humanos, que abandone su posición de ámbito contra-mayoritario para comprender que, en cada decisión, en cada sentencia hay cientos de miles de personas que aguardan justicia e igualdad.

Caminar por la distribución del ingreso. Por la justicia social, la justicia ecológica y la justicia antipatriarcal. Levantar las banderas de la paz, y denunciar los enclaves coloniales que hoy subsisten, en pleno siglo XXI, y que constituyen una afrenta al derecho humano al desarrollo de los pueblos.

De eso se trata. Por eso caminamos. Por Eso conmemoramos. Porque falta mucho, muchísimo por hacer para, como establece el preámbulo de la Declaración Universal, construir un mundo libre del temor y la miseria.