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domingo, 21 de junio de 2020

MUJERES QUE CUIDAN.. Hay una lección de género que sacar de esta pandemia



Qué es el coronavirus (COVID-19): síntomas, nuevos tratamientos y ...

En diversos países del mundo, las ciudadanas y los ciudadanos salen a aplaudir a quienes se hacen cargo del cuidado en tiempos de coronavirus. Son, en su mayoría, mujeres. Hay una lección de género que sacar de esta pandemia.

Una auxiliar de ayuda a domicilio en Madrid o una enfermera en Nueva York o una doctora en Chile. Una teleoperadora que trabaja desde su casa mientras cuida a sus hijos. Una trabajadora del hogar inmigrante y una trabajadora de la logística en Italia. Mujeres que ponen el cuerpo en la primera línea del combate contra la pandemia y la crisis social.

«Somos las grandes olvidadas», dice Isabel Calvo, auxiliar de ayuda a domicilio en Madrid. 

Son miles las mujeres que, como ella, salen cada día a trabajar en tiempos de cuarentena, porque no pueden dejar sin servicio a personas enfermas o mayores. «En una jornada completa podemos llegar a ver a seis usuarios, los ayudamos con las actividades básicas de la vida, el aseo, la comida, una cita de un médico, recoger un poquito la casa». 

Sin embargo, aunque están en contacto estrecho con personas en riesgo, no reciben la protección adecuada por parte de las empresas empleadoras. En los últimos días, Calvo ha tenido que contactar personalmente a diferentes asociaciones para conseguir material de protección, mascarillas o batas. «Parece que tiene que suceder, ojalá que no, la muerte de alguna compañera para que esto se visibilice, que se ponga en el mapa». 

16 Claves para frenar el Coronavirus | UniandesY aunque ellas actúan como una barrera protectora para que muchos casos no lleguen a la sanidad pública, nadie las cuida. «Necesitamos protección, para poder proteger a los demás», asegura.
Tre Kwon es enfermera en el Hospital Mount Sinai de Nueva York. Junto con sus compañeras, personal sanitario y de limpieza, han creado el Grupo de Trabajadoras de Primera Línea del Covid-19, una especie de escudo humano para sortear la tormenta que se desata sobre las salas de emergencia cada día. Mientras Donald Trump declara en los medios que «estamos todos juntos en esto», Tre Kwon piensa algo muy distinto. «Somos nosotras las que ponemos nuestros cuerpos en la línea de frente. Somos las que ponemos en riesgo a nuestras familias y a nosotras mismas en el trabajo». Ella tiene una beba de tres meses y había ahorrado algún dinero para poder tomarse una licencia maternal, pero al ver por televisión la gravedad de la crisis decidió volver al hospital junto a sus compañeras y compañeros. Enfermeras y personal médico de Nueva York, California, Missouri y Texas están protestando por la «falta de preparación» de los hospitales para enfrentar la pandemia en el país más poderoso del mundo.

Las trabajadoras del hogar y los cuidados son un sector totalmente feminizado, que ocupa a más de 700.000 personas en España. La mayoría son migrantes y una parte importante trabaja como internas, en la economía sumergida y en situación irregular, debido a los requisitos de la Ley de Extranjería, que no son fáciles de cumplir. En la última semana, el gobierno calificó a este sector como parte de los servicios esenciales si tienen a su cargo el cuidado de personas enfermas o mayores.

Marina Díaz lleva 13 años como trabajadora del hogar y pertenece a la Red de Hondureñas Migradas. «Con esta crisis sanitaria, económica y social estamos sufriendo mucho más la precariedad y vulnerabilidad, debido a que las medidas tomadas por el gobierno no son las suficientes». La situación se agrava, ya que no reciben insumos de protección para evitar los contagios. «El subsidio extraordinario aprobado por el gobierno no cubrirá a todas las trabajadoras del hogar y los cuidados y además se tardará para poder obtener esa ayuda, pero la crisis la estamos viviendo ya», explica. Díaz hace una pregunta simple: «Dicen que somos esenciales, que sostenemos la vida y la economía y facilitamos a personas, principalmente mujeres, que puedan trabajar fuera de sus hogares. ¿Entonces por qué no tenemos los mismos derechos que los demás trabajadores de España? ¿Qué es lo que impide la entrada al Régimen General de la Seguridad Social?».

Maddy era una trabajadora inmigrante, empleada en la empresa DHL de Piacenza, cerca de Milán. Estaba organizada junto al sindicato de base Si-Cobas y participó de las huelgas que se desataron en el norte de Italia para exigir condiciones de protección sanitaria y el cierre de las empresas no esenciales cuando empezó la cuarentena. Falleció el 24 de marzo, después de contagiarse coronavirus. Sus compañeras y compañeros de trabajo prometen no olvidarla. El lema de muchas de estas huelgas era «Nuestra salud, antes que sus ganancias». Cuando se tiene que ir a la huelga para no morir, es que hay un sistema que merece perecer.

La pandemia, con epicentro en Italia, España y Estados Unidos, ha puesto al desnudo las profundas contradicciones del capitalismo patriarcal, donde los trabajos de cuidados y los empleos más precarios siguen recayendo en las mujeres. Durante las décadas de ofensiva neoliberal se desplegaron múltiples tendencias que aumentaron como nunca el entrelazamiento de los agravios de clase, género y racismo para las mujeres trabajadoras.

Mientras el Estado recortaba drásticamente los presupuestos de salud, educación y servicios sociales –preparando así el colapso del sistema sanitario ante pandemias como la actual–, se incentivó la expansión de empresas privadas en estos sectores, que emplean trabajo femenino, precario y sin derechos. Al mismo tiempo, el ingreso en el mundo laboral de millones de mujeres en todo el planeta, especialmente en los países más ricos, supuso un aumento de la demanda de mano de obra de mujeres migrantes, tercerizando el trabajo del hogar como trabajo asalariado.

Pero la mayor feminización de la fuerza laboral no implicó una reducción de la carga del trabajo doméstico en los hogares para gran parte de las mujeres. Y en esta crisis, esa contradicción también estalla. ¿Cómo combinas el teletrabajo con cuidar a tus hijos durante todo el día? ¿O cómo cuidas adecuadamente a tu familia, si has sido despedida y tienes que elegir entre pagar el alquiler o comprar comida?

Si la conciliación familiar ya era una tarea titánica para la mayoría de las mujeres en tiempos «normales», qué decir cuando tienes que sortear la presión de los jefes y el cuidado de los niños, al mismo tiempo, dentro de las cuatro paredes del hogar. ¿Y qué ocurre cuando no se puede establecer un espacio físico de teletrabajo separado del resto de la familia, en pequeños pisos sin condiciones adecuadas?
EAPN - ES alerta del impacto del COVID-19 en las personas en ...
La crisis múltiple que estamos atravesando (crisis sanitaria, económica, geopolítica y social) desvela la barbarie de un sistema capitalista patriarcal que no puede asegurar ni siquiera la atención médica a gran parte de la población, donde algunas corporaciones capitalistas se lucran con la producción e investigación de vacunas, mientras se trata a las personas mayores o las que están enfermas como material descartable. Un sistema que se encamina hacia una probable depresión y que intentará, una vez más, reconstruir el ciclo de acumulación sobre los cuerpos cansados y explotados de las mujeres y el conjunto de la clase trabajadora, a costa de la vida de millones.

Pero algo está cambiando. Cuando miles de personas aplauden desde sus balcones a las enfermeras y al personal médico, cuando se viraliza un video en el que aplauden a las limpiadoras de un hospital, cuando alguien le agradece a la cajera de un supermercado, está empezando a coger fuerza una idea: podemos vivir sin banqueros, sin grandes empresarias que rompan los techos de cristal, pero no podemos vivir sin las trabajadoras del campo, sin las que cuidan a niños y ancianos, sin las que producen nuestros alimentos y nuestra ropa. Una vez que esta idea prenda, será difícil apagar el fuego.

by REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ.

Un mundo post-coronavirus


Quisiera en este artículo contribuir a estos grandes debates, con una reflexión que propone avanzar de modo precario en algunas lecciones que nos ofrece la gran pandemia y bosquejar alguna hipótesis acerca del escenario futuro posible.

Es necesario asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas también en la agenda política. Esto nos ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad, la crisis climática, y a pensar en un gran pacto ecosocial y económico.

Pandemias hubo muchas en la historia, comenzando por la peste negra en la Edad Media y pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Se estima que entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 y 90 millones de personas. Más recientemente, todos evocan la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH / sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus, 2015) y ahora el Covid-19.

Sin embargo, nunca vivimos en estado de cuarentena global, nunca pensamos que sería tan veloz la instalación de un Estado de excepción transitorio, un Leviatán sanitario, por la vía de los Estados nacionales. En la actualidad, casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio. 

Por un lado, se cierran fronteras externas, se instalan controles internos, se expande el paradigma de la seguridad y el control, se exige el aislamiento y el distanciamiento social. 

Por otro lado, aquellos que hasta ayer defendían políticas de reducción del Estado hoy rearman su discurso en torno de la necesaria intervención estatal, se maldicen los programas de austeridad que golpearon de lleno la salud pública, incluso en los países del Norte global...

Resulta difícil pensar que el mundo anterior a este año de la gran pandemia fuera un mundo «sólido», en términos de sistema económico y social. El coronavirus nos arroja al gran ruedo en el cual importan sobre todo los grandes debates societales: cómo pensar la sociedad de aquí en más, cómo salir de la crisis, qué Estado necesitamos para ello; en fin, por si fuera poco, se trata de pensar el futuro civilizatorio al borde del colapso sistémico.

La vuelta del Estado y sus ambivalencias: el Leviatán sanitario y sus dos caras.

Reformulando la idea de Leviatán climático de Geoff Mann y Joel Wainwright, podemos decir que estamos hoy ante la emergencia de un Leviatán sanitario transitorio, que tiene dos rostros. Por un lado, parece haber un retorno del Estado social. Así, las medidas que se están aplicando en el mundo implican una intervención decidida del Estado, lo cual incluye desde gobiernos con Estados fuertes –Alemania y Francia– hasta gobiernos con una marcada vocación liberal, como Estados Unidos. 

La situación es de tal gravedad, ante la pérdida de empleo y los millones de desocupados que esta crisis generará, que incluso los economistas más liberales están pensando en un segundo New Deal en el marco de esta gran crisis sistémica. A mediano y largo plazo, la pregunta siempre es a qué sectores beneficiarán estas políticas. Por ejemplo, Donald Trump ya dio una señal muy clara; la llamada Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica contra el Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés) es un paquete de estímulos de dos billones de dólares para, entre otros objetivos, rescatar sectores sensibles de la economía, entre los cuales está la industria del fracking, una de las actividades más contaminantes y más subsidiadas por el Estado.

Por otro lado, el Leviatán sanitario viene acompañado del Estado de excepción. Mucho se escribió sobre esto y no abundaremos. Basta decir que los mayores controles sociales se hacen visibles en diferentes países bajo la forma de violación de los derechos, de militarización de territorios, de represión de los sectores más vulnerables. En realidad, en los países del Sur, antes que una sociedad de vigilancia digital al estilo asiático, lo que encontramos es la expansión de un modelo de vigilancia menos sofisticado, llevado a cabo por las diferentes fuerzas de seguridad, que puede golpear aún más a los sectores más vulnerables, en nombre de la guerra contra el coronavirus.

Una pregunta resuena todo el tiempo: ¿hasta dónde los Estados tienen las espaldas anchas para proseguir en clave de recuperación social? Esto es algo que veremos en los próximos tiempos y a este devenir no serán ajenas las luchas sociales, esto es, los movimientos desde abajo, pero también las presiones que ejercerán desde arriba los sectores económicos más concentrados.

Por otro lado, es claro que los Estados periféricos tienen muchos menos recursos, ni que hablar Argentina, a raíz de la situación de cuasi default y de desastre social en que la ha dejado el último gobierno de Mauricio Macri. 

Ningún país se salvará por sí solo, por más medidas de carácter progresista que implemente. Todo parece indicar que la solución es global y requiere de una reformulación radical de las relaciones Norte-Sur, en el marco de un multilateralismo democrático, que apunte a la creación de Estados nacionales en los cuales lo social, lo ambiental y lo económico aparezcan interconectados y en el centro de la agenda.

Las crisis como aprendizajes para no caer en falsas soluciones

La pandemia pone de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la concentración de la riqueza que existe en el planeta. Esto no constituye una novedad, pero sí nos lleva a reflexionar sobre las salidas que han tenido otras crisis globales. En esa línea, la crisis global que aparece como el antecedente más reciente, aun si tuvo características diferentes, es la de 2008. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales. También persiste como el peor recuerdo en cuanto a la resolución de una crisis, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Salvo excepciones, los gobiernos organizaron salvatajes de grandes corporaciones financieras, incluyendo a los ejecutivos de estas, que emergieron al final de la crisis más ricos que nunca.

Así, en términos sociales y a escala mundial, la reconfiguración fue regresiva. Suele decirse que la economía volvió a recuperarse, pero el 1% de los más ricos pegó un salto y la brecha de la desigualdad creció. Recordemos el surgimiento del movimiento Occupy Wall Street, en 2011, cuyo lema era «Somos el 99%». Millones de personas perdieron sus casas en el mundo y quedaron sobreendeudados y sin empleo, la desigualdad se profundizó, los planes de ajuste y la desinversión en salud y educación se expandieron por numerosos países, algo que ilustra de manera dramática un país como Grecia, pero que se extiende a países como Italia, España e incluso Francia. En vísperas del Foro de Davos, en enero de 2020, un informe de Oxfam consignaba que de solo «2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (60% de la población mundial)». En términos políticos globales, produjo enormes movimientos tectónicos, ilustrados por la emergencia de nuevos partidos y liderazgos autoritarios en todo el mundo: una derecha reaccionaria y autoritaria, que incluye desde el Tea Party hasta Donald Trump, desde Jair Bolsonaro hasta Scott Morrison, desde Matteo Salvini hasta Boris Johnson, entre otros.

Por otro lado, si hasta hace pocos años se consideraba que América Latina marchaba a contramano del proceso de radicalización en clave derechista que hoy atraviesan parte de Europa y Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo, hay que decir que, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región, sobre todo luego de la emergencia de Bolsonaro en Brasil y el golpe en Bolivia. A esto hay que añadir que América Latina, si bien sobrevivió en pleno «Consenso de los Commodities» a la crisis económica y financiera de 2008 gracias al alto precio de las materias primas y la exportación a gran escala, poco logró conservar de aquel periodo de neoextractivismo de vacas gordas. En la actualidad, continúa siendo la región más desigual del mundo (20% de la población concentra 83% de la riqueza), es la región donde se registra un mayor proceso de concentración y acaparamiento de tierras (gracias a la expansión de la frontera agropecuaria), además de ser la zona del mundo más peligrosa para activistas ambientales y defensores de derechos humanos (60% de los asesinatos a defensores del ambientes, cometidos en 2016 y 2017, ocurrieron en América Latina) y, por si fuera poco, es la región más insegura para las mujeres víctimas de femicidio y violencia de género.

Así, la resolución de la crisis de 2008 y sus efectos negativos se hacen sentir hoy con claridad. Estas salidas, que acentuaron la concentración de la riqueza y el neoliberalismo depredador, deben funcionar hoy como un contraejemplo eficaz y convincente para apelar a propuestas innovadoras y democráticas que apunten a la igualdad y la solidaridad. Al mismo tiempo, deberían hacernos reflexionar acerca de que ni siquiera aquellos países del Sur que durante el «Consenso de los Commodities» sortearon la crisis y aprovecharon la rentabilidad extraordinaria a través de la exportación de las materias primas, utilizando las recetas del neoextractivismo, funcionaron ni pueden presentarse como la encarnación de un modelo positivo.

Ocultamiento de las causas ambientales e hiperpresencia.

Anteriormente afirmé que la reconfiguración social, económica y política después de la crisis de 2008 fue muy negativa. Quisiera ahora detenerme un poco en las causas ambientales de la pandemia. Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos. Todo eso es muy preocupante.

¿Acaso alguien escuchó en algun discurso alguna alusión a la problemática ambiental que está detrás de esto?

¿Escucharon en las últimas semanas gracias a la férrea política preventiva y a su permanente contacto y toma de decisiones con un comité de expertos, haya hablado alguna vez de las causas socioambientales de la pandemia? 

Las causas socioambientales de la pandemia muestran que el enemigo no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado. Si hay un enemigo, es este tipo de globalización depredadora y la relación instaurada entre capitalismo y naturaleza. 

Aunque el tópico circula por las redes sociales y los medios de comunicación, no entra en la agenda política. Esta «ceguera epistémica» –siguiendo el término de Horacio Machado Aráoz– tiene como contracara la instalación de un discurso sin precedentes.

La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial atraviesan los discursos, desde Macron y Merkel hasta Trump y Xi Jinping. Algo que se repite en Alberto Fernández, quien habla constantemente del «enemigo invisible». En realidad, esta figura puede fomentar la cohesión de una sociedad frente al miedo del contagio y de la muerte, «cerrando filas ante el enemigo común», pero no contribuye a entender la raíz del problema, sino más bien a ocultarlo, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen al control).

El discurso bélico confunde y oculta las raíces del problema, atacando el síntoma, pero no las causas profundas, que tienen que ver con el modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a través de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, por la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados. 

Por último, la fórmula bélica se asocia más al miedo que a la solidaridad y ha conllevado incluso una multiplicación de la vigilancia ante el incumplimiento de las medidas dictadas por los gobiernos para evitar los contagios. 

No son pocos los relatos, en Cuba así como en otros países, que dan cuenta de la asociación entre el discurso bélico y la figura del «ciudadano policía», erigido en atento vigía, dispuesto a denunciar a su vecino al menor desliz en la cuarentena. En suma, es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas en la agenda pública, lo cual ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad: la crisis climática.

Horizontes posibles. Desde el paradigma del cuidado hasta el gran pacto ecosocial y económico

El año de la gran pandemia nos instala en una encrucijada civilizatoria. Frente a nuevos dilemas políticos y éticos, nos permite repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/nacional/local) como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera. O bien vamos hacia una globalización neoliberal más autoritaria, un paso más hacia el triunfo del paradigma de la seguridad y la vigilancia digital instalado por el modelo asiático, tan bien descrito por el filósofo Byung-Chul Han, aunque menos sofisticado en el caso de nuestras sociedades periféricas del Sur global, en el marco de un «capitalismo del caos», como sostiene el analista boliviano Pablo Solón. O bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede abrir paso a la posibilidad en la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales; de políticas públicas orientadas a un «nuevo pacto ecosocial y económico», que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental.

Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan procesos de «liberación cognitiva», como dice la literatura sobre acción colectiva y Doug McAdam en particular, lo cual hace posible la transformación de la conciencia de los potenciales afectados; esto es, hace posible superar el fatalismo o la inacción y torna viable y posible aquello que hasta hace poco era inimaginable. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre. Lo peor que podría ocurrir es que nos quedemos en casa convencidos de que las cartas están marcadas y que ello nos lleve a la inacción o a la parálisis, pensando que de nada sirve tratar de influir en los procesos sociales y políticos que se abren, así como en las agendas públicas que se están instalando. Lo peor que podría suceder es que, como salida a la crisis sistémica producida por la emergencia sanitaria, se profundice «el desastre dentro del desastre», como afirma la feminista afroaestadounidense Keeanga-Yamahtta Taylor, recuperando el concepto de Naomi Klein de «capitalismo del desastre». Hay que partir de la idea de que estamos en una situación extraordinaria, de crisis sistémica, y que el horizonte civilizatorio no está cerrado y todavía está en disputa.

En esa línea, ciertas puertas deben cerrarse (por ejemplo, no podemos aceptar una solución como la de 2008, que beneficie a los sectores más concentrados y contaminantes, ni tampoco más neoextractivismo), y otras que deben abrirse más y potenciarse (un Estado que valorice el paradigma del cuidado y la vida), tanto para pensar la salida de la crisis como para imaginar otros mundos posibles. Se trata de proponer salidas a la actual globalización, que cuestionen la actual destrucción de la naturaleza y los ecosistemas, que cuestionen una idea de sociedad y vínculos sociales marcados por el interés individual, que cuestionen la mercantilización y la falsa idea de «autonomía». En mi opinión, las bases de ese nuevo lenguaje deben ser tanto la instalación del paradigma del cuidado como marco sociocognitivo como la implementación de un gran pacto ecosocial y económico, a escala nacional y global.

En primer lugar, más que nunca, se trata de valorizar el paradigma del cuidado, como venimos insistiendo desde el ecofeminismo y los feminismos populares en América Latina, así como desde la economía feminista; un paradigma relacional que implica el reconocimiento y el respeto del otro, la conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe como humanidad y nos involucra como seres sociales. Sus aportes pueden ayudarnos a repensar los vínculos entre lo humano y lo no humano, a cuestionar la noción de «autonomía» que ha generado nuestra concepción moderna del mundo y de la ciencia; a colocar en el centro nociones como la de interdependencia, reciprocidad y complementariedad. Esto significa reivindicar que aquellas tareas cotidianas ligadas al sostenimiento de la vida y su reproducción, que han sido históricamente despreciadas en el marco del capitalismo patriarcal, son tareas centrales y, más aún, configuran la cuestión ecológica por excelencia. Lejos de la idea de falsa autonomía a la que conduce el individualismo liberal, hay que entender que somos seres interdependientes y abandonar las visiones antropocéntricas e instrumentales para retomar la idea de que formamos parte de un todo, con los otros, con la naturaleza. En clave de crisis civilizatoria, la interdependencia es hoy cada vez más leída en términos de ecodependencia, pues extiende la idea de cuidado y de reciprocidad hacia otros seres vivos, hacia la naturaleza.

En este contexto de tragedia humanitaria a escala global, el cuidado no solo doméstico sino también sanitario como base de la sostenibilidad de la vida cobra una significación mayor. Por un lado, esto conlleva una revalorización del trabajo del personal sanitario, mujeres y hombres, médicos infectólogos, epidemiólogos, intensivistas y generalistas, enfermeros y camilleros, en fin, el conjunto de los trabajadores de la salud, que afrontan el día a día de la pandemia, con las restricciones y déficits de cada país, al tiempo que exige un abandono de la lógica mercantilista y un redireccionamiento de las inversiones del Estado en las tareas de cuidado y asistencia. Por otro lado, las voces y la experiencia del personal de la salud serán cada vez más necesarias para colocar en la agenda pública la inextricable relación que existe entre salud y ambiente, de cara al colapso climático. Nos aguardan no solo otras pandemias, sino la multiplicación de enfermedades ligadas a la contaminación y al agravamiento de la crisis climática. Hay que pensar que la medicina, pese a la profunda mercantilización de la salud a la que hemos asistido en las últimas décadas, no ha perdido su dimensión social y sanitarista, tal como podemos ver en la actualidad, y que de aquí en más se verá involucrada directamente en los grandes debates societales y, por ende, en los grandes cambios que nos aguardan y en las acciones para controlar el cambio climático, junto con sectores ecologistas, feministas, jóvenes y pueblos originarios.

En segundo lugar, esta crisis bien podría ser la oportunidad para discutir soluciones más globales, en términos de políticas públicas. Hace unos días la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), propuso un nuevo Plan Marshall que libere 2,5 billones de dólares de ayuda a los países emergentes, que implique el perdón de las deudas y un plan de emergencia en servicios de salud, así como programas sociales. La necesidad de rehacer el orden económico mundial, que impulse un jubileo de la deuda, aparece hoy como posible. Aparece también posible impulsar un ingreso ciudadano, debate que se ha reactivado al calor de una pandemia que destruye millones de puestos de trabajo, además de profundizar la precarización laboral, mediante esquemas de teletrabajo que extienden la jornada laboral.

En el contexto de esta pandemia, ha habido algunas señales. Por ejemplo, Chris Stark, jefe ejecutivo del Comité sobre Cambio Climático del Reino Unido (CCC), sostuvo que la inyección de recursos que los gobiernos deben insuflar en la economía para superar la crisis del Covid-19 debe tener en cuenta los compromisos sobre el cambio climático, esto es, el diseño de políticas y estrategias que no sean solo económicas sino también un «estímulo verde». En Estados Unidos un grupo de economistas, académicos y financistas agrupados bajo la consigna del estímulo verde (green stimulus) enviaron una carta en la que instaron al Congreso a que presione aún más para garantizar que los trabajadores estén protegidos y que las empresas puedan operar de manera sostenible para evitar las catástrofes del cambio climático, especialmente en una economía marcada por el coronavirus.

Así, no hay aquí un imaginario de la reconstrucción ligado al recuerdo del Plan Marshall (Europa) o el New Deal (Estados Unidos). Lo que existe es un imaginario de la concertación social, ligado al peronismo, en el cual la demanda de reparación (justicia social) continúa asociada a una idea hegemónica del crecimiento económico, que hoy puede apelar a un ideal industrializador, pero siempre de la mano del modelo extractivo exportador, por la vía eldoradista (Vaca Muerta), el agronegocio y, en menor medida, la minería a cielo abierto. La presencia de este imaginario extractivista/desarrollista poco contribuye a pensar las vías de una «transición justa» o a emprender un debate nacional en clave global del gran pacto ecosocial y económico. Antes bien, lo distorsiona y lo vuelve decididamente peligroso, en el contexto de crisis climática.

Esto no significa que no haya narrativas emancipatorias disponibles ni utopías concretas en América Latina. No hay que olvidar que en ka región existen nuevas gramáticas políticas, surgidas al calor de las resistencias locales y de los movimientos ecoterritoriales (rurales y urbanos, indígenas, campesinos y multiculturales, las recientes movilizaciones de los más jóvenes por la justicia climática ), que plantean una nueva relación entre humanos, así como entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano. En el nivel local se multiplican las experiencias de carácter prefigurativo y antisistémico, como la agroecología, que ha tenido una gran expansión, por ejemplo, incluso en un país tan transgenizado como Argentina. Estos procesos de reterritorialización van acompañados de una narrativa político-ambiental, asociada al «buen vivir», el posdesarrollo, el posextractivismo, los derechos de la naturaleza, los bienes comunes, la ética del cuidado y la transición socioecológica justa, cuyas claves son tanto la defensa de lo común y la recreación de otro vínculo con la naturaleza como la transformación de las relaciones sociales, en clave de justicia social y ambiental.

De lo que se trata es de construir una verdadera agenda nacional y global, con una batería de políticas públicas, orientadas hacia la transición justa. Esto exige sin duda no solo una profundización y debate sobre estos temas, sino también la construcción de un diálogo Norte-Sur, con quienes están pensando en un Green New Deal, a partir de una nueva redefinición del multilateralismo en clave de solidaridad e igualdad.

Nadie dice que será fácil, pero tampoco es imposible. Necesitamos reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos un vínculo de vida y no de destrucción. El debate y la instalación de una agenda de transición justa pueden convertirse en una bandera para combatir no solo el pensamiento liberal dominante, sino también la narrativa colapsista y distópica que prevalece en ciertas izquierdas y la persistente ceguera epistémica de tantos progresismos desarrollistas. La pandemia del coronavirus y la inminencia del colapso abren a un proceso de liberación cognitiva, a través del cual puede activarse no solo la imaginación política tras la necesidad de la supervivencia y el cuidado de la vida, sino también la interseccionalidad entre nuevas y viejas luchas (sociales, étnicas, feministas y ecologistas), todo lo cual puede conducirnos a las puertas de un pensamiento holístico, integral, transformador, hasta hoy negado.
by 
REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ

martes, 16 de junio de 2020

Hasta un 35% de pacientes en UCI por Covid-19 presenta daño miocárdico

Las patologías cardiovasculares también cobran protagonismo en las afecciones producidas por la Covid-19, además del daño pulmonar. Entre un 25 y un 35 por ciento de los pacientes en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) con Covid-19 han sufrido daño miocárdico. Así lo señalaba la jefa del Área de Críticos del Hospital Parc Taulí (Barcelona), Ana Ochagavía, en un seminario online de La Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc) en colaboración de Ferrer.
Bajo el título ‘Patología cardiovascular en el paciente con Covid-19’, expertos intensivistas abordaron cómo el coronavitus afecta al sistema cardiovascular desde diferentes puntos de vista.
Ochagavía señala cómo el coronavirus interactúa con el sistema cardiovascular pudiendo incrementar el riesgo de daño miocárdico agudo. De esta forma, provoca arritmias, más frecuentes en pacientes con Covid-19 en UCI, el 44,4 por ciento, que en los que no requieren cuidados intensivos (6,90 por ciento), señalan en un comunicado.
A las dos o tres semanas de infección puede provocar también miocarditis y una elevación de biomarcadores de daño miocárdico. Sin embargo, existe un bajo porcentaje de infarto agudo de miocardio de tipo isquémico.
La detección del daño miocárdico es “una señal de alarma”, ya que empeora el pronóstico, señala Ochagavía.
El patrón de intervención en estos casos no es diferente al que se requieren en otras infecciones, por lo que la experta recomendó no modificar los protocolos al respecto y realizar ecocardiografías para evaluar la función cardiaca y el estado hemodinámico.

Hipertensión arterial y Covid-19

Los inhibidores de la enzima convertidora de la angiotensina fueron cuestionados ante el riesgo de su uso para el control de la hipertensión arterial y su asociación con una mayor mortalidad en pacientes afectados por el virus.
El intensivista del Hospital La Paz (Madrid), Pablo Millán, expuso que no se ha demostrado que los antihipertensivos se asocien con un mayor riesgo de infección, ni peor evolución durante la enfermedad. Una afirmación que sostenía tras hacer referencia a varios estudios internacionales.
Millán apela por seguir administrando los mismos fármacos habituales.

Optimización de soporte

Por su parte, el intensivista del Hospital de Jerez de la Frontera, Ignacio Monge, exponía las directrices para la optimización en el soporte hemodinámico en estos pacientes. Además de la infección directa y las comorbilidades previas, se ha comprobado que las propias terapias administradas pueden ser un factor más de inestabilidad.
Los pacientes pueden desarrollar hipovolemia, vasoplejía (derivada de los altos niveles de sedación), embolia pulmonar o disfunción cardiaca por daño directo del virus al miocardio. 
Un estudio que desarrolla la Sociedad Andaluza de Medicina Intensiva y Unidades Coronarias (SAMIUC) ha cifrado en un 77,3% el número de pacientes COVID-19 que ha necesitado soporte vasopresor. Otros estudios elevan esta cifra al 95% de los enfermos.
Ante la importancia de minimizar la afectación derivada del soporte hemodinámico, el doctor Monge recomienda el mayor grado de personalización posible, con una monitorización mucho más exhaustiva que la desarrollada hasta ahora durante la pandemia.

Soporte ECMO y Covid-19

Por último, María Paz Fuset, intensivista del Hospital Univ. de Bellvitge (Barcelona), cerró el seminario exponiendo el uso de soporte de oxigenación con membrana extracorpórea (ECMO) en el paciente con COVID-19, una necesidad que ha ido en aumento de forma exponencial durante la pandemia. De hecho, España es el segundo país de Europa que más pacientes con coronavirus ha asistido mediante ECMO, solo por detrás de Francia. 
“La asistencia mecánica permite ganar tiempo para diagnosticar y tratar al paciente”
Para ello, se da soporte respiratorio, cardiaco o cardio-respiratorio, según las necesidades de cada caso. La doctora recomendó el uso de la ECMO en parada cardiorrespiratoria solo en centros donde exista un programa hospitalario previo y nunca de forma extrahospitalaria. Al mismo tiempo, abogó por una centralización de los casos en centros de referencia, al ser una técnica que exige alta cualificación en pacientes con COVID-19. 
El coronavirus es extremadamente peligroso en pacientes cardiovasculares
SEGUN : La Agencia Latina de  Noticias de Medicina y Salud Pública
El covid-19, también conocido como coronavirus, está causando un serio problema de salud pública a nivel mundial. No solo genera mortalidad, sino que, según datos extraídos del Equipo Epidemiológico de Respuesta de Emergencia a la Neumonía del Nuevo Coronavirus, esta enfermedad es extremadamente peligrosa en pacientes con enfermedades cardíacas, respiratorias e inmunológicas.

Falta de conocimiento

Una de las principales preocupaciones frente al padecimiento del coronavirus, es que aún existe mucho desconocimiento frente a la enfermedad. Así lo afirmó, Benito Almirante, portavoz de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica en un artículo de La Razón.
Sin duda, lo que parece claro es que lo más peligroso pasa porque se produzca la combinación de una neumonía bacteriana con la causada por el Covid-19, ya que eso puede desencadenar un g1rave pronóstico e incluso el fallecimiento del afectado”.
Igualmente, el experto hace hincapié sobre quiénes tiene mayor riesgo de estos trastornos. Algunos son:
  • Trasplantados
  • Pacientes sometidos a tratamientos oncológicos
*Las anteriores pueden presentar una evolución más grave, pues el virus puede descompensar su enfermedad previa.

Personas que sufren enfermedad coronaria

. La razón, está relacionada a que el covid-19 sobrecargaría el corazón, lo que ocasiona un daño al músculo cardíaco, conocido como miocarditis.
“Cualquier infección, también la causada por el Covid-19, produce una sobrecarga para el corazón. Si hay insuficiencia cardiaca el virus puede producir una congestión (acumulo de líquido) en los pulmones, lo que complicará la respiración y probablemente el curso de la infección respiratoria, aumentando las probabilidades de dificultades, explica Juan Cosín, presidente de la Asociación de Cardiología Clínica de la Sociedad Española de Cardiología (SEC)”.

Pacientes con diabetes e hipertensión

La hipertensión y la diabetes son dos enfermedades con gran prevalencia actualmente. Los expertos afirman que los pacientes con estas patologías tienen un riesgo mucho más alto de contraer coronavirus. Anna Novials, presidenta de la Sociedad Española de Diabetes recomienda que:
“Resulta esencial que las personas con diabetes mantengan el mejor control metabólico posible, para estar preparados ante un posible episodio infeccioso, ya sea por este virus o por otro”.
Frente a la información antes expuesta, toma las medidas preventivas para evitar el coronavirus. Algunos consejos que puedes implementar son:
  • Lavarse las manos varias veces al día
  • Evitar saludar de mano, beso o usando contacto físico
  • Realizar procesos de asepsia constantemente de todos los objetos personales

¿Estamos realmente protegidos los cubanos ante el ataque de esos “bichitos” chinos?


Nadie en el mundo quiere enfermarse, que le dé un dolor o una tosecita que no se me quita.

Nadie en su sano juicio quiere estar ingresado en un “sanatorio”, asistir a cualquier entidad médica por una urgencia o, sencillamente, hacerse análisis de sangre, pipi o caca.
Covid-19 contra Homo Sapiens » Avance y Perspectiva

Pero enfermarse en Cuba, tener que ir a un hospital en Cubita la “potencia médica mundial”, hacerse una simple plaquita de rayos X en un Policlínico o tener que adquirir algún medicamento para los males del alma o el cuerpo, estoy seguro que mucho, pero muchísimo menos.

En Cuba cuando las personas se enferman se enferman dos veces. Una del “mal que nos aqueja” en sí y la otra del estrés que provoca ingresar en un hospital y enfrentar la medicina de “campaña”, la medicina “en tiempos de guerra”, a la que ha obligado la revolución del picadillo a todos los cubanos de infantería.


Una verdadera tragedia existencial, curativa, estresante, con centros asistenciales destruidos, con escasez de lo más elemental para el sana, sana, culito de rana y un alto por ciento de improvisación por parte de los especialistas que intentan devolverle un poquito, un alguito de vida, de esperanza, al cuerpo de los seres cubanos.Las claves para evitar la propagación del coronavirus

Aun con la gran campaña orquestada por fidel castro, y mantenida por la propaganda castrista, desde hace más de sesenta larguísimos años, de que nuestro país es una potencia médica mundial, la realidad objetiva, la concreta, el Meprobamato, la Dipirona que están en falta, es que el cubano de Cuba, el hombre y la mujer humilde de pueblo, cuando se enferman, cuando tienen la más mínima dolencia, miran al cielo y suplican pidiendo auxilio porque allí, en la “fortaleza sanitaria del comandante en jefe”, se entra a un hospital por una cosa y se puede salir con muchísimas otras.


Este es uno de los temas más sensibles sobre el que se puede escribir o hablar. Duele hacerlo. Y lo hago desde la razón y la experiencia que viví cuando mi madre enfermó y la hospitalizaron en el Hospital Clínico Quirúrgico de Santa Clara.

Historias y vivencias como la mía existen muchas, montones, cada cubano tendrá su opinión porque es muy difícil salir ileso, a nivel del espíritu, digo, cuando se ha tenido a un familiar, a un amigo querido o simplemente a un conocido ingresado en un hospital castrista de los que dicen ser gratis y “para el pueblo”.

Los ojos son para ver, el cerebro pa’ pensar y la vergüenza para no tener que mordernos la puñetera lengua…

La asistencia médica en Cuba es, según el castro-comunismo, “gratuita”. Digo asistencia médica porque la salud es otra cosa y esta, en nuestro país, sale más cara que el carajo. Estar totalmente sano en Cuba es una realidad virtual, una “sintomatología” muy extraña que tenemos que poner en dudas pues to’l mundo sabe que cualquier indicador, desde los nacidos vivos, los muertos, muertos, los enfermos anémicos cerebrales y hasta los contagiados con estos traicioneros “bichitos” chinos de China, son falseados por ese régimen dictatorial para ocultarle al mundo el desastre en que estamos viviendo los seres cubanos.

Porque la realidad más absoluta es que la peor “pandemia” que sufrimos nosotros es la vida miserable, la angustia y el hambre a los que estamos condenados por culpa de esa maldita revolución del picadillo, un virus letal que nos mata el cuerpo, nos destroza “el mondongo” de pensar y nos tiene a casi todos “locos” con una salud mental hecha una mierda.

Es obvio que en Cuba, para gran parte de los cubanos, este aspecto está bien jodido, no puede existir una buena salud mental cuando se tiene que sobrevivir diariamente, en el exacto sentido de la palabra, desgastándonos en la búsqueda de lo más elemental como son los alimentos para nuestras familias y nuestros hijos.

Salvar la vida en Cuba es una tarea titánica, enfermiza y muy dolorosa. Un reto a la salud humana de la que no escapa nadie pues el cubano no ha terminado de meterse el último bocado de “algo” en la boca y ya está pensando, o tirándose a la calle, para conseguir el próximo.

No es justo, así cualquiera se enferma, y la verdad “verdadera” sobre este tema sólo la tiene el pueblo de Cuba, ese pueblo al que se niegan oír y sólo utilizan para orquestar y hacer sonar las campanas ideológicas de un socialismo “bueno”, preocupado y humanista.

Pero solo el cubano de a pie sabe de qué estoy hablando.

by REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ

domingo, 14 de junio de 2020

Violencia de género en tiempos de coronavirus

Las mujeres nunca han salido ganando de los tiempos difíciles, en épocas de guerras, de hambrunas.


*Todos los nombres que aparecen en el relato son ficticios para mantener el anonimato, preservando así la intimidad tanto de las usuarias como de la abogada de atención a víctimas de violencia de género, que narra la historia.

 Llevo días intentando contactar con María, es de las que más me preocupa, y la última llamada me la ha cortado, otras veces no responde, y en alguna ocasión me salta el "apagado o fuera de cobertura". Es cierto que al principio la llamaba desde número oculto, pero las últimas veces lo hice desde mi móvil personal. Hoy por fin me ha devuelto la llamada.
—Hola, ¿quién eres?
—Ana, del Servicio de Atención a la Mujer.
—Ya, me lo imaginaba…Te agradezco la llamada, pero no te preocupes. Yo estoy bien, ¿sabes? Me porto bien y hago todo lo que me pide, casi no hablo por teléfono… Él está tranquilo, ahora ha bajado a la compra. Como me tiene aquí todo el día, no se mosquea, y voy tirando.
—Bueno, pero esto va a durar María, acuérdate de todo lo que hablamos, si quieres podemos sacarte de ahí, tenemos una casa de acogida, lo sabes.
—No, no te preocupes, yo no tengo miedo, y ahora en esta situación no es plan. Está mi hijo, y además el tema económico. Mira, de momento vamos a dejarlo así, y no me llames, que a veces me revisa el teléfono. Si te necesito te llamo, de verdad. Y gracias.
Ahí me quedé, con mi angustia y con la suya, sobrecogida ante el terrible escenario que me había perfilado en la breve conversación.

Nos estamos topando con una realidad desconocida para una gran parte de la población: la capacidad de adaptación al medio que desarrollan las mujeres, su resiliencia

Así cuando todo el mundo esperaba un repunte inmediato de asesinatos y agresiones de mayor o menor entidad, nos estamos topando con una realidad desconocida para una gran parte de la población: la capacidad de adaptación al medio que desarrollan las mujeres, su resiliencia. La gravedad de la situación las ha obligado a replantearse las prioridades, y desde luego ellas no lo son nunca, y menos ahora.
La salud, la situación económica, la familia, la prole, las personas mayores y dependientes se anteponen siempre a su bienestar. El confinamiento en un espacio reducido con peques correteando por doquier y la amenaza latente de un paro forzoso sine díe, se suman a la lista de problemas de envergadura a solucionar. Desde luego que las necesidades de María, Sandra, Francisca y tantas otras no son ellas ni su propia supervivencia, ellas se relegan, se diluyen y desaparecen una vez más.
La resignación con la que viven la situación es demoledora: no hay peligro, seremos sumisas, obedientes, indulgentes, no hablaremos con nadie y estaremos dispuestas a la complacencia. El resto, el aislamiento, viene de fuera, impuesto por Real Decreto. La tormenta perfecta para el machismo, la emergencia ha sido desactivada.
No es necesaria la violencia, porque ellas en estos momentos no piensan en la separación, en la ruptura, al menos no la verbalizan. Ellos no se sienten amenazados, las tienen bajo vigilancia permanente, saben que no hay otro, que no hay nadie más, ni familia, ni amistades, ni compañeros de trabajo y relajan así la necesidad de control. A ver cómo y cuánto soportan en estas condiciones, esperemos que el aislamiento no sea demasiado largo, porque algunas no resistirán.

No es necesaria la violencia, porque ellas en estos momentos no piensan en la separación, en la ruptura, al menos no la verbalizan

Desde que se decretó el Estado de Alarma la tarea fundamental que la Red de Atención a Mujeres Víctimas de Violencia de Género lleva a cabo es el seguimiento de las usuarias, que en mayor o menor medida sufren esta violencia. En el Servicio de Atención a Mujeres prestamos asesoramiento legal y apoyo psicosocial a todo tipo de mujeres que sufren todo tipo de violencia y cada caso es único, cada mujer te relata su historia tan particular y personal como ella misma.
Las conocidas y controladas, las que tienen ya una orden de protección o una sentencia condenatoria con medida de alejamiento son las que han atravesado el largo camino hacia la recuperación de su autoestima. Han pasado por un calvario: el maltrato, la violencia. A veces han sufrido el infierno del proceso penal, la revictimización en sede policial y judicial, y ahora enfrentan su nuevo estatus: víctimas oficiales de violencia de género.
Esta nueva situación les confiere, al menos durante la vigencia de las medidas de alejamiento y no comunicación, una seguridad presuntamente garantizada por la policía, pero es un hecho que la vigilancia y los seguimientos no son infalibles, y el miedo de las víctimas se intensifica dependiendo de la peculiar casuística de cada una de ellas.
Recuerdo a Sandra, que llama temprano, está inquieta porque acaban de comunicarle que su agresor saldrá de prisión el próximo 14 de abril, pese a que la condena de alejamiento y no comunicación tiene una vigencia de dos años, ella teme que al salir de la cárcel, se persone en su casa.
—Sé que vendrá, lo conozco y no me va a perdonar que lo metiera en prisión. Lo sé, lo ha jurado muchas veces, me va a matar.
—No te preocupes, ahora no sabe dónde vives, y además, Sandra, tú no lo has metido en prisión, fue un juez quien dictó una condena de privación de libertad por las lesiones que él te causó. Que casi te mata.
—Ya, eso es lo que dices tú, pero él piensa que yo soy la responsable de que él esté en la cárcel y va a venir a por mí.
De nuevo la angustia. Me invade la inquietud y el desvelo, porque es posible que la realidad sea su pensamiento y no el mío. Le tramitamos un dispositivo de seguridad (teleasistencia gestionada por Cruz Roja) hablamos con la policía, con su abogada. Toda precaución es poca. Quizás el confinamiento en esta ocasión se convierta en un aliado, que frene los movimientos de quien busca venganza.

Las decisiones aplazadas

También están las que, como María, sufren y padecen este brutal confinamiento con su maltratador, 24 horas al día, solas o con hijos, convencidas o no de dar el paso, de denunciar, tal vez de iniciar un divorcio. Con ellas trabajábamos en este sentido, antes de la pandemia que ahora sufrimos. La psicóloga trataba de evidenciarles el maltrato, enfrentarlas a su realidad. Nunca es sencillo y se precisa tiempo.
Actualmente, debido al confinamiento, las perdemos, se interrumpe la terapia, el trato cercano, la charla amistosa, la confianza ganada. Todo ello queda ahora muy lejos y es tiempo de incertidumbre. La violencia rebaja su nivel, ya no es necesaria, no es preciso atemorizar, ellas mismas han claudicado, al menos temporalmente, de iniciar batalla alguna. La ruptura es ahora secundaria, el maltrato, ya conocido e interiorizado, es más asumido que nunca.

La ruptura es ahora secundaria, el maltrato, ya conocido e interiorizado, es más asumido que nunca

Con Rocío hablo por las tardes, su marido trabaja y es entonces cuando puede desahogarse. A ella el confinamiento la ha pillado en pleno divorcio, en principio amistoso, fue todo lo que conseguimos porque nunca quiso denunciar, pese al maltrato incluso físico que lleva años soportando. Sus dos niñas son su bien más preciado y el miedo a perderlas que él se encarga de infundirle, su mayor pesadilla.
—¿Cómo vas?, cuéntame.
—Bueno, pues no muy mal. Hemos hablado y él quiere que nos demos un tiempo, quiere que lo paremos todo, que las cosas van a cambiar, me dice.
—¿Cuántas veces te ha prometido lo mismo, Rocío?
—Ya lo sé. A estas alturas no confío en cambios, pero necesito un poco de tiempo, las niñas son muy pequeñas. Nunca les he hablado mal de su padre, no lo entenderían. Además, estos días está muy bien con ellas, es cariñoso y parece que hasta tiene paciencia.
Noelia, la hija pequeña de Rocío, tiene 6 años, reproduce conductas violentas hacia su madre y en el colegio ya han detectado problemas de socialización. Ella es consciente de la situación, pero incapaz de abordarla, ha aplazado su decisión. Sabe cómo actuar para conseguir que él se calme en la confianza de que nada va a suceder, ahora él está a salvo, la tiene a ella que es su soporte vital, y ella tiene tanto miedo que ha claudicado.

Las desconocidas, a las que no llegamos

Las anónimas, las que nunca se han acercado a consultar, las que ni ellas mismas se perciben como víctimas, las olvidadas, las excluidas del sistema, la multitud silenciosa (de las que no hablan las estadísticas) constituyen un peligro potencial imposible de predecir.
Son aquellas víctimas de las que los titulares de prensa tras un asesinato destacan en negrilla: “Nunca había presentado denuncia”, “Delegación de Gobierno no tiene constancia ni registro de malos tratos anteriores”. Están fuera del sistema, fuera de control, a ellas no llegan los recursos, no llegamos.
Son las mujeres que sufren y padecen violencia y no lo cuentan ni lo comparten, están aisladas, muchas de ellas no rompen porque no pueden hacerlo solas, necesitan empuje para dar el paso, apoyo, y por qué no decirlo, cariño y empatía, sobre todo mucho de esto último, necesitan ser creídas, no juzgadas. Se avergüenzan de su situación, de consentir, de no tener valor para salir corriendo, que en realidad es lo que demanda la sociedad. Sienten miedo de su propia familia, la reprobación, el reproche. Y así siguen perdidas, enganchadas en relaciones letales sin encontrar la salida.
Ellas son nuestra asignatura pendiente, y serán ellas las víctimas más propicias y donde se cebe el mayor número de casos del esperado repunte.
Las mujeres nunca han salido ganando de los tiempos difíciles, en épocas de guerras, de hambrunas. Muy al contrario ellas siempre se han llevado la peor parte. Sin duda ahora ocurrirá lo mismo, y cuando todo esto pase, las escucharemos a ellas y sus relatos nos ofrecerán la radiografía de la tragedia. Entonces podremos tomar conciencia de la magnitud de su desolación, porque en tiempos de pandemia las mujeres diluyen su drama individual en la tragedia colectiva.
Así se nos presenta la violencia de género en tiempos del coronavirus: inquietante.