miércoles, 13 de febrero de 2013

Nace en Chile el Grupo Parlamentario Latinoamericano de Amistad con el Movimiento Democrático Cubano

Senador Patricio Walker P. (Chile), Diputada Cornelia Schmidt Liermann (Argentina), Mijail Bonito Lovio, Secretario de Relaciones Internacionales del Cuba Independiente y Democrática (CID) y Diputado Jose Manuel Edwards (Chile) 

En Santiago de Chile se informó de la organización  del Grupo Parlamentario Latinoamericano de Amistad con el Movimiento Democrático Cubano.  Este grupo está compuesto por veintidós diputados y senadores latinoamericanos. El anuncio se hizo en el foro Relaciones Internacionales y Derechos Humanos: La visión europea y latinoamericana.  

El panel, “La promoción de la Solidaridad Democrática Internacional desde la política”moderado por Mijail Bonito, Lovio, Secretario de Relaciones Internacionales del Cuba Independiente y Democrática (CID) para Latinoamérica, estuvo integrado por Patricio Walker (Chile), Senador de la República por la Democracia Cristiana;  Cornelia Schmidt Liermann (Argentina), Diputada Nacional por el PRO; y Jose Manuel Edwards (Chile), Diputado por Renovación Nacional.

Los panelistas anunciaron el lanzamiento del Grupo Parlamentario Latinoamericano de Amistad con el Movimiento Democrático Cubano con el objetivo de reclamar la plena apertura política en Cuba, apoyando así el derecho de su pueblo a participar en elecciones libres y democráticas para conformar el gobierno de su país en un todo de acuerdo a lo establecido en el Artículo 21 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”.

 La apertura del Foro estuvo a cargo de Gonzalo Bustamante Kuschel profesor en la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez

El Foro se desarrolló con el apoyo de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez y  el auspicio institucional del Centro Internacional Demócrata Cristiano de Suecia, la organización humanitaria checa People In Need y el Observatorio Hannah Arendt de Venezuela.

El programa incluyó presentaciones sobre “Política Exterior, Derechos Humanos/Solidaridad Democrática Internacional”, “Comercio Internacional, Responsabilidad Social Empresaria y Derechos Humanos”, “Normativa Internacional de los Derechos Humanos y el Sistema Democrático” y “Testimonios de Solidaridad Democrática Internacional”.


 
En panel donde se trató “La promoción de la Solidaridad Democrática Internacional desde la Sociedad Civil” tuvo a participación como expositores de  Gabriel C. Salvia (Argentina), Presidente de CADAL y Director de Puente Democrático; Alejandro Oropeza (Venezuela), Profesor de la Universidad Simón Bolívar y Director General del Observatorio Hannah Arendt; y Elisabeth Bushby (Suecia), Encargada de Relaciones con América Latina, Christian Democratic International Center. Este panel fue moderado por Camden Luxford (Australia), Asistente de Investigaciones CADAL.



En el primer panel se analizó “Las Relaciones Internacionales y los Derechos Humanos”, con presentaciones a cargo de Raúl Ferro (Perú), Director de Desarrollo de Contenidos de Business News Americas; Cristóbal Bellolio Badiola (Chile), Universidad Adolfo Ibañez; y Edgardo Riveros Marín (Chile), Presidente del Centro Comunidad y Democracia.

miércoles, 30 de enero de 2013

CRISIS EN HOLGUIN POR COLERA, DENGUE Y PALUDISMO


Hospital Clínico Quirúrgico Lucia Iñiguez

En un esfuerzo ciego porque no encuentra como controlar las epidemias, el régimen reprime a los cuentapropistas y a los vendedores ambulantes que son quienes suplen a los habitantes de la ciudad de Holguín.

Ayer murió una señora que era uno de los veintinueve enfermos de Cólera ingresados en el Hospital Clínico Quirúrgico Lucia Iñiguez. Hay un niño de siete años muy delicado ingresado en el Hospital Pediátrico Octavio de la Concepción. 

Simultáneamente se diagnosticaron varios enfermos de Dengue en el barrio conocido como la Plaquita, Ciudad Jardín en Holguín.

También se ha declarado en cuarentena la Facultad de Ciencias Medicas de la ciudad porque se han encontrado casos de paludismo. En el albergue de esta facultad viven estudiantes de Venezuela, Bolivia y otros países. No se permite entrar ni al personal civil que atiende las cocinas.

viernes, 25 de enero de 2013

LA FARSA MIGRATORIA: SE PUEDE SOÑAR PERO NO SE PUEDE VIAJAR




 Editorial de La Nueva República *

Con la llamada reforma migratoria la dictadura en nuestro país se ha sacado del sombrero un truco para engañar a los incautos.  Algo así como que de Cuba se va el que quiere, cuando todos sabemos que si ese fuera el caso esta isla se queda sin gente.

Como el salario promedio de un trabajador cubano es menos de US$20 dólares al mes nosotros tenemos que pagar el pasaporte más caro de Latinoamérica (US$100) porque equivale a cinco meses del salario en nuestro país.

A un chileno  que gane el salario mínimo mensual de US$360 el pasaporte le cuesta (US$102) un poco más de una semana de trabajo.  Pero en Chile el salario promedio de los trabajadores es de US$1000 mensuales.  

Cuando se sume al del pasaporte el costo del pasaje y los demás gastos relacionados con un viaje, es evidente que la mayoría de la población de la isla podrá soñar pero no viajar.

¿Pero qué países van a dar visas o a cuales se puede viajar si visa?

Según El Nuevo Herald de Miami, nada más que  Antigua y Barbuda, Barbados, Bielorrusia, Eslovaquia, Granada, Hungría, Liechtenstein, Malasia, Rusia, San Cristóbal y Nevis,  Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas y Ucrania, permiten el ingreso de cubanos sin visa, por el momento.  Porque hasta Ecuador acaba de imponer una medida para controlar el ingreso de cubanos con visa.  

La única alternativa es que Venezuela elimine la restricción de las visas y permita a todos los cubanos que quieran, para que viajen con un pasaporte gratis a “ayudar “a construir junto a los chavistas “el socialismo del siglo XXI”.  En algunos meses podrían contar con unos cuantos millones de compatriotas dispuestos a “sacrificarse”. 

¿Por qué no lo hacen?  

Quizás porque sería un escándalo que los venezolanos empiecen a gritarle a los recién llegados: ¡fuera, fuera, fuera!  Además, quieren evitar que el mundo se dé cuenta que los cubanos huyen en masa.

¿Cuál entonces es la intención de la tiranía?  

No es una son muchas. Hacerle creer al cubano que quizás algún día, si se porta bien podrá salir. Después de todo un sueño es mejor que una pesadilla. Esta medida está dirigida al pueblo descontento para pacificarlo, para que deje que siga mandando por otro medio siglo la familia que en cinco décadas convirtió a este país de uno de los más ricos a uno de los más pobres del continente. 

También la farsa migratoria tiene el propósito de sacarle a los exiliados más dinero.  Solo podrán viajar quienes  reciban del exterior los fondos para cubrir sus gastos.  

Tiene la intención de estimular las visitas de los cubanos a su patria.  Desde hace rato la tiranía vive de ellos porque envían y traen a nuestro país dinero y mercadería por un valor de cinco mil millones de dólares, mucho más, casi el doble de lo que deja el turismo extranjero en Cuba.

La farsa migratoria quiere hacerle creer al mundo que los cambios en Cuba son reales. Ahora los cubanos pueden salir de su país cuando quieran. 

Como  Obama no permite que los norteamericanos viajen a Cuba este presidente parecería más represor que los hermanos Castro. Por eso habrá mayores presiones en los Estados Unidos para permitir que sus ciudadanos puedan venir de turistas a Cuba y traigan algunos miles de millones de dólares más para que la dictadura no se siga hundiendo.  

Este sería un trueque por la libertad de Allan Gross y tal vez el paso previo al levantamiento del embargo que, o sea la salvación permanente, no del pueblo, sino de la tiranía.

jueves, 17 de enero de 2013

¿QUIEN MATO A HUGO CHAVEZ?





Fidel Castro es “experto en todas las cosas de este mundo y del otro también”. 
Hugo Chávez en el Foro de Sao Paulo, julio de 2012

El extremo secreto  sobre la enfermedad de Hugo Chávez  ha sido defendido como una cuestión de seguridad nacional.  Aun en la situación actual el pueblo venezolano desconoce la verdad sobre la salud de Chávez.   Mucho menos tiene idea de la historia de cómo se descubrió su  cáncer y cuáles fueron los procedimientos que se le aplicaron.  El secreto se ha guardado celosamente porque Hugo Chávez pudo haber salvado su vida si se hubiera puesto en manos de especialistas médicos, capaces de lograr un diagnóstico correcto de su afección. 

Chávez cometió el error de ponerse en manos de Fidel Castro. 
El fue quien supervisó el tratamiento de Chávez. En más de una oportunidad Chávez lo admitió. Castro es famoso por creer que tiene amplios conocimientos de medicina.   (Ver declaraciones oficiales en El Universal).


En los individuos de la edad de Hugo Chávez la descripción de sus dolores (hecha antes de llegar a La Habana) y como los aliviaba acostándose en el suelo, debían haber despertado sospechas a cualquier experto en la materia de que podía tratarse de síntomas de un cáncer conocido como:

Rabdomiosarcoma del musculo psoas iliaco.  Un m
úsculo de la pared posterior abdominal que va desde la región lumbar hasta la pelvis.  En el curso de su trayecto, el psoas iliaco se relaciona con importantes órganos: diafragma, riñones, uréteres, vasos renales, colon, ciego,vejiga, arterias y venas ilíacas primitivas, y arterias y venas ilíacas internas.

Cuando Chávez llegó a Cuba en junio de 2011 y le detectaron una “tumoración", el procedimiento correcto habría sido hacerle una biopsia por aspiración  para descartar la posibilidad de un cáncer.  En caso de un tumor maligno, el paciente debía haber sido tratado en centros de referencia establecidos y haberse puesto en manos de especialistas en este tipo de cáncer en Brasil o en los Estados Unidos.

En su lugar cometieron el error de drenarle el  tumor pensando que era producto de una infección.  Luego  a alguien se le ocurrió hacer un estudio posterior y descubrió células cancerosas. Entonces en forma apresurada se llevó a cabo  una nueva operación, cuando lo correcto debió haber sido hacer una análisis cuidadoso de las alternativas a seguir.  Ambos procedimientos parecen haber exacerbado el crecimiento del cáncer.

El tratamiento con quimioterapia y radiación a que fue sometido Hugo Chávez tuvo terribles consecuencias pues le destrozaron las pocas defensas que tenía. Por esta razón le aplicaron corticoides para levantárselas.  La manifestación  visible de este tratamiento fue la inflamación.  Hugo Chávez descartó los ofrecimientos que le hicieron países amigos y    continúo viajando a Cuba y confiando en Fidel Castro.  Después de los procedimientos iniciales, fueron  Cuba a tratarlo expertos de otros lugares, pero ya era demasiado tarde.


Nota. Antes de que Hugo Chávez llegara a Cuba en junio de 2011 habló públicamente de  dolores que padecía y que se aliviaba acostándose en el suelo. 


Un médico amigo me alertó: “esto puede ser un cáncer”.  Luego fue indicándome los errores cometidos en el tratamiento.  Lo expuesto aquí es testimonio fiel de lo que su descripción durante la enfermedad.  

viernes, 4 de enero de 2013

LA POLICIA EN CUBA: CORRUPCION Y DESPOTISMO


 

Como todo buen cubano amante de la justicia y luchador por los derechos del hombre y las libertades cívicas, profundizo en la actitud de las autoridades, policiales de mi amada patria.

La policía fue creada para garantizar la tranquilidad ciudadana, los seres humanos ponen su confianza en los agentes del orden para su seguridad y bienestar, la policía como institución en cualquier lugar del mundo, tiene la obligación de garantizar esa confianza depositada.  En Cuba  es contradictoria la actuación de la policía.

La institución está plagada de una corrupción exorbitante, por más que se analice cada día el ciudadano cubano se siente más desilusionado.  Más que garantizar la tranquilidad del pueblo lo mantienen en un acoso constante. Los cubanos en la lucha diaria por sobrevivir a la situación económica se las ingenian elaborando alimentos, vendiendo desde una cremita hasta un limón, pero los agentes del orden viven haciéndole la vida imposible a los que luchan para poder subsistir.  Les preocupa más y es más peligroso un anciano que vende coquitos, o un revendedor.

Se escuchan muchos comentarios sobre bandas que están agrediendo a la gente, dañando la integridad física de sus coterráneos, por ejemplo la Banda de los Trescientos y Sangre Nueva.   Me pregunto donde está el actuar de la policía, muchas madres preocupadas por sus hijos me hablan con desespero y miedo, sienten inseguridad y terror.  ¿Dónde  está esa seguridad que la policía garantiza?

Un oficial de la policía se siente un súper hombre y piensa que la vida de los seres humanos le pertenece, ultrajan, intimidan, maltratan, sin un ápice de respeto a la dignidad humana.

santa clara, mi pueblo natal está padeciendo ese mal de corrupción. Los oficiales se construyen grandes casas, con todos los lujos, a costa del pueblo trabajador.   Se dedican a enriquecerse y buscar comodidades oprimiendo al pueblo.  En su conciencia no hay un ápice de humanidad, de ética, de amor al trabajo, de hacer que prevalezca la autoridad con respeto, con amor hacia los seres humanos.

Jesucristo, el hijo de Dios nos dice ámense los unos a los otros, y ama al prójimo como a ti mismo.  Dónde está ese amor por el ser humano, por el respeto de sus derechos y de la vida.

martes, 25 de diciembre de 2012

La Iglesia y la izquierda crítica en Cuba



La visita del papa Benedicto XVI a Cuba, en marzo de 2012, ha marcado el punto más alto en el acercamiento entre el régimen liderado por Raúl Castro y la Iglesia católica. Crecientemente, la curia encabezada por el cardenal Jaime Ortega se va transformando en un agente mediador reformista –y una especie de baluarte moral conservador–, en un contexto de incertidumbre marcado por las reformas económicas y elenvejecimiento de la elite posrevolucionaria. El hecho de que la Iglesia disponga de los únicos espacios y medios no estatales autorizados plantea, además, algunosdilemas para las izquierdas críticas, como ya ocurriera en Polonia en la década de 1980.

Recientemente, la influencia de la Iglesia católica en Cuba ha tenido un auge inesperado. Pero ¿a qué se debe ese auge? Sin duda, no a un renacimiento de la religión que haya llenado las iglesias de nuevos feligreses. La Iglesia católica ha adquirido más importancia en la isla por razones exclusivamente políticas. En contraste con la guerra abierta entre la jerarquía católica y el liderazgo revolucionario a principios de la década de 1960, la relación entre la curia y el régimen cubano ha evolucionado en años recientes hacia una creciente colaboración mutua. Es así como los líderes comunistas le dieron la bienvenida a la Iglesia, junto con el gobierno español, para participar en las negociaciones que conllevaron en 2010 y 2011 a la liberación de la mayoría de los presos políticos condenados a cumplir largas penas en las cárceles cubanas. Fue durante esos años cuando el cardenal Jaime Ortega y Alamino, el más alto dirigente de la Iglesia de la isla, viajó a Estados Unidos y Europa para actuar como enlace informal entre Cuba y Washington, así como entre Cuba y la Unión Europea. A cambio de eso, la jerarquía católica ha obtenido concesiones institucionales significativas del gobierno. La mayoría han sido concesiones discrecionales de derechos –que en cualquier sociedad democrática existirían como derechos normales y bien establecidos–, tales como organizar una procesión a través de todo el país en honor a la Virgen de la Caridad del Cobre. Asimismo, el gobierno le ha permitido a la Iglesia abrir 12 sitios web, publicar siete boletines electrónicos y –más importante aún dado el escaso acceso a internet en la isla– editar docenas de pequeñas publicaciones a través de grupos y parroquias, y 46 boletines y revistas a los cuales tiene acceso, directa o indirectamente, un cuarto de millón de personas1. Aunque tienen una circulación limitada –muy por debajo de 5% de la población adulta–, estas publicaciones constituyen la única excepción significativa al monopolio de los medios de comunicación que detenta el Estado. El gobierno también ha hecho concesiones de tipo corporativo a la Iglesia, como proveerle ayuda material para construir el nuevo seminario católico cerca de la Habana. Incluso Raúl Castro, junto con otros altos oficiales del gobierno, asistió a su inauguración, ocasión en la que el cardenal Ortega expresó públicamente su gratitud a los líderes políticos cubanos por su contribución2.

La Iglesia como agente mediador reformista

La creciente influencia de la jerarquía católica se puede atribuir, en parte, al viraje que la Iglesia ha dado respecto de su tradicional actitud de crítica hacia el gobierno –más allá de lo suave y cautelosa que haya sido por momentos– para convertirse en agente mediador reformista entre este y las fuerzas de oposición, ya sean los grupos disidentes cubanos, gobiernos imperialistas o, en cierto sentido, elementos descontentos de la población en general. La jerarquía católica de la isla ganó mucho con este cambio, para el que contó con el apoyo del Vaticano, como lo demuestran las concesiones que ha obtenido. Pero menos claro es lo que el gobierno cubano ha ganado a cambio de haber alentado a la Iglesia a jugar un papel importante, si bien todavía no central, en la política de la isla. Cuba no es Polonia, y el catolicismo cubano ha sido, aun antes de la revolución de 1959, uno de los más débiles de América Latina3. El gobierno cubano no tenía necesidad alguna de alentar a una Iglesia cuya popularidad no estaba creciendo a grandes pasos. Pero Raúl Castro escogió negociar con la curia católica como una manera idónea de realizar sus objetivos en la política internacional. Además, aunque la Iglesia no cuenta con un enorme apoyo popular, sí tiene cierto grado de autoridad moral que el gobierno puede utilizar para fortalecer su propio poder si el apoyo político al régimen disminuye, especialmente después de que los dos hermanos Castro –Fidel con 86 años de edad y Raúl con 81– inevitablemente desaparezcan del entablado político de Cuba.

El nuevo papel de la jerarquía católica como agente mediador tiene consecuencias importantes: significa, en primer lugar, que la Iglesia tiene que adoptar un «punto medio» entre la política del gobierno y la de la oposición. Pero esta última es muy débil en Cuba. No existe un movimiento clandestino que esté combatiendo al gobierno –otra cosa son las medidas adoptadas por Washington para castigar a Cuba– y, mucho menos, un movimiento oposicionista al estilo del Solidaridad polaco. Los disidentes moderados y de derecha, así como la naciente izquierda crítica y democrática, son débiles. La Iglesia está, en cierto sentido, llenando un vacío, aunque la claramente desbalanceada relación de fuerzas a veces presiona a la jerarquía a inclinarse un poco más en la dirección del gobierno.

El discurso del cardenal Ortega en la Universidad de Harvard en abril de 2012, en el que tildó a los disidentes que habían ocupado una iglesia habanera de delincuentes y hasta de enfermos mentales, pudo haber reflejado, como mínimo, un lapsus del prelado, pero sin duda puso de manifiesto la antes mencionada falta de balance en las relaciones de poder Iglesia-Estado. Es muy revelador que, mucho antes de su intervención en Harvard, la jerarquía católica cubana ya hubiera disciplinado a sus curas más militantes, como José Conrado Rodríguez, y a laicos como Dagoberto Valdés, que se atrevieron a pasar de las críticas muy suaves y diplomáticas hacia la jerarquía a cuestionar enérgicamente las prácticas dictatoriales del gobierno. La muerte súbita del católico Oswaldo Payá, quizás el disidente más conocido de la isla y un crítico duro y frecuente de las políticas conciliadoras de la Iglesia, ayudará a consolidar la hegemonía de la jerarquía y a marginalizar el campo de los disidentes, en su sentido más amplio, y especialmente a su sector católico.

Tal parece que para la jerarquía católica cubana, apoyada por el Vaticano, la colaboración táctica con el gobierno cubano es parte de una estrategia paciente y de largo plazo para ejercer su influencia en el contexto de un régimen en decadencia y para jugar un papel importante en determinar la agenda de la transición. En 2011, el gobierno permitió que la Iglesia estableciera el Centro Cultural Padre Félix Varela, que se ha convertido en uno de los muy pocos espacios donde oposicionistas y críticos pueden expresar públicamente sus puntos de vista. El centro ha emprendido sin hacer aspavientos un programa muy ambicioso y multifacético, que de ser llevado a cabo sin hostigamiento gubernamental va a aumentar considerablemente la influencia de la Iglesia, en especial dada la ausencia de competencia política e ideológica, más allá, desde luego, de la del enorme aparato del Partido Comunista (PCC) en el poder y de sus organizaciones oficiales de masas.

El Centro Cultural Padre Félix Varela ha tratado de influir en la sociedad y la política cubanas y en la futura transición, en ciertas direcciones específicas. Se ha comprometido, por ejemplo, a entrenar a los trabajadores cuentapropistas y administra el programa de maestría en Dirección de Empresas en asociación con la Universidad Católica San Antonio de Murcia, de España. El padre Yosvany Carvajal, director del programa, declaró que «hoy los hombres de negocios son vistos como contribuyendo a la sociedad y la economía, ¿pero con cuáles herramientas? Vamos a proveer esas herramientas (…) como emprender y administrar un negocio, mercadotecnia y cosas similares»4. El programa de estudios para el título de magíster en Dirección de Empresas, enfocado a las medianas, pequeñas y microempresas5, refleja las ambiciones del padre Carvajal. Para el curso académico 2012-2013, el programa se ha estructurado alrededor de las siguientes materias: Entorno Económico; Marketing; Comportamiento Organizacional; Estrategia y Empresa; Organización de la Producción; Ética Empresarial; Economía Financiera y Contabilidad6. El Centro Cultural no solamente está planeando intervenir en el mundo «práctico» de la educación en administración de negocios, que por cierto tiene un gran componente ideológico que supone, a veces implícita y a veces explícitamente, un punto de vista sobre la economía política. El nuevo Instituto de Estudios Eclesiásticos va a ofrecer, más allá de esta maestría, cursos en Teología, Humanidades y Psicología, conjuntamente con universidades extranjeras y profesores cubanos7. El padre Carvajal también espera poder otorgar, con la autorización de la Congregación para la Educación Católica, títulos de nivel superior homologables a los de cualquier universidad europea8. Vale la pena notar que el sacerdote no ha dicho nada sobre si el gobierno cubano va a jugar algún papel a la hora de conferir esos diplomas.

La revista Espacio Laical, que anteriormente había sido el órgano del Consejo Laico de la Arquidiócesis de la Habana, se convirtió, a partir del 1 de enero de 2012, en un proyecto oficial del Centro Cultural Padre Félix Varela y anunció la creación del Laboratorio Casa Cuba, para realizar investigaciones sociales y jurídicas con un énfasis especial «en los aspectos más relevantes relacionados con la necesaria actualización de los modelos de gestión sociopolítica en nuestro país»9. El Laboratorio inició sus actividades con un curso titulado «Constitución cubana: pasado, presente y futuro». Revestido de un lenguaje y tono académicos, el boceto del curso toca una serie de temas controvertidos, como la exploración de lo que es y no es democrático en el sistema electoral cubano y la presentación de «propuestas para la democratización»10.

Realismo y pragmatismo

En lo que promete ser un documento de gran importancia, en el sentido de que refleja la política de la Iglesia en la presente coyuntura, Lenier González Mederos, viceeditor de la revista Espacio Laical, rechaza claramente la posición de aquellos críticos que quieren que el cardenal Ortega adopte una postura dura hacia el gobierno cubano, insertando «a la Iglesia en la reproducción de lógicas políticas sustentadas en el aniquilamiento del ‘otro’»11. González Mederos insiste en que fue el espíritu del realismo y pragmatismo político lo que hizo posible el desarrollo de un consenso entre el gobierno y la Iglesia, para de esa manera transformar ciertos asuntos conflictivos, como la libertad religiosa y la defensa de la soberanía nacional, en áreas de cooperación12. Como resultado de este proceso, aduce González Mederos, se han conquistado espacios para la expansión de la libertad de expresión, reunión y religión sin que estas estén asociadas a una lógica de desestabilización interna. El viceeditor de Espacio Laical termina expresando su esperanza de que una «reinvención del socialismo cubano» no se limite al logro de la eficiencia económica, como lo sugirió el vicepresidente Marino Murillo, sino que también dé la bienvenida e integre a «la creciente pluralidad de (…) la sociedad cubana»13. Conforme al documento, esto implica una propuesta para reconfigurar de manera radical las instituciones del Estado y la presente arquitectura del PCC «para que pueda acoger efectivamente en su seno a toda la diversidad nacional»14, aunque es muy revelador que el autor no diga una palabra sobre la abolición del régimen unipartidista. Al mismo tiempo, González Mederos trata de aplicar un poco de presión cuando expresa estar preocupado porque se está agotando el tiempo que las autoridades del país, con Raúl Castro a la cabeza, tienen para facilitar una «transformación ordenada y gradual del sistema cubano»15.

En un nivel más alto de abstracción, González Mederos aboga por un nacionalismo católico en el que la Iglesia, en vez de tratar de obtener el poder secular –lo que la colocaría en una dinámica de oposición total al gobierno– escoja unirse a todos los cubanos, independientemente de su ideología y religión, «en la doble senda de la transformación personal y en el sueño de construir una patria ‘con todos y por el bien de todos’». Este nacionalismo católico define la nación como una casa –Casa Cuba– en la que la fraternidad entre los residentes significa la eliminación de todo tipo de exclusiones, y se rescata así «un sentido comunitario para la nación»16. Se podría decir que de ese modo la nación se convertiría en un verdadero hogar. En este nuevo cosmos nacional, los que apoyan la Revolución en la isla y los exiliados cubanos en el extranjero tendrían al menos la posibilidad de reconocerse como parte de «un todo único e indivisible»17. Pero el teórico católico no explica cómo la construcción de una comunidad nacional cubana podría superar concretamente las diferencias tan pronunciadas en la distribución del poder político, racial y de clase.

Para legitimar históricamente ese nacionalismo católico, el padre Carvajal ha articulado y propagado una versión muy distorsionada de la historia cubana bajo el colonialismo español y del papel que el catolicismo jugó en este. Ignorando la diferencia entre la formación cultural de la nación y la lucha por la independencia política, el sacerdote sostiene que el Seminario Católico de San Carlos y San Ambrosio (en cuyo edificio está hoy situado el Centro Cultural Padre Félix Varela) fue la cuna de Cuba como nación, y que esta fue una idea concebida originalmente por curas católicos18. Carvajal propone, justificadamente, al padre Félix Varela, producto del Seminario, como un héroe católico cubano en virtud del papel que jugó en el desarrollo del sentimiento proindependentista durante la primera mitad del siglo XIX, aunque en realidad el padre Varela no desarrolló sus ideas independentistas en el Seminario, sino cuando estuvo desterrado en EEUU. Lo peor de todo es que ni el padre Carvajal ni ningún otro vocero de la Iglesia han reconocido de manera alguna el apoyo militante que la jerarquía católica brindó al colonialismo español, especialmente durante la última Guerra de Independencia (1895-1898)19. Es inevitable notar la similitud entre este caso de revisionismo histórico y otro muy famoso por su muy distorsionada redefinición de la historia: el intento de Fidel Castro de convertir al prócer cubano José Martí (1853-1895) en partidario del Estado unipartidista y, por lo tanto, en precursor de su propio régimen.

¿Cuáles son los puntos a favor y en contra del nuevo rol de la jerarquía católica como mediadora? Es innegable que la nueva relación entre la jerarquía y el gobierno, especialmente desde que Raúl Castro asumió el poder, ha mejorado en algo el clima político en la isla. La liberación de la mayoría de los presos políticos, condenados a largas penas en la cárcel, es claramente una mejora. Quizás un logro más importante a largo plazo es la apertura de algunos espacios que permiten un debate mucho más amplio del que antes era posible en revistas comunistas liberales de ciencias sociales como Temas, en el Centro Cultural Padre Félix Varela o a través de publicaciones católicas como Espacio Laical. Esto, a su vez, ha de haber contribuido a un mayor grado de relajación política, en especial para intelectuales y artistas, aunque la nueva política gubernamental de encarcelar a disidentes, aunque sea por corto tiempo, pone todo lo anterior en duda. Muchos disidentes de derecha desdeñan cualquier relajamiento que ponga en cuestión la justificación, por muy equivocada que esta sea, de la agresión por parte de EEUU, el vehículo preferido de estos grupos para lograr sus metas políticas. Pero para los críticos y oposicionistas de izquierda, la relajación política y la creación de espacios para una discusión más libre pueden propiciar el surgimiento de movimientos democráticos desde abajo, que podrían contribuir a la democratización política y económica real de la sociedad cubana.

Al mismo tiempo, la colaboración de la jerarquía católica con el gobierno puede ser un obstáculo precisamente para el surgimiento de movimientos democráticos desde abajo. En primer lugar, porque la Iglesia, a cambio de su relación de negociación con el gobierno, ha aceptado explícitamente límites muy claros a sus propias posiciones políticas, lo que incluye, por lo menos, un compromiso político tácito con la permanencia del gobierno. En segundo lugar, porque como parte de esta relación, la jerarquía ha podido obtener concesiones institucionales que la harán renuente a tomar riesgos.

El comportamiento de la Iglesia católica polaca antes y después del surgimiento del movimiento Solidaridad en 1980 es un ejemplo muy útil en este contexto. En la década de 1970, la Iglesia ya había establecido un modus vivendi satisfactorio con el gobierno comunista de Edward Gierek. En contraste con el mito fabricado sobre la Iglesia polaca, cuando los trabajadores de los astilleros de la costa báltica fueron a la huelga en agosto de 1980 para demandar el derecho de organizar sindicatos independientes, el cardenal primado Stefan Wyszynski instó a los huelguistas a regresar al trabajo sin haber logrado sus reivindicaciones. Aunque algunos intelectuales católicos liberales, como Tadeusz Mazowiecki y Jerzy Turowicz, apoyaron activamente a los huelguistas, la Iglesia como institución mantuvo una prudente distancia. Sí apoyó a Solidaridad una vez que este se estableció, pero se mantuvo circunspecta con respecto al espíritu democrático radical que animaba al movimiento en aquella época20. No parece exagerado asumir que la jerarquía cubana reaccionaría de manera similar frente a cualquier movimiento comparable en Cuba, particularmente cuando ya ha establecido con claridad que su enfoque conciliatorio es incompatible con cualquier oposición abierta al régimen.

Ayer Polonia, ¿hoy Cuba?

Aunque la Iglesia cubana no tiene ni las profundas raíces nacionalistas ni el apoyo popular que tenía la Iglesia polaca en la época de Solidaridad durante los años 80, tiene la gran ventaja de ser la única institución en Cuba que es verdaderamente importante sin ser parte del Estado. La fuerza que tiene como institución y sus negociaciones con el gobierno de Raúl Castro le han permitido ganar mucho terreno, lo que la puede colocar en una posición muy favorable, en un contexto de transición, para «pasarle la cuenta» al pueblo cubano por sus esfuerzos a favor de las reformas en el pasado. Quizás la Iglesia no sea tan fuerte como para detentar el poder político a través de un Partido Demócrata Cristiano, aunque dicho partido ya existe en el exilio y probablemente podrá recabar cierto apoyo cuando se establezca en la isla. Si bien sus actividades en el Centro Cultural Padre Félix Varela y sus publicaciones indican que apoya una apertura al mercado y al capitalismo, ese no va a ser el foco principal de su agenda de transición. Pero lo que sí es probable es que la Iglesia trate de instituir su agenda social a través de presiones sobre el Estado para desmantelar o restringir varios derechos sociales que hoy en día existen en la isla.

La postura social conservadora del cardenal Ortega es bien conocida. En su Carta Pastoral del 25 de febrero de 2003, afirmó, como si se tratara del resultado de una teoría científica comprobada, que «la experiencia demuestra que sexo, alcohol y droga se entrelazan peligrosamente»21. Varios años más tarde, Ortega lamentó la decadencia moral de la sociedad cubana. Y una vez más, mezclando diferente tipos de cuestiones, censuró «la vida sexual desenfrenada, el descompromiso social, la música ensordecedora sin respeto a los vecinos, el abuso de bebidas alcohólicas o el asesinato de un sacerdote para robarle» (en alusión al asesinato de un cura español en julio de 2009)22. La Iglesia católica se opuso vigorosamente a varias actividades del Centro Nacional de Educación Sexual (Cenesex), dirigido por Mariela Castro Espín, hija de Raúl Castro, así como a la proyección de la película Secreto en la montaña (Brokeback Mountain), de Ang Lee. La Diócesis Católica de La Habana publicó también una fuerte denuncia de lo que vio como una campaña gubernamental para promover la homosexualidad, el transexualismo y la «diversidad sexual»23.

La Iglesia católica ha expresado, a través de la historia, su oposición al divorcio y especialmente al aborto. El divorcio legal se estableció en Cuba en 1918, varias décadas antes de la Revolución. Dadas sus profundas raíces históricas en la isla, es muy poco probable que la Iglesia organice una campaña contra el divorcio en el futuro, pero no se puede excluir la posibilidad de que comience a abogar por restringir la facilidad con que este se puede conseguir hoy en día en Cuba. El aborto se ejerció de manera amplia en la isla mucho antes de la Revolución, aunque era ilegal y fue ocasionalmente perseguido por las autoridades hasta 1965, cuando el gobierno revolucionario decidió permitirlo. Como en otros países comunistas, el aborto ha sido usado como un método de control de la natalidad debido al acceso irregular a contraceptivos y a una educación sexual inadecuada. Alcanzó su más alta frecuencia en 1986 (de 97 abortos por cada 100 nacimientos)24 y después declinó a 52,5 en 200425, aunque esta sigue siendo una cifra alta en términos internacionales. Es claro que, si bien el aborto se practica para controlar la natalidad, no es un método idóneo para hacerlo, lo que lo hace vulnerable al ataque de la Iglesia. Aunque la agitación sobre cuestiones sociales como estas no ha sido el foco principal de la Iglesia cubana, eso probablemente cambie al momento de una transición. El ejemplo de la Iglesia polaca es instructivo en este contexto, porque a pesar de que sus raíces históricas e influencia en la población son diferentes, muestra un método común de intervención política, en el que las jerarquías católicas se han basado en la acción gubernamental para imponer su agenda social a toda la población, y no solo a los creyentes católicos. Fue así como, poco después del colapso del comunismo polaco, la Iglesia presionó al primer gobierno no comunista, encabezado por el primer ministro Mazowiecki, para que aceptara la reintroducción de la educación católica en las escuelas públicas y para que ordenara restricciones que limitaron considerablemente el acceso al aborto. Acomodándose a las preferencias de la Iglesia, el gobierno implementó esas medidas sin discusión pública y sin un voto parlamentario (fue después de que el gobierno presentara ante el Parlamento una legislación general sobre el aborto)26.

En este contexto, los izquierdistas críticos se encuentran en una posición nada envidiable: ellos dependen, hasta cierto grado, de los espacios que les facilita una Iglesia católica que no comparte sus valores fundamentales y que posiblemente acabe volcándose contra ellos. Lo que ocurrió en Polonia vuelve a ser clarificador en este contexto. En los años 70 y 80, la izquierda crítica en ese país enfrentó una situación que tiene varios elementos en común con la situación cubana actual. Esto incluye un gobierno comunista que había llegado a un modus vivendi con la jerarquía católica, aunque quizás no en el grado de la Cuba actual, y una naciente izquierda crítica que había roto con el comunismo y que tenía que determinar su actitud hacia la Iglesia. En este contexto, Adam Michnik, quien más tarde fue uno de los líderes de Solidaridad –el movimiento que finalmente derrotó al comunismo en Polonia–, publicó un libro muy influyente sobre la izquierda polaca y la Iglesia en 1975-197627. Michnik nació en 1946, era hijo de padres judíos y veteranos comunistas y se educó en un ambiente de izquierda crítico del régimen de Varsovia. Fue muy afectado por los sucesos de 1968 en Polonia, cuando el gobierno no solo reprimió físicamente las protestas estudiantiles sino que también condujo una campaña contra los intelectuales, que conllevó el encarcelamiento de estudiantes, el despido de profesores y la acusación contra los judíos como responsables de la situación imperante, lo que forzó a la mayoría de estos a abandonar el país. Los sucesos de ese año mostraron un Partido Comunista que recurría a las tradiciones represivas fascistas, mientras que sectores del catolicismo hacían todo lo posible para defender a los estudiantes. Después, autores que fueron proscritos por el gobierno, muchos de ellos judíos, solo pudieron publicar en la prensa católica. Mientras estaba preso por su participación en los sucesos de 1968, Michnik comenzó a revisar sus ideas políticas con respecto a la Iglesia, ideas que más tarde publicó en su libro La Iglesia y la izquierda, donde propone un diálogo entre la izquierda secular y la Iglesia con el propósito, según lo describe el experto en asuntos polacos David Ost, de «mediar diferencias (…) aceptar la verdad de ambos lados (…) y colaborar hacia una meta común»28.

Que Michnik haya reconocido las contribuciones de la Iglesia católica polaca en el contexto de la represión comunista es válido y comprensible, como lo puede ser para los críticos de izquierda cubanos que hoy encuentran un espacio dentro de las instituciones católicas en la isla. Pero es importante señalar que la noción que Michnik tenía del diálogo con la Iglesia acabó siendo para él una suerte de capitulación ante esa institución. En su libro, rechaza lo que describe como la hostilidad intransigente de la izquierda hacia la Iglesia católica y señala que el enemigo de la izquierda no es la Iglesia sino el totalitarismo29, y que «las viejas distinciones [izquierda/religión] desarrolladas en el contexto de la democracia burguesa son ahora obsoletas»30. La actitud de Michnik hacia la Iglesia supone un método político conforme al cual puede haber un solo enemigo en un momento determinado. Este es un viejo enfoque político, muy anterior a Michnik y muy afín a nociones tales como «el enemigo de mi enemigo es mi amigo». Esta noción ignora que la manera en que se conduce la lucha contra la opresión tiene una gran influencia sobre lo que resulta de esa lucha. Específicamente, lo que esto significa es que aunque el Estado opresivo, sea o no comunista, es el enemigo principal de una oposición y una resistencia activas, ese movimiento de oposición puede comprometer sus metas principales por la manera en que se relaciona con otros grupos o instituciones actual o potencialmente opresores. Es irónico que, mientras Michnik critica al movimiento comunista internacional acusándolo de seguir la máxima atribuida a Charles de Montalembert («Mientras soy débil demando de ti mi libertad, porque ese es tu principio, pero cuando sea fuerte te privaré de tu libertad, porque ese es mi principio31»), ignora, conociendo la historia de la Iglesia católica polaca, que esa máxima podría también aplicarse a esta institución.

Es así como Michnik acaba justificando la enseñanza de la religión en las escuelas públicas con el argumento de que la prohibición de ese tipo de enseñanza fue el primer paso del comunismo para abolir por completo el entrenamiento religioso de la juventud. También defiende el llamado de la Iglesia a no leer libros ateos, argumentando que era una manera de rehusar participar en la vida oficial del Estado totalitario32. En su crítica de las tradiciones iluministas de la izquierda, juzga como arrogantes a los izquierdistas que pretenden conocer «la verdadera senda del progreso y la razón» y sostiene que «la implementación de tales planes [iluministas] para el Nuevo Orden y el Reino del Progreso necesariamente conducen al desprecio al pueblo, al uso de la fuerza y a la autodestrucción moral»33.

Finalmente, Michnik modificó su punto de vista a fines de los 80, distanciándose de la Iglesia católica y advirtiendo que Polonia se estaba abriendo a la posibilidad de una «iranización»34. O sea que, para Michnik, ceder de ese modo ante la Iglesia no funcionó y, de hecho, contribuyó a la hegemonía de esa institución, con consecuencias muy negativas en la vida democrática de su sociedad. Dada esa experiencia, ¿cómo puede una izquierda crítica democrática repensar la manera de relacionarse con la Iglesia católica?

En una sociedad democrática, la Iglesia católica debe considerarse como otras organizaciones y grupos religiosos, cívicos y políticos; por lo tanto, debe compartir los mismos derechos. Pero el hecho de que el catolicismo haya sido históricamente la religión predominante en Cuba no le confiere ni privilegios ni un estatus especial en la vida pública. Si la Iglesia, en vez de limitarse al reino espiritual, decide, como cualquier otra organización, pronunciarse sobre cuestiones controvertidas de la vida pública, se convierte en un blanco legítimo de la crítica, y lo será más aún cuando trate –como ha tendido a hacerlo– de imponerle a toda la sociedad normas y reglas de conducta que, de otra manera, solo tendría el derecho de instar a sus feligreses a acatar voluntariamente (como, por ejemplo, evitar el uso de contraceptivos y el aborto).

Desde esa perspectiva, entonces, sería posible apoyar ciertas demandas de la Iglesia. Por ejemplo, el gobierno cubano ha conferido «concesiones» a la Iglesia católica, pero esta, como cualquier otra institución en la isla, no tiene derechos legales o políticos que el gobierno esté obligado a respetar. Una perspectiva democrática requeriría convertir prácticamente todas las «concesiones»35 que la Iglesia ha obtenido del gobierno en derechos, como organizar procesiones religiosas, capacitar a nuevos sacerdotes y proveer servicios a presos (una concesión que les fue otorgada a todas las denominaciones religiosas en 2009). Al igual que cualquier otra organización significativa por fuera del Estado, la Iglesia tiene el derecho a un «espacio sistemático» en los medios masivos de comunicación, un reclamo de esta institución que el Estado cubano todavía no ha satisfecho.

Mucho más problemáticas son las demandas de la Iglesia con respecto a la educación religiosa de los niños. Estas pueden significar cosas muy diferentes. Por ejemplo, pueden referirse a impartir educación religiosa en sitios que le pertenecen a la Iglesia católica durante las vacaciones, fines de semana o después de las clases de la escuela pública, lo que, desde un punto de vista democrático, no se puede objetar. Pero estas demandas también pueden significar el establecimiento de escuelas religiosas como alternativa a la escuela pública, principalmente a partir del argumento de que solo los padres tienen el derecho a decidir sobre la educación de sus hijos. Este argumento parte de una premisa de tipo liberal-individualista que excluye toda consideración del papel crítico que una educación pública democrática (y no la del presente Estado unipartidista) puede jugar en formar a las nuevas generaciones y a la sociedad como un todo. También ignora el papel de la educación pública en términos de integración social y en el fomento de la igualdad de clase y raza. La educación en escuelas privadas religiosas y seculares fue un hecho comúnmente aceptado como «natural» en la Cuba prerrevolucionaria, segregada tanto desde el punto de vista racial como de clase. Estas escuelas fueron, de hecho, centros de entrenamiento educacional y social de las clases altas y de una parte importante de las clases medias y excluyeron casi totalmente a los negros. Pero la jerarquía católica cubana no estaba satisfecha con esa situación, y a lo largo de la historia de la República (1902-1958) hizo campaña, repetidamente pero sin éxito, para establecer la educación religiosa en las escuelas públicas. Incluso poco después de la victoria de la Revolución, el arzobispo de Santiago de Cuba Enrique Pérez Serantes trató, infructuosamente, de persuadir a Fidel Castro (cuya vida ayudó a salvar luego de la derrota del ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953) de las virtudes de la educación religiosa en las escuelas públicas36. Hasta el momento, la jerarquía católica ha mantenido cierta cautela sobre este tema. Aun así, Orlando Márquez, el vocero oficial del cardenal Ortega, abogó recientemente a favor de la educación privada religiosa como alternativa a la pública con varios argumentos, incluyendo el ahorro que esto significaría para el gobierno. Al mismo tiempo, concedió tácticamente la posibilidad, que ya está siendo implementada por lo menos en una iglesia en la isla, de proveer educación católica como complemento, aunque no como alternativa, de la educación pública37.

Hay otras cuestiones que auguran una fricción considerable entre la izquierda crítica democrática y la Iglesia católica. La primera involucra la separación estricta entre la Iglesia y el Estado. El artículo 35 de la respetada Constitución de 1940 afirmó, sin ambigüedad alguna, que «la Iglesia estará separada del Estado, el cual no podrá subvencionar ningún culto»38. ¿Respetará la Iglesia católica esa estricta separación? También está la cuestión del matrimonio. Históricamente, la izquierda ha visto el matrimonio como una unión voluntaria de la cual cada consorte se puede retirar sin obstáculos legales innecesarios salvo para proveer la máxima protección, financiera y de otro tipo, a niños y mujeres. La libertad sexual es otra área potencial de conflicto, incluyendo los derechos de las personas LGBT a casarse y adoptar niños. El aborto será otra fuente de disputa. La izquierda de hoy exige que este sea gratis y accesible cuando las mujeres lo demanden, pero no como sustituto de métodos contraceptivos y de educación sexual39. Otras cuestiones importantes para la izquierda actual incluyen la noción de que las actividades científicas se orienten por consideraciones de tipo ético y humanístico y no por razones religiosas, como en el caso de las investigaciones sobre células madre40. La censura gubernamental es otra área de discordia potencial, dado que la izquierda democrática busca abolirla, tanto aquella basada en el contenido político como en el caso de la expresión artística que la Iglesia tilde de pornográfica41.

Diálogo, no subordinación

No hay razón alguna por la cual la naciente izquierda democrática deba evitar el diálogo con los católicos de base y con los intelectuales progresistas católicos que comparten la idea de que una sociedad democrática significa que nadie tiene el derecho de imponer sus ideas y modo de vida a otros. Ese diálogo no implica que las partes deban aceptar la noción liberal relativista de que «toda idea y modo de vida es igualmente válido»; después de todo, si las personas no creyeran que sus ideas son más válidas que otras no las adoptarían. Tampoco hay por qué ver ese diálogo como un regateo en el que una de las partes debe conceder algo a cambio de que la otra parte conceda algo también. El diálogo se puede considerar como un respetuoso esfuerzo de mutua persuasión, que quizás lleve y quizás no a un acuerdo, o a que una parte acabe siendo persuadida. Ese proceso de articular argumentos razonados para tratar de persuadir a la otra parte puede llevar a aclarar y distinguir lo que es un desacuerdo y lo que es un malentendido, haciendo posible así la cooperación en aquellas cosas en que existe un acuerdo genuino. En Cuba, la prueba real será si los católicos progresistas se unen a la izquierda en cualquier movimiento que surja para desarrollar en la isla un socialismo verdaderamente democrático.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Las encrucijadas de la política migratoria cubana


La migración constituye hoy una pieza clave de la realidad cubana. Buena parte del consumo familiar depende de las remesas, mientras que el Estado compensa sus crónicos déficits financieros exigiendo una serie de pagos leoninos por servicios diversos. Al mismo tiempo, los migrantes han sido despojados de todos sus derechos ciudadanos, incluyendo el de volver a vivir en el país en que nacieron. Hace más de un año, Raúl Castro anunció una «actualización» migratoria que levantó numerosas expectativas. Cuando finalmente se dio a conocer el contenido de la reforma, todo indica que se trata de pasos muy parciales, ciertamente positivos, pero que no dan solución a un problema que la sociedad cubana, eminentemente transnacional, debe resolver.

Si consideramos que el general Raúl Castro lleva seis años al frente del gobierno cubano y evaluamos lo que ha logrado hacer, no hay más remedio que pensar que su llamada «actualización del modelo» solo ha estado arañando la superficie de lo que supuestamente quiere cambiar. Ni siquiera nos queda claro qué significa «actualización», mucho menos las implicaciones de la palabra «modelo» en un país donde la asistematicidad ha sido la cualidad principal de la gestión pública. Y luego, todo se hace, dice el general/presidente, «sin prisa pero sin pausa», lo que en realidad significa un ritmo lento y cansón, fatal para una sociedad que se empobrece, se aburre y decrece demográficamente. Le sucede con todo lo que toca y le ha sucedido de manera muy particular con lo que ha denominado la «actualización migratoria».

Durante 14 meses –desde agosto de 2011 hasta octubre de 2012– los cubanos vivieron pendientes de la anunciada reforma, un tema vital para una sociedad que es eminentemente transnacional. Catorce meses en que la población sospechaba que algo se movía, pero no conocía qué temas, ni los timings acordados, ni si finalmente iban a ser consultados sobre un asunto tan delicado que a todos concernía.

Por fin, el 16 de octubre de 2012 fueron publicados en la Gaceta Oficial tres decretos leyes y una decena de resoluciones que modifican la ley 1.312 de 1976, una ley que nadie tomaba en cuenta pues el tema migratorio estaba regido por reglamentos y prácticas solapados y dictados de acuerdo con las coyunturas, y que tenían como denominador común un concepto restrictivo de la migración y una ambición expoliadora de su uso.

Cuando se contrastan los contenidos de las modificaciones con el tiempo empleado en la elaboración de la propuesta legal, y a ello se adiciona el impenetrable secretismo que moldeó todo el proceso, no queda más remedio que reconocer que ha sido un asunto arduo y complejo para la elite política posrevolucionaria. Los resultados obtenidos –aunque positivos– dejan los problemas fundamentales en el mismo lugar en que estaban y la mayoría de los vítores granjeados tiene tres fuentes: la lealtad política, la diplomacia o la ignorancia. En ningún caso, un ejercicio crítico bien informado.

En mi opinión, la dilación y lo magro de las decisiones han estado ligados a tres tipos de problemas. El primero de ellos se refiere a la dificultad para satisfacer los requerimientos del deber ser de cara a las exigencias de la gobernabilidad. Inobjetablemente, Cuba –a pesar de que es signataria de todos los acuerdos internacionales al respecto– muestra uno de los regímenes migratorios más excluyentes y arcaicos a escala planetaria, y su mantenimiento sin variaciones tiene costos morales y políticos inevitables. Pero, al mismo tiempo, no puede perderse de vista que todos los candados migratorios existentes –muchos y muy onerosos– son parte de un sistema de control político autoritario que no puede ser afectado más allá de muy escuetos límites.

La segunda cuestión se refiere a los usos de la emigración. Durante muchos años, los migrantes han sido tratados como bestias pardas y presentados a la población como la negación misma de la dignidad patria, antítesis de la realización nacional. Este uso político ha sido matizado desde fines de la década de 1970, cuando se inició un uso económico de los migrantes como remesadores, y sobre todo desde los años 90, cuando las remesas pasaron a ser un componente vital de la economía insular, del consumo popular y de la propia gobernabilidad de un sistema marcado por recurrentes crisis económicas. El dilema que viene enfrentando la clase política cubana reside en decidir qué usos son más provechosos y pertinentes a la luz del esfuerzo del gobierno por remontar la presente situación de debacle económica sin alterar el régimen político. Esto coloca el asunto justo en el centro de una relación muy tensa entre la política y la economía.

Y, finalmente, los temas cruzan a la propia elite política posrevolucionaria y separan a sus dos fracciones: la burocracia rentista afincada en el Partido Comunista (PCC) y la tecnocracia empresarial incubada en las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Ambas coinciden, por mero instinto de conservación, en que el asunto de la migración no debe ligarse al otro tema, siempre espinoso, de los derechos civiles y políticos de los cubanos, y por tanto concuerdan en reservarse a sí mismas la potestad para otorgar permisos y retirar anuencias. Pero las diferencias afloran en el tema económico. Mientras la primera apuesta por el mantenimiento, en lo fundamental, del actual régimen migratorio y la exacción económica de la diáspora por las vías fiscal y de precios, la segunda estaría dispuesta a un uso más intensivo de los ahorros de los migrantes (por el momento, la inversión a mayor escala es dificultada por la Ley Helms-Burton) y de su fuerza política en un lobby antiembargo/bloqueo más efectivo. Y estas discrepancias, aun cuando existan poderosos consensos políticos, son siempre incómodas en un sistema que, como el hielo, no solo es duro y frío, sino también sorprendentemente frágil.Por supuesto que el resultado alcanzado con la «actualización migratoria», a la que me referiré más adelante, tiene una historia y un contexto que vale la pena recordar.

Un poco de historia

La emigración cubana es fundamentalmente un hecho posrevolucionario. El triunfo insurreccional de 1959, con sus políticas redistributivas y nacionalistas, provocó varios flujos clasistas que Silvia Pedraza, en un libro apasionante, define en cinco olas. Inicialmente se trató de los funcionarios y las familias burguesas más comprometidas con la dictadura batistiana; luego, del resto de la burguesía, y más adelante, de la clase media asustada por la radicalidad revolucionaria que –adornada con los inevitables alardes de «austeridad plebeya»– fue identificada como comunismo. En toda esta primera etapa, la emigración fue un instrumento de presión que EEUU y la contrarrevolución local usaron contra la entonces joven revolución popular.

Estos flujos se han continuado a lo largo de medio siglo, salpicados por explosiones masivas como las que tuvieron lugar a través del puerto de Mariel en 1980 y a lo largo de toda la costa Norte en 1994. Pero inevitablemente cambiaron su composición social y fueron engrosados por familias trabajadoras y por jóvenes que nunca conocieron otra realidad que la sociedad posrevolucionaria. Eran, desde cierto ángulo, los «hombres nuevos» frustrados de una revolución hipotecada. Pero desde otro, eran simplemente migrantes que buscaban mejores horizontes económicos en un país desarrollado donde ya existía una atractiva cabeza de playa.

Se calcula que esta migración involucra a unos dos millones de personas en todo el planeta, de las que 1,8 millones –según el censo estadounidense de 2010– residen en EEUU (1,2 millones viven en la porción sur de la Florida, en torno de la controvertida ciudad de Miami). En este sentido, Cuba está en una situación similar a la de otros países caribeños, pero guarda algunas diferencias cruciales para el tema que nos ocupa –sobre todo en relación con su comunidad asentada en EEUU–, a las que me refiero brevemente a continuación:

- La naturaleza social de la emigración cubana es única en el hemisferio. Se compuso inicialmente de clases medias y alta, y luego de grupos de jóvenes con niveles apreciables de educación que habían aprovechado la movilidad social ascendente del hecho revolucionario. Por ser parte inevitable de un conflicto político binacional, fueron beneficiados con un régimen de incorporación muy auspicioso adornado con normativas como la problemática Ley de Ajuste Cubano, becas y otros apoyos que no tuvieron otras minorías. En consecuencia, es una comunidad muy boyante económicamente y que ha logrado posiciones importantes en el sistema político estadounidense. Según algunos cálculos, la suma del valor de los 150.000 negocios cubanoamericanos en el sur de la Florida es muy cercana a la mitad del PIB insular del año 2010 y varias veces las exportaciones de productos y servicios de la isla. En la actualidad, varios congresistas son de origen cubano, y la fuerte concentración en un estado tan decisivo electoralmente como Florida los convierte en actores cuya importancia política rebasa con mucho el peso demográfico de los migrantes cubanos.

- En un principio, era una migración marcadamente política, y estos primeros inmigrantes politizaron toda la matriz de inserción posterior, haciendo del anticastrismo oficio y religión. Aunque los migrantes posteriores se acercaron más a lo que hoy se llama «emigración económica», fueron sometidos a vejaciones, expropiaciones y a la estigmatización por parte del Estado cubano, que los consideró despreciables desgajamientos del cuerpo nacional. En consecuencia, ha sido una comunidad permeada por un fuerte sentimiento anticomunista, lo que la ubica en la derecha del espectro político –regularmente alineada con el Partido Republicano– pero muy liberal en temas sociales como pueden ser el aborto o las uniones de homosexuales. Los cubanos emigrados tienden a denominarse «exiliados» a pesar de que muy pocos lo son realmente. Todos son, sin embargo, desterrados. Vale la pena aclarar que las políticas del gobierno cubano hacia la emigración han experimentado flexibilizaciones, en la misma medida en que cambiaba la composición social y la relación económica. Hace cuatro décadas, los cubanos estaban impedidos absolutamente de viajar al extranjero, a menos que lo hicieran por alguna razón oficial o para abandonar definitivamente el país. Los emigrados, por su parte, no podían regresar al país ni siquiera a visitar a sus familiares en casos de emergencia. Hoy pueden hacer ambas cosas y hay diversas modalidades para ello.

Pero las flexibilizaciones experimentadas a lo largo de seis décadas no han afectado la potestad absoluta del Estado cubano para permitir y prohibir en una materia en la que deberían primar los derechos ciudadanos al libre tránsito, tal y como ocurre a escala planetaria y como se contempla en los varios acuerdos internacionales que el gobierno cubano ha suscripto. Esos derechos ciudadanos han sido secuestrados o vendidos, y no parece que la «actualización» del pasado 16 de octubre haga una diferencia cualitativa en este sentido.

La conjunción de Marte y Mercurio

La situación migratoria cubana es tan abigarrada que con frecuencia escapa al entendimiento de los observadores distantes. Para que el lector tenga una idea más completa de lo que ha sucedido con la última reforma migratoria, es conveniente explicar cuál era la situación precedente y cuáles han sido los cambios que se han producido.

Ciertamente, un ejercicio complejo por dos razones. La primera, porque se trata de una situación que no existe en casi ningún otro lugar y por consiguiente sus conceptos y categorías son incomprensibles para muchas personas. La segunda, porque la normatividad es tan fragmentada, solapada y discrecional, que todavía no es posible entender –hasta que la práctica lo defina– si algunos procedimientos siguen en pie o si son parte de la historia.

Para los ciudadanos cubanos que residen en la isla hay cuatro maneras legales de viajar al extranjero:

- Con un estatus excepcional llamado «permiso de residencia en el exterior», mediante el cual la persona puede entrar y salir casi libremente cuando lo considere necesario, aunque solo puede permanecer en el país por un tiempo limitado. Se otorga a personas que se han casado con extranjeros, a funcionarios autorizados y a miembros prominentes de la elite política, intelectual o sus familiares. Es un privilegio otorgado –y revocable si la persona mostrara algún tipo de comportamiento no aceptable para el régimen– y sus usufructuarios son una ínfima minoría. Respecto a ellos, la reforma acordada les extiende el plazo de permanencia anual en el país a seis meses.

- La salida «definitiva»: en este caso, la persona que emigra no puede regresar a vivir a Cuba y pierde todos sus derechos ciudadanos. Es la condición de la mayoría de los emigrados, a los que se suman los miles de cubanos que emigran ilegalmente, en balsas o tanteando las fronteras con México y Canadá. La reforma les concede dos ventajas. La primera es que reafirma la potestad de vender o traspasar sus propiedades antes de irse (antes eran expropiados), lo cual ya había sido acordado en la nueva ley de la vivienda de 2011; es decir, les permite un beneficio económico de venta, pero no poseer una propiedad en el país en que nacieron. La segunda es que pueden permanecer en el país hasta por tres meses cada año, contra solo un mes anteriormente. Estas personas pueden solicitar al gobierno cubano que les permita regresar a vivir de manera definitiva en la isla, lo cual implica un complejo proceso de aprobación.

- La salida temporal que ensayan personas que solo aspiran a estar fuera de la isla por un tiempo. Antes podían estar por 11 meses, al cabo de los cuales, si no regresaban, se convertían en migrantes «definitivos». Estas personas requerían para poder viajar de dos documentos legales: una carta de invitación y un permiso de salida. Ambos han sido derogados en la nueva legislación, lo que abarata y flexibiliza los trámites pero no otorga derecho a viajar, pues el Estado se reserva la potestad de negar el pasaporte a aquellas personas que por su calificación técnica (médicos, científicos, atletas, etc.) o actitudes políticas oposicionistas o críticas sean consideradas no aptas para viajar al extranjero. La nueva normatividad no aclara cuáles serán los criterios que excluirían a determinadas personas, ni quiénes los definen, ni si existe alguna instancia de apelación. Otra ventaja es que quienes utilizan este sistema ahora pueden permanecer fuera hasta por 24 meses, tras lo cual deben regresar o pierden sus condiciones ciudadanas. Finalmente, la nueva legislación no prohíbe, como la anterior, la emigración temporal de menores de edad, pero siempre que lo hagan con sus padres.

- Por la vía oficial, que atañe a personas que salen en misiones gubernamentales o de organizaciones afines: funcionarios, académicos, artistas y técnicos. Estos necesitan una institución oficial que patrocine el viaje. Si alguna persona que sale en uno de estos viajes decide no regresar a Cuba –oficialmente, «deserta»–, pierde todos sus derechos de ciudadanía, no puede regresar al país en varios años (formalmente, hasta cinco) y no se permite a su familia salir de la isla. Es decir, es condenado a una separación familiar por varios años.

Como antes apuntaba, todo el entramado de permisos, procesos burocráticos, filtros, prohibiciones, etc., constituyen piezas claves para la consecución de la obediencia política, tanto de los cubanos que han emigrado como de los que permanecen en la isla.

Muchos cubanos emigrados con posiciones políticas oposicionistas no son autorizados, ni siquiera en casos de emergencias familiares, a visitar la isla. Otros son autorizados, pero rechazados cuando llegan a tierra cubana, lo que incrementa el peso psicológico de la humillación. Es también usual que, como castigo a las posturas oposicionistas de algunos emigrados, sus familiares sean retenidos en Cuba, lo que impide la reunificación familiar. La historia reciente del país está plagada de hechos dramáticos de familias separadas, personas retenidas como rehenes y migrantes que han tenido que velar los últimos momentos de sus seres queridos en la lejanía, ante la negativa del gobierno a permitirles pisar la tierra en que nacieron.

Hacia el interior, el efecto es también paralizador. Todos los cubanos saben que el derecho a viajar depende de un buen comportamiento político. Y viajar no es para ellos únicamente una forma de resarcir el espíritu o de encontrarse con el mundo, sino también –y sobre todo– una manera de supervivencia en calidad de trabajadores temporales informales. Esto es particularmente cierto para los intelectuales, cuyas asistencias a congresos académicos, estancias investigativas o docencia en universidades extranjeras dependen de un alineamiento fundamental con las políticas gubernamentales.

Cada uno de los documentos requeridos para la migración tiene un precio en dólares regularmente inaccesible para una población que, como promedio, no gana más de 20 dólares mensuales, a menos que tenga familiares emigrados que asuman los costos. Los pagos que de aquí se derivan suman millones de dólares anuales que sostienen el costoso aparato de servicio exterior cubano. No obstante, la reforma migratoria produce en general un abaratamiento de todo el proceso –lo cual es positivo–, aunque no en la dimensión absoluta descripta por los entusiastas partisanos de la «actualización».

Es el caso, ya mencionado, de la supuesta derogación del permiso de salida y de la llamada «carta de invitación» (que en realidad generaba el propio Estado cubano), todo lo cual costaba unos 350 dólares. Ahora solo hay que pagar por el pasaporte, cuyo costo se ha incrementado de 55 a 100 dólares –alto en comparación con otros países–, pero el total sigue siendo muy inferior a lo que se pagaba antes.

No queda claro qué sucederá con otra gabela particularmente arbitraria por la cual el migrante temporal tenía que pagar al consulado cubano una suma de entre 40 y 150 dólares por cada mes que permaneciera en el país receptor. De manera que, si un cubano decidía permanecer de visita en EEUU por los 11 meses autorizados por el gobierno cubano, debía pagar al final por los diez meses últimos de la estancia hasta un total de 1.500 dólares; y si lo hacía en República Dominicana, la suma ascendía a 600. Aunque es presumible, y saludable, que este atropello al bolsillo de los migrantes haya sido eliminado, la legislación conocida hasta el momento no menciona el asunto, como si la vergüenza propia hubiera bloqueado la locuacidad de los funcionarios cubanos.

El pasaporte es otro perfil crematístico de la relación del Estado con la emigración. Solo tiene 32 páginas y, aunque tiene validez por seis años, ha de ser habilitado cada dos años con pagos consulares cercanos a los 100 dólares cada vez. Su emisión en el extranjero cuesta 200 dólares y en Cuba, 100. El uso de pasaporte cubano es obligatorio para visitar Cuba aun cuando la persona haya renunciado a la ciudadanía, de manera que si un migrante es ciudadano de cualquier otro país y decide visitar la isla tiene que hacerlo con pasaporte cubano, a pesar de que la Constitución cubana no reconoce la doble nacionalidad. Todo un nudo contradictorio en el que confluyen, tomados de la mano, Marte y Mercurio.

Los dilemas

Creo que todo lo que beneficie a la población cubana, lo que alivie el peso de esas inmensas coyundas enervantes que le impone su régimen político, simplifique la vida de la gente y le ahorre sufrimientos, es conveniente. Lo que se ha hecho apunta en esa dirección: se han flexibilizado gestiones, se han reducido gabelas irritantes y se van a facilitar los contactos de los cubanos insulares y emigrados. Muchos familiares y amigos tendrán ahora menos dificultades para encontrarse, y muchos compatriotas tendrán que perder menos dinero pagando los servicios consulares onerosos. Es posible que se incremente la salida temporal de cubanos, que estarán en otros lugares por más tiempo, con los beneficios que esto puede reportar. Por esto y por muchas otras razones, la reforma migratoria es positiva.

Por otra parte, la «actualización» genera un terreno menos enconado para una relación más intensa con un sector emigrado técnico y empresarial que puede realizar aportes significativos a la postrada economía insular, tanto en términos de capitales como de know how y capital social. De hecho, este tipo de relación ya ha estado funcionando y buena parte de los negocios privados pequeños que se han establecido en la capital –y que constituyen la única fuente creciente de empleos– se han fomentado con un dinero semilla proveniente de los emigrados.

Nada de esto justifica, sin embargo, el desafortunado entusiasmo de una serie de actores dentro y fuera de la isla –gobiernos, grupos académicos, intelectuales, asociaciones de emigrados subordinadas al gobierno cubano– que han proclamado esta reforma como un «salto cualitativo» trascendental en la evolución nacional. Como antes apuntaba, estos desafueros elogiosos han estado motivados por el tacto diplomático, por la complicidad/lealtad o por la ignorancia. Pero tienen en común una fuerte dosis de irresponsabilidad política y ética.

Ante todo, porque la reforma deja en pie –ni siquiera conmueve– el principio autoritario de que la sociedad cubana no tiene un derecho inalienable al libre tránsito, lo que sigue dejando a Cuba en un lugar muy poco estimulante en el plano mundial. Y lo que es más importante, la reforma deja a miles de cubanos sin la potestad para viajar fuera de la isla, sean opositores, críticos, científicos, profesionales o atletas. Miles de familias seguirán separadas por la persistencia del castigo a quienes emigran irregularmente y de la práctica de mantener a las familias como rehenes. Y lo que es más importante, la reforma deja a toda la sociedad cubana expuesta a un mismo tratamiento represivo, en la misma medida en que lo que no es un derecho para todos, no lo es para nadie. No pasará mucho tiempo antes de que la excitación de los titulares que anuncian el fin de una época ceda el paso al descubrimiento de que asistimos al remozamiento de la que hemos vivido.

La otra cuestión que merece ser resaltada es que la reforma es extremadamente parca respecto a los dos millones de cubanos que viven fuera de la isla. Este 20% de la población es la franja más dinámica de la sociedad transnacional cubana. De hecho, buena parte de la población insular se alimenta, se viste y se cura con los ahorros de los emigrados, quienes de paso ceban espectacularmente el fisco local mediante impuestos, servicios consulares y altos precios de los productos en las tiendas estatales cubanas. Los emigrados son un porcentaje muy alto de los turistas que se registran cada año y que gastan en la isla. Constituyen un área muy dinámica económica, social y culturalmente; y, de hecho, la única franja de población cubana que crece, pues la población insular se encuentra en franco decrecimiento.

A pesar de todo esto, los cambios para ellos son ridículos: alargamiento de estancias durante sus visitas a la isla. No se ha hecho alusión, por ejemplo, a la prohibición de la doble ciudadanía, cuya derogación mediante reforma constitucional hubiera significado una señal muy positiva realmente cualitativa. Tampoco hay una voluntad de motivar legalmente las inversiones pequeñas y medianas de estos desterrados, o la autorización a tener propiedades en la isla en que nacieron. El regreso a su país de origen sigue estando pendiente del mismo tipo de permiso gubernamental que autoriza a salir a los que están adentro.

De cualquier manera, más allá de los devaneos de la elite política, la sociedad transnacional cubana continúa su evolución. Los contactos se incrementan y se generan nuevos campos sociales transnacionales que tratan de recuperar el tiempo perdido tras muchos años de hostilidades y desconfianzas. Sucede en todas las esferas –la economía, la cultura, las religiones– y, curiosamente, también en el campo de la política.

No es que esto último –los campos sociales politizados– sea algo nuevo. Siempre el gobierno cubano contó a su favor con una franja de partisanos, de igual manera que los opositores internos contaron con apoyos. En esto ha habido de todo, desde creyentes sinceros hasta negociantes de ambas filosofías, castristas y anticastristas. Pero mientras se trató básicamente de dos posicionamientos polarizados, a favor y en contra, todo fue más sencillo para los dirigentes cubanos, expertos en el manejo de conflictos binarios.

Lo que es nuevo es que estos campos politizados transnacionales se multiplican en la misma medida en que se multiplican los posicionamientos políticos en torno de Cuba. El caso más evidente es la formación de un campo centrado en la Iglesia católica favorable a una transición ordenada y de entendimiento con la elite política, y en el que se aglutinan intelectuales, empresarios, activistas, profesionales en su mayoría católicos y conservadores. Y lo que podría ser aún más interesante serían las relaciones eventuales entre grupos y personalidades emigradas y contrapartes insulares en torno de acciones concretas, incluso en el campo de la izquierda política. Son signos de los tiempos y de una sociedad transnacional que de hecho se mueve y que lo seguirá haciendo bordeando los obstáculos. Eventualmente, pasando por encima de ellos.