miércoles, 24 de junio de 2020

LOS CUBANOS NOS SUMAMOS A ´´ UN MINUTO SIN OXIGENO´´

Ecos de homenajes a George Floyd sacan a relucir situación de presos políticos cubanos y el pueblo en general (UN MINUTO SIN OXIGENO). Los cubanos llevamos sin oxigeno ya 60 años.

Luis Manuel Otero Alcántara, líder del Movimiento San Isidro en La Habana, invita a la convocatoria “Sube tu video #UnMinutoSinOxigenoPorFloyd”.

“La vida de George Floyd se fue apagando durante ocho minutos y 46 segundos, cuando en un solo minuto todo puede cambiar”, “Un minuto te salva. Un minuto te mata. Un minuto te une. Un minuto te conecta. Un minuto te hace libre. Un minuto sin respirar. Un minuto sin oxígeno. Un minuto negro”.

“Cuban Lives Matter”, Las Vidas Cubanas Importan por Todos los cubanos que desde su lucha y/o su corazón buscan y quieren la verdadera libertad de nuestra Cuba´´ 

Solidaridad con las comunidades afrodescendientes y/o negras en Estados Unidos, Cuba y el resto de América Latina y el Caribe
Con mezcla de profundo dolor e impotencia hemos sido testigos en los últimos días del asesinato del estadounidense George Floyd a manos de un miembro del cuerpo policial del estado de Minnesota y también de las subsiguientes manifestaciones de descontento y desobediencia civil protagonizadas por manifestantes en todo el país. Vaya nuestra mayor muestra de condolencia y amor para los familiares y amigos de Floyd y en general para aquell@s miembr@s de las comunidades afrodescendientes y/o negras que han perdido sus vidas en condiciones de abuso policial semejantes, perpetradas esas en diferentes países de las Américas.

Una vez expresados nuestro dolor y empatía, queremos hacer un llamado a tod@s l@s cuban@s que, tanto en Cuba como en la diáspora, nos identificamos como antirracistas para que mostremos nuestro apoyo incondicional a quienes por su visible herencia africana han estado y siguen estando sometidos a crímenes y demonizaciones simbólicas y deshumanizantes.

Desmarcados de toda narrativa que intente relativizar la incontestable injusticia que el asesinato de Floyd supone, deseamos mostrar aquí nuestra voluntad para trabajar con l@s herman@s negr@s en la isla y más allá de sus fronteras para aprender con ell@s, de ell@s, cuáles serían las más efectivas vías para eliminar prejuicios, prácticas y estructuras que nos ayuden a conseguir espacios de convivencia definitivamente armónicos y equitativos.

Atendiendo con humildad y ojo avizor a lo que sucede en los Estados Unidos hoy, nos ponemos a total disposición de activistas y procuradores de afroconciencias que existen ahora mismo tanto en Cuba como en sus espacios transnacionales. Pensar al país en términos democráticos y diversos contiene la demanda inmediata de iniciar estas difíciles conversaciones con las comunidades negras, tan largamente marginadas y hasta hoy abusadas policial e institucionalmente.

Serán conversaciones difíciles porque les adeudamos empoderamientos factuales y la instauración definitiva de un imaginario que no l@s mire y represente desde cotos de jerarquía colonial. Difíciles también porque habría que asumir que nuestra labor sería la del escucha y nunca la del dictaminador. Usar nuestros privilegios en función de una reestructuración profunda de la sociedad es trabajo de tod@s. Para Cuba y sus actores en la sociedad civil esta no es tarea de futuro sino del presente.

Lejos estamos, tal y como ha quedado establecido en el debate público de estos días, de entender la complejidad de la herida que los procesos de colonización y esclavitud han dejado tras de sí en las Américas. Lejos de empatizar sin poner condicionantes previas y hacer denuncias frívolas, acaso falsas, sobre lo que sucede hoy en Estados Unidos. Hay un histórico y conveniente malentendido en el que asumimos que las narrativas de gloria de l@s afrodescendientes en las Américas solo pertenecen al ámbito de la cultura o los deportes y que corresponde al resto de sus conciudadanos consumirlas acríticamente; mientras que a la par sus actos de desobediencia pasan de inmediato al mundo de lo criminalizado y por ende punible.

La imagen de un grupo de mujeres caucásico-descendientes haciendo de sus cuerpos una barrera para que la policía en Louisville no pudiera reprimir a los manifestantes el pasado jueves 28 de mayo es lección aprendida en Selma cuando el nunca olvidado Martin Luther King Jr. en 1965, mientras marchaba a Montgomery, se dejó acompañar por activistas y periodistas blancos para que los primeros golpes que asestara la policía local cayeran sobre sus cuerpos.

Como Estados Unidos, Cuba es un país multiétnico y, de un modo u otro, nos reconocemos como hij@s del cañaveral, de una economía y un orden social que nos puso a algunos a cortar las cañas y a otros a dar los latigazos para que esas cañas fueran cortadas. Pero somos también hij@s de la mezcla entre ambos. Corre por nuestra sangre la del esclavo y la del mayoral. Toca entonces y ahora mismo definir, a cuál de nuestros ancestros queremos socorrer. Acaso a ambos; solo que a uno debemos pararle la mano para que no golpee más mientras que al otro urge, sin preguntas o condiciones, dejarle respirar.


CIDH condena asesinato de George Floyd, racismo estructural, violencia sistémica, impunidad y excesiva fuerza policial contra afrodescendientes en EUA

CIDH expresa enérgica condena por el asesinato de George Floyd, repudia el racismo estructural, la violencia sistémica contra las personas afrodescendientes, la impunidad y el uso desproporcionado de la fuerza policial, y demanda medidas urgentes para garantizar la igualdad y la no discriminación en Estados Unidos

Comisión Interamericana de Derechos Humanos
Washington, D.C. - La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) expresa su más enérgica condena por el cruel asesinato de George Floyd a manos de la policía, la violencia sistémica contra las personas afrodescendientes, la impunidad y el uso desproporcionado de la fuerza policial contra manifestantes en Estados Unidos, en particular cuando se trata de personas afrodescendientes. La Comisión insta al Estado a combatir y erradicar la discriminación racial histórica y otras formas de discriminación a las que han sido sometidas las personas afroamericanas en ese país, y adoptar medidas urgentes para garantizar la igualdad; así como a poner fin a la violencia y a la impunidad policial como elemento sintomático de la persistencia de esta discriminación basada en el origen étnico-racial. La CIDH recuerda que estos patrones fueron expuestos oportunamente en su informe temático Afrodescendientes, violencia policial, y derechos humanos en los Estados Unidos (2018).
La CIDH reafirma que el asesinato de George Floyd (Minessota, 2020), así como los de Trayvon Martin (Sanford, 2012), Michael Brown (Missouri, 2014), Eric Garner (Nueva York, 2014), Tamir Rice (Ohio, 2014), Alton Sterling (Los Angeles, 2016), Philando Castile (Minesota, 2016), Terence Crutcher (Oklahoma, 2016), Breonna Taylor (Kentucky, 2020), así como todos los demás asesinatos de personas afrodescendientes a causa de violencia racial policial, no son hechos aislados de violencia, sino que hacen parte de un proceso histórico y estructural de discriminación basado en el origen étnico-racial en los Estados Unidos, que se manifiesta de manera sistemática. La Comisión observa que estos graves delitos se enmarcan en un contexto de impunidad histórica y de insuficiente o nula rendición de cuentas por parte del sistema de justicia penal y de las instituciones policiales, respectivamente.
La CIDH entiende que la abolición de la esclavitud no acabó con la estigmatización y el tratamiento diferenciado y de exclusión hacia las personas afrodescendientes. En este sentido, el fin de esta práctica inaceptable no llevó la realización plena de los derechos de los afroamericanos –sin distinción de raza, color u origen étnico--, a la igualdad y la no discriminación para estas personas; este proceso sólo puso fin al trabajo forzoso al que estaban sometidas, en tanto que las medidas positivas adoptadas en algunos períodos históricos no han sido suficientes para ayudar a superar las estructuras socioeconómicas y culturales, las cuales configuran la actual situación de discriminación estructural, así como todas y cada una de las doctrinas de superioridad basadas en diferencias raciales que son socialmente injustas, peligrosas y moralmente reprobables.
En distintas oportunidades, la Comisión ha advertido sobre el racismo que permea las instituciones del Estado y se manifiesta en el incremento de casos relacionados con abusos policiales y la práctica de perfiles raciales; la militarización de las fuerzas policiales; la impunidad en los casos de homicidios cometidos por agentes policiales; y el uso excesivo de la fuerza por órganos de seguridad frente a los ciclos de protesta que se ponen de manifiesto por esta razón.
Las consecuencias de la discriminación estructural promueven las disparidades raciales en la práctica de arrestos penales, juzgamiento y condenas a penas de prisión de manera desproporcionada; afectando de manera diferenciada derechos tales como la libertad personal, el acceso a la justicia, la tutela judicial efectiva y la igualdad ante la ley de las personas afroamericanas.
Dado el contexto de discriminación estructural que el asesinato de George Floyd evidencia, las protestas constituyen una movilización legítima, transformándose en la mayor expresión colectiva de reclamo por el derecho a la igualdad y en la lucha contra el racismo en los últimos años, a lo que se suman manifestaciones públicas de solidaridad desde distintas partes del mundo. En ese sentido, la Comisión y su Relatoría Especial para la Libertad de Expresión (RELE) expresan grave preocupación por la estigmatización, arrestos masivos y situaciones de uso excesivo de la fuerza por parte de las autoridades en algunas de las protestas ocurridas en los últimos días en todos los 50 estados de los Estados Unidos. Al mismo tiempo es de aclarar, que el hecho de que algunas personas hayan incurrido en actos aislados de violencia, no vuelve una amenaza al orden público a todo el movimiento social que ha ejercido sus derechos a la libertad expresión, reunión y asociación.
La CIDH y su RELE expresan alarma por el hecho de que estas protestas, que muestra una sociedad civil vibrante y solidaria con la causa contra la discriminación racial en Estados Unidos, sea tildado de “terrorista” o “subversiva”. En ese sentido, hacen un llamado a las autoridades a establecer un diálogo amplio con los manifestantes que reclama medidas efectivas; así también a no criminalizar ni utilizar figuras vinculadas al terrorismo para guiar la respuesta a esta situación.
Del mismo modo, la Comisión y su Relatoría Especial reiteran su grave preocupación por la cantidad de reportes que muestran ataques y detenciones a periodistas que cubren las protestas. Es de destacar que las personas comunicadoras cumplen un rol esencial en el registro de las demandas de quienes se manifiestan, así como en el control de la actuación policial. El Estado debe proteger a los periodistas en el desarrollo de manifestaciones y protestas, en lugar de hacerlos blanco del uso de la fuerza y la confiscación o supresión de registros de sus equipos de trabajo.
La CIDH urge nuevamente a Estados Unidos a combatir la discriminación racial estructural y fortalezca los mecanismos de rendición de cuentas sobre la actividad policial mediante la revisión de la doctrina de la inmunidad calificada (qualified immunity), que obstaculiza la responsabilidad civil de agentes policiales.
Asimismo, la Comisión insta al Estado a que adopte medidas urgentes para investigar, juzgar y sancionar a los responsables por los asesinatos y hechos de violencia racial policial contra personas afrodescendientes, así como a otorgar reparación integral y satisfactoria de forma intercultural. De igual forma, enfatiza la urgencia de adoptar políticas integrales de seguridad ciudadana que combatan el uso de criterios discriminatorios en acciones policiales, a fin de erradicar el perfilado racial y el uso excesivo de la fuerza en consonancia con los principios de igualdad y no discriminación; y que incluyan entrenamiento para los agentes del Estado en esas materias.
La Comisión reitera igualmente la necesidad de avanzar con la adopción de políticas públicas eficaces que promuevan el cambio cultural dirigidas a eliminar el racismo estructural y sistémico, así como a promover la igualdad y la diversidad étnica y racial. Asimismo, recomienda revisar su sistema de justicia para acabar con el racismo estructural, de acuerdo a los estándares interamericanos de seguridad ciudadana. En ese sentido, la CIDH reitera su llamado a Estados Unidos a ratificar la Convención Interamericana contra el Racismo, la Discriminación Racial y Formas Conexas de Intolerancia, la Convención Interamericana contra toda Forma de Discriminación e Intolerancia, así como la Convención Americana sobre Derechos Humanos, subrayando que la ratificación universal de los instrumentos interamericanos es un paso indispensable para el respeto y garantía de los derechos humanos de todas las personas en las Américas.
La CIDH es un órgano principal y autónomo de la Organización de los Estados Americanos (OEA), cuyo mandato surge de la Carta de la OEA y de la Convención Americana sobre Derechos Humanos. La Comisión Interamericana tiene el mandato de promover la observancia y la defensa de los derechos humanos en la región y actúa como órgano consultivo de la OEA en la materia. La CIDH está integrada por siete miembros independientes que son elegidos por la Asamblea General de la OEA a título personal, y no representan sus países de origen o residencia.

martes, 23 de junio de 2020

Pastor cubano irá a juicio; líderes apostólicos denuncian incremento de represión

Evangelistas en Sancti Spíritus siguen el culto bajo la dirección del pastor Yasser Caraballoso. (Facebook)
En medio de la crisis sanitaria por el coronavirus y la escasez de alimentos en el país, las Iglesias Apostólicas se dieron a la tarea de suministrar, con sus propios recursos, raciones de comida a los más necesitados en sus comunidades, lo que ha provocado más hostigamiento por parte de las instituciones oficiales, denuncian pastores entrevistados por Radio Martí.

El viernes fue detenido en Cabaiguán, el pastor espirituano Yasser Caraballo, quien también es cuentapropista, con licencia de criador de ganado porcino.

Este lunes en la tarde fue liberado bajo fianza y será llevado a juicio por el delito de receptación, así lo informó el propio Caraballo a través del director del Instituto Patmos, el pastor bautista Mario Félix Lleonart.



“Pusieron 1.000 pesos de fianza y pendiente un juicio porque se me acusa del delito de receptación por el simple hecho de comprar 100 sacos de maíz a un campesino”, explicó el pastor.
Las autoridades le decomisaron el maíz y lo forzaron a vender algunos puercos “a cuatro pesos la libra”, añadió.

El líder del Ministerio Internacional Sendas de Justicia, el apóstol Alaín Toledano, destaca el que el delito de Caraballo es haber alimentado a su comunidad con sus propios recursos en medio de la crisis.
“Ahora, en la cuarentena, muchos de sus puercos Yasser los sacrificó y le dio a la gente necesitada en su ciudad”, afirmó Toledano.
Yoel Demetrio, quien preside la Iglesia Misionera de Cuba en Las Tunas, cuenta que ellos tienen un compromiso social, a pesar de la resistencia de las autoridades, quienes responden con más persecución.
“Pudimos asistir a personas que estaban desvalidos. Ellos (las autoridades) lo que no quieren es la membresía de la Iglesia, porque la Iglesia reúne más personas que los CDR (el órgano de vigilancia del régimen, Comités de Defensa de la Revolución), más personas que la federación (la oficialista Federación de Mujeres Cubanas)”, señaló Demetrio.
También en el territorio tunero, Mario Jorge Travieso, líder del Ministerio Viento Recio, afirma que, desde antes del coronavirus, ellos reparten ayuda a los más vulnerables, labor que la policía política califica de oposición al gobierno.
"Estamos en un momento difícil en los alimentos, y la Iglesia está aportando lo que puede", subrayó. Con la represión en respuesta a esta ayuda, el régimen cubano "está dando una panorámica de lo que realmente es, que estamos en una dictadura", concluyó Travieso.
En Santiago de Cuba, Toledano cataloga de “Maquinaria de Maldad” la estrategia de la Seguridad del Estado contra su ministerio. "Toda la gente cercana a nosotros está recibiendo ataques directos de la Seguridad del Estado, tanto en la Iglesia local como en la que tenemos [a nivel] nacional", afirmó.
La Organización Solidaridad Cristiana Mundial, el Instituto Patmos y líderes religiosos en la isla han denunciado que el Partido Comunista de Cuba, a través de su Oficina de Asuntos Religiosos y el Ministerio de Justicia, controlan la mayoría de los aspectos de la vida religiosa en la isla.
El régimen cubano continuó usando amenazas, detenciones, violencia y otras tácticas coercitivas para restringir a ciertos grupos religiosos y las actividades de sus líderes y seguidores, expresa igualmente el Departamento de Estado de EEUU en su Reporte Internacional de Libertad Religiosa correspondiente a 2019.

lunes, 22 de junio de 2020

Black lives matter: Las vidas negras importan en todos los rincones del planeta

Desde nuestro Movimiento -Muddh- nos sumamos a la ola global de solidaridad y denuncia como consecuencia del asesinato de George Floyd en Minnesota, Estados Unidos, tras un nuevo episodio de abuso y racismo policial.

El racismo institucional ha vuelto a golpear a la sociedad estadounidense. Un país en el que la población negra tiene el doble de posibilidades de vivir en situación de pobreza, de morir en enfrentamientos con la policía y de tasa de mortalidad infantil que la población blanca. El asesinato de Floyd ha sido la gota que ha colmado el vaso ante el racismo estructural, la impunidad y el racismo policial.

Esta nueva toma de conciencia colectiva ante el grito desesperado de quienes no pueden soportar más ha de servir para luchar contra el racismo en todas sus formas y en todas las sociedades. No es suficiente quedarse en la prohibición formal de cualquier forma de discriminación por motivos raciales o étnicos: debemos actuar hacia la educación en igualdad, hacia valores de convivencia pacífica, respeto de las diversidades y defensa de los Derechos Humanos, profundizar en políticas públicas y acciones individuales y colectivas encaminadas a conseguir una sociedad verdaderamente justa e inclusiva que erradique por completo cualquier actitud racista desde la base.

Porque el racismo estructural que se esta viendo en Estados Unidos es el mismo que provoca el auge de los discursos xenófobos en la Unión Europea, las muertes y el sufrimiento de miles de personas en el Mediterráneo y en las fronteras europeas a las que llegan huyendo de sus hogares y a las que el viejo continente les cierra la puerta.

Black lives matter, las vidas negras importan, tiene que convertirse en un grito colectivo mundial y una máxima para cualquier persona y sociedad que aspira a ser justa e igualitaria. Las vidas negras importan en Minnesota, en Ceuta, en Melilla, en Lampedusa, en Moria y en todos los rincones del planeta.

domingo, 21 de junio de 2020

El tiempo de la imaginación política

La excepcional crisis del coronavirus abre las puertas a una nueva imaginación política. Es el momento de pasar de una política del miedo a una política del bienestar y el cuidado. Es el momento de pensar un nuevo paradigma desde el progresismo.
La voluntad humana reconquistará un papel significativo. Podremos reescribir las reglas y romper los automatismos. No podemos prever qué formas asumirá el conflicto, pero debemos comenzar a imaginarlo. Quien imagina primero gana.
Bifo Berardi
Una curiosa expresión, tan inquietante como movilizadora, ha invadido el análisis de lo que está ocurriendo y de lo que podría ocurrir con la epidemia de coronavirus: «nueva normalidad». Esta expresión aparenta la forma del oxímoron: de un lado «normalidad» evoca repetitivas inercias, mientras que «nuevo» promete rupturas. En cualquier caso, la «nueva normalidad» contiene una pregunta: ¿cómo será el día después? La pregunta debería ser reformulada: no se trata de representarnos el «después», sino de preguntarnos por los sedimentos de lo que ya está ocurriendo. El «después» no se estima o anticipa como si se tratara de un desenlace deportivo o electoral: el «después» se parece más bien a una reinvención colectiva –no dirigida– que ya está en marcha.


Es en el «después», que ya estamos gestando, donde encontramos la incógnita pero también el combate. La pospandemia no solo es una incógnita, es también un campo en disputa. La «nueva normalidad» es, sobre todo, un territorio en construcción. Porque «normalidad» no remite únicamente a lo normal como «lo frecuente», sino fundamentalmente a lo normalizado. La normalidad, tal como la concebimos y practicamos hasta hace dos meses, está hoy suspendida y, además, puesta en duda. Mientras tanto, se producen desplazamientos en la opinión pública y en las creencias dominantes que subyacen al quehacer político, que podrían estar configurando una nueva normalidad fundada en el cuestionamiento de las (a)normalidades preexistentes.

Un primer aspecto de la discusión, o de la construcción, concierne a la temporalidad de lo que estamos viviendo, a la figura bajo la cual nos representamos este tiempo. ¿Se trata de un paréntesis excepcional y pasajero tras cuyo final se recreará la «normalidad» preexistente? ¿O se trata en realidad de una metamorfosis más profunda y duradera? De forma más o menos honesta, las respuestas que se vienen dando en el debate público mezclan deseos, intereses e ideologías.

La narrativa neoliberal empieza a mostrar, preventivamente, sus dientes frente a los gobiernos empoderados, frente a estos Estados nacionales con renovada centralidad. Sus intervenciones traslucen, sin demasiado disimulo, un claro subtexto: «Cuidado con confundir esta licencia con nueva normalidad». Se sugiere la idea de «atribuciones permitidas»; pero ¿permitidas por quién, permitidas para qué? La derecha fue la primera en precipitar con claridad la naturaleza ideológica de la discusión: «Algunos gobiernos han identificado una oportunidad para arrogarse un poder desmedido. 
Han suspendido el Estado de derecho e, incluso, la democracia representativa y el sistema de justicia», sostenía el manifiesto de la Fundación Internacional para la Libertad firmado, entre otros, por Mario Vargas Llosa, Loris Zanatta, José María Aznar y Mauricio Macri. ¿Acaso estas inquietudes o advertencias son el síntoma de un nuevo reparto de poder? ¿Se está alterando la cadena alimenticia entre política y mercado, entre medios privados y Estado? No lo sabemos. Lo que sí está claro es lo que ya se está «experimentando». Nada esconde más que lo evidente: actualmente el funcionamiento «normal» de los mercados ha sido detenido y completamente intervenido por decisiones políticas. En efecto, la política se está alzando contra el posibilismo fiscal y monetarista que la tiene sometida desde la revolución neoconservadora surgida en tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Los gobiernos están volcando inéditas cantidades de gasto público –«prohibidas» por la ortodoxia–, alzándose contra el posibilismo fiscal y ampliando (como pueden) sus desmanteladas o debilitadas redes de protección social. En este contexto, el decisionismo gubernamental es el fantasma que recorre los mercados del mundo. Lo más novedoso es que los gobiernos están implementando este «programa» con legitimidad y eficacia (en el sentido politológico de ambos términos).

¿La política se detuvo? ¿Estamos bajo la administración de la racionalidad sanitaria? De ningún modo. El confinamiento, con todas sus variaciones y originalidades nacionales, es esencialmente una decisión política y una política de Estado. La política ha recuperado resortes de poder perdidos y viene ampliando su campo de acción e intervención. Lo que cabe preguntarse es si, superada la emergencia, aceptará la política «devolver» esas «nuevas» atribuciones y regresar al «gobierno mínimo». Con una sociedad que demanda Estado, con poderes ejecutivos más afirmados sobre su propia autoridad, ¿qué incentivo podrían tener los líderes políticos para volver a resignar poder en manos de actores, sectores u organismos tan desprovistos de legitimidad y de «utilidad» pública? Máxime, teniendo en cuenta la magnitud y complejidad de los desafíos reparatorios que asoman por delante.

Una segunda dimensión alude a los términos y al lenguaje del debate: ¿salud versus economía? ¿libertad versus seguridad? Al no disponer de antecedentes y de experiencias que sirvan como mapas, este atípico escenario se vuelve irrepresentable. Frente a ese vacío, las nuevas expresiones (nueva normalidad) y simplificaciones binarias (¿salud o economía?) ayudan a navegarlo.

El lenguaje del debate no desempeña una función puramente descriptiva, sino que está íntimamente vinculado al aprendizaje político que podría incubar esta crisis. De acuerdo con una narrativa «posibilista», por ejemplo, llegó un virus peligroso y mortal, más adelante llegará la vacuna y, entonces, volveremos a la «normalidad» anterior. Final «feliz»: lo detenido se reseteará tal cual funcionaba. Sin embargo, la novedad más destacada de estos meses que detuvieron el mundo es el surgimiento de una narrativa más imaginativa, más audaz, por la cual esta excepcionalidad está alumbrando deficiencias de nuestras sociedades que habíamos «normalizado» y que ahora empezaremos a problematizar para revertir y reparar. Es decir, el lenguaje que usemos durante esta transición será también el lenguaje que estructurará la elaboración ideológica del trauma, aquel que irá jerarquizando las demandas y preocupaciones públicas de la próxima etapa. ¿Más Estado? ¿Más protección social? ¿Más control? ¿Menos de todo?

Es cierto que en las sociedades, en virtud de lo que Edgar Morin llamaba el «festival de incertidumbres», se ha acentuado la sed de autoridad política, pero también se ha generalizado una demanda de mayor protección pública. La primera podría dar pie a un orden político más autoritario, mientras que la segunda podría ser el origen de un orden social más justo. La política decidirá qué destino elige: las políticas del miedo o las políticas de la protección. El futuro incierto luce abierto a dos destinos posibles: la «política de la supervivencia», como la define Marc Abeles, o la «política del bienestar».

Se advierte un riesgo, sin embargo, en el nexo performativo entre lenguaje y futuro: que la discusión quede «confinada» al lenguaje sanitario o al lenguaje de la tecnología. No necesitaremos solamente nuevas interfaces, ni tampoco resulta deseable avanzar hacia un mundo regido por la tecnocracia epidemiológica (de inevitable afinidad electiva con una atomización paranoica). Necesitaremos reinventar una nueva normalidad, fundada en una «nueva moralidad» solidaria y en un Estado legitimado para orientarse verdaderamente hacia la protección, la igualdad y el bienestar.

Para pensar lo que he llamado, tomando prestada una creación de Luis Alberto Quevedo, «nueva moralidad», pueden resultar inspiradores los planteos de Robert Putnam, descendiente teórico de Alexis de Tocqueville, quien ha investigado las razones por las que la democracia y sus principales instituciones funcionan mejor en las sociedades dotadas de un mayor capital social, es decir, basadas en relaciones de confianza, normas de reciprocidad y redes de compromiso cívico. 

Sobre este punto, cabe interrogarnos sobre qué tipo de nueva moralidad se está forjando durante el encierro. Podríamos pensar, con un tono más distópico, que esta experiencia teñida de temores profundizará procesos de atomización e individualismo paranoico, expandiendo lo que el mismo Putnam denominó «familismo amoral»: cada cual cuidando su propio jardín. Por el contrario, podría suceder que estemos edificando una sociedad dotada de mayor capital social, surcada por nuevas horizontalidades, reciprocidades solidarias y tejidos colectivos mejor integrados. Lo mismo podríamos decir del impacto de las nuevas tecnologías, teniendo en cuenta que la digitalización avanzará aún más sobre esferas, hábitos y sectores que aún no habían sido transferidos al mundo digital.

La vida será más digital, lo real será más virtual; pero esa inevitable «evolución» no debería implicar necesariamente una fatalidad biopolítica, no debería significar la consolidación de las tecnologías de la vigilancia y de la personalización comercial. Esta vez, la pregunta involucra más a los ciudadanos que a los Estados: ¿seremos capaces de habitar estos universos digitales para cultivar la solidaridad y el «estar juntos»? ¿Seremos capaces de desandar el proceso de la algoritmización del deseo consumista en el que estábamos insertos y avanzar hacia plataformas del compartir, regidas por el intercambio no transaccional de palabras, afectos y cosas? Tampoco lo sabemos: lo cierto es que toda la sociedad se encuentra enredada en un proceso de aprendizaje colectivo; todos estamos transitando al mismo tiempo un proceso de experimentación social, política, tecnológica e institucional. La experimentación despierta creatividades dormidas y reformula, como dijimos anteriormente, el borde que separa lo normal de lo extraño, lo excepcional de lo rutinario.

Como explica e ilustra Thomas Piketty en su reciente libro Capital e ideología, toda desigualdad de propiedad, de rentas y de derechos está precedida, naturalizada y justificada por una «desigualdad ideológica». Nuestra vida contemporánea está regida por la ideología propietarista y meritocrática, que establece la frontera entre lo posible y lo imposible, entre lo justo y lo injusto. La pandemia está provocando efectos sísmicos y esas fronteras se están desplazando. Cuando lo normal deja de serlo, todo se cuestiona. Y cuando todo se cuestiona, todo se reinventa.

La solidaridad como afrenta al coronavirus

Una estrategia solidaria para enfrentar al coronavirus puede darnos una gran conclusión: que es necesario luchar por una sociedad donde la salud de todos sea más importante que las ganancias de unos pocos.


Una pandemia convierte el eslogan de la solidaridad en algo literal: un daño a uno es un daño a todos. Es por esto que intensifica el deseo frenético de separarse de la red de interdependencia y salir adelante solos.

El nuevo coronavirus pone en primer plano la lógica de un mundo que combina una realidad material de intensa interdependencia con sistemas políticos y morales que abandonan a la gente a su suerte. Al estar conectados –en el trabajo, en el bus y el metro, en la escuela, en las tiendas y mercados, con los sistemas de delivery–, nos podemos contagiar y somos vulnerables. Al estar moralmente aislados –se nos dice que cuidemos de nosotros mismos y de los nuestros–, nos estamos convirtiendo en sobrevivientes casa por casa, apartamento por apartamento, guardando suficientes latas y productos congelados, almacenando suficientes desinfectantes y medicinas para los resfríos, para así cortar vínculos y salir adelante por nuestra cuenta.

La lucha revela un sistema de clases en el que la posibilidad de retirarse es una marca de estatus. Quien tiene riqueza o un salario de una institución que lo contiene, y suficiente espacio en casa, posiblemente podrá ser capaz de llevar a cabo el truco esencialmente absurdo de aislarse por algunos meses desabasteciendo la red de comercio virtual como Costco y Trader Joe's. Pero para la mitad de la gente que vive en Estados Unidos, por ejemplo, que no tiene ahorros y que vive el día a día, en pequeños apartamentos con espacios reducidos para almacenar comida o que tiene que apresurarse todos los días a salir a buscar un ingreso, esto es sencillamente imposible. Mucha gente estará entonces fuera de sus casas, en el metro, las estaciones de servicio, teniendo que elegir entre la prudencia epidemiológica y la supervivencia económica porque simplemente no tiene más remedio. Y mientras esto sea cierto –mientras muchos salgan cada día y se mezclen unos con otros tratando de salir a flote–, habrá razones para pensar que solo una minoría estará a salvo. Extrapolando lo poco que sabemos sobre el virus, el número de portadores continuará aumentando. Mientras nuestro aislamiento moral y político nos lleva de vuelta al supermercado, nuestra interdependencia material hace que casi todos y todas seamos vulnerables.

«Lávate las manos» es un buen consejo pero también un recordatorio conmovedor de que este no es el tipo de problemas que solo la responsabilidad personal puede resolver. La epidemiología es un problema político. No es difícil diseñar los pasos que podrían aliviar nuestra cruel situación: una interrupción del trabajo, un apoyo masivo a los ingresos de los trabajadores (pagos de desempleo combinado con algún ingreso básico universal), una moratoria de hipotecas y desalojos. El tratamiento para el coronavirus y para síntomas relacionados con él debe ser gratuito y comprehensivo, sin preguntas previas (sobre situación migratoria, por ejemplo), para que nadie termine sin tratamiento por miedo o falta de recursos. Esto es, en el sentido más directo posible, bueno para todos. Es también la manera en que las personas pueden protegerse mutuamente frente a las vulnerabilidades y necesidades viendo los problemas de los demás como propios.

La crisis es tan apremiante y las posibilidades de éxito parecen tan reservadas a la elite que una pandemia también pone en evidencia que necesitamos del Estado si queremos sobrevivir. El torpe repertorio de Donald Trump –¡Todo está bien! ¡El virus es extranjero! ¡Estamos tomando fuertes medidas!– revela una vez más que no tiene una idea real de cómo usar el Estado, excepto como la plataforma para su propio exhibicionismo y como una cuenta bancaria para la corruptela. La clase a la que pertenece, un conjunto de oligarcas tardocapitalistas, es demasiado decadente, el resultado patente de su propia estupidez y espíritu egoísta, como para tener algún instinto de qué hacer en una crisis como esta. No obstante, algunas mentes más agudas tendrán varias ideas, muchas de ellas perjudiciales para mucha gente.

Existen tres escenarios básicos para esta crisis y para las futuras, todavía más mortíferas. El primero es la continuidad de la tendencia en Estados Unidos, básicamente privatista, con alguna participación de la salud pública en los testeos y en las pautas de funcionamiento del sistema. Los ricos se retiran, las clases medias y profesionales se autoaíslan tanto como pueden pero se mantienen vulnerables, y las clases trabajadoras y los pobres se enferman y mueren.

Incluso en una sociedad a menudo cruel como la estadounidense, esta es una receta que produce una reacción adversa, lo que da lugar a un segundo escenario: un nacionalismo de catástrofe. El coronavirus se asemeja a una versión acelerada de la crisis ambiental en que, al resaltar nuestra vulnerabilidad y nuestra interdependencia, les da una ventaja política a aquellos que pueden protegernos –sea a muchos o solo a algunos de nosotros–. Si no en esta epidemia, entonces en la siguiente, el «virus extranjero» de Trump puede encontrar un sucesor en un nacionalismo que tome verdaderas medidas materiales para proteger a «nuestro» pueblo mientras excluye, expulsa o se deshace del resto. Algo así es probablemente el escenario por defecto de la política en un mundo inestable y amenazador donde la mayoría de los poderes estatales opera a escala nacional, lo que supone una invitación constante al etnonacionalismo.

El tercer escenario es el solidario. Un daño a uno es, de hecho, un daño a todos; y no es solo que suene bien decirlo. Las respuestas a escala nacional a las crisis globales ecológicas y epidemiológicas constituyen una forma de mitigación provisional. En este mundo, cada país necesita de los demás para tener un sistema de energía y una infraestructura verde y una economía centrada en la salud y la reproducción social en lugar de la competencia precaria para conseguir un trabajo temporal. Necesitamos ejércitos activos de trabajadores de infraestructuras verdes y enfermeros y enfermeras más de lo que necesitamos a los ejércitos actuales; y necesitamos que todos los tengan. La lección de la crisis climática, que podemos conseguir una forma de abundancia material pública pero que el esfuerzo para tener abundancia privada universal nos va a matar a todos, se trasladó a la pandemia: podemos permitirnos un sistema de salud realmente público, pero si todo el mundo se ve obligado a tratar de mantenerse sano por sí mismo, no funcionará, y tratar de hacerlo terminará provocando muchas muertes.

¿Es esto imposible, estamos pidiendo demasiado? Vale la pena recordar que nuestro mundo de soledades gregarias, de ética individualista y de interdependencia material no ocurrió de repente. Se necesita una vasta e intrincada infraestructura para mantenernos a todos funcionando al servicio de los demás, y al servicio último del retorno al capital: desde las autopistas hasta los mercados de crédito y el régimen de comercio mundial. El hecho de que estos sistemas entrelazados están golpeando a los mercados financieros de todo el mundo, ante la perspectiva de que las personas puedan necesitar pasar unos cuantos meses recluidas en sus casas en lugar de apresurarse a intercambiar dinero, revela de qué manera esos mercados están finamente calibrados para tener ganancias, y hasta qué punto carecen de resiliencia ante cambios en las necesidades humanas.


Las manos y las mentes que construyeron este orden no carecen del poder para crear uno en el que se ponga la salud primero, en cada nivel: el de los individuos, las comunidades, el mundo y el planeta. Este es un orden diferente, profundamente resiliente, aun cuando para llegar allí se requiera de una lucha política por el valor de la vida misma, por decidir si estamos aquí para obtener ganancias o para ayudarnos unos a otros a vivir.

El rompecabezas económico cubano frente a la pandemia

La pandemia de Covid-19 genera diversos efectos negativos sobre la economía cubana. Pero a diferencia de los oscuros momentos de la década de 1990, el sector privado y cooperativo conjugan volumen y sofisticación. Para avanzar en las reformas, el país debe reconciliarse con un entramado social heterogéneo que le permita desatar el potencial emprendedor de la población cubana. Al mismo tiempo, existe el desafío de adaptar el viejo sistema de protección social a la nueva realidad.


La emergencia de salud derivada del Covid-19 tiene implicaciones económicas para todos los países, pero su impacto no es simétrico. Aunque es una característica típica de países en desarrollo, la economía cubana es muy sensible a la disponibilidad de divisas, de la que dependen las importaciones. Las compras externas son claves para sostener el consumo y la producción. Una crisis de estas proporciones solo puede empeorar el ya precario estado de la balanza de pagos de la isla.

El golpe será contundente. El Fondo Monetario Internacional (FMI) predice una caída de 6,1% del PIB en las economías desarrolladas. La Organización Mundial de Comercio (OMS) anticipa un retroceso del intercambio comercial de hasta un tercio. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) pronostica un descenso de 5,6% en la producción de la región. Estos guarismos son mucho peores que en la recesión de 2009. En los niveles sectoriales, el turismo y la aviación se cuentan entre los más afectados. La Organización Mundial del Turismo (OMT) anticipa un severo desplome de los viajes. De momento, la Unión Europea planea mantener las fronteras comunitarias cerradas hasta septiembre. Las economías más dependientes del sector recibirán un impacto superior, entre las que se incluyen el Caribe y, por supuesto, Cuba.

El impacto económico


La actividad productiva de la isla se venía desacelerando notablemente desde 2016. El crecimiento económico se redujo a la mitad entre 2016 y 2019, comparado con el periodo 2010-2015. En ello intervinieron factores tales como la crisis económica en Venezuela, la cancelación de contratos para prestación de servicios médicos (Brasil), el fin de la bonanza en el turismo internacional, el efecto de nuevas sanciones de Estados Unidos y las contradicciones de la reforma económica interna. La ponderación de uno u otro factor continúa siendo un tema de amplio debate en el país. Para el ciudadano medio, el síntoma más claro de los problemas económicos es la creciente escasez de productos de todo tipo, que incluye artículos de primera necesidad como alimentos, medicinas y combustible. Estos efectos se dejaron sentir ya desde diciembre de 2018. Las autoridades habían introducido medidas de ahorro de energía tan temprano como en el verano de 2016.

Entre los principales socios comerciales de Cuba, solo China tiene una predicción de crecimiento positivo para 2020, y es de 1,2%. Venezuela y España (primero y cuarto socios comerciales) se encuentran entre los más afectados. En el caso de Venezuela, con el efecto añadido del colapso de los precios del petróleo. La propia Cepal estima una contracción de 3,7% del PIB cubano, una cifra que con toda seguridad será revisada a la baja a mediados de año. El escenario es muy complejo, aunque es improbable un retorno al tristemente célebre Periodo Especial de principios de los años 90. El tejido productivo es más diversificado, la economía está más integrada al resto del mundo y los hogares no son tan dependientes del Estado para la satisfacción de sus necesidades vitales. De hecho, una parte muy significativa de sus ingresos provienen de remesas, visitantes extranjeros o negocios internacionales. La isla es más resiliente, pero sus habitantes son menos tolerantes a estrecheces materiales.

El impacto llega por múltiples canales. La contracción económica en los principales centros económicos tira hacia abajo la demanda externa. Un aspecto singular de la estructura económica cubana es que más de las dos terceras partes de las exportaciones se vinculan directamente a la salud y las personas (servicios médicos, medicamentos, turismo). Las ventas de níquel pueden verse gravemente afectadas a partir del hundimiento de las inversiones y la construcción. El metal y el azúcar ya venían sufriendo bajas cotizaciones, que pueden deprimirse aún más. A primera vista, el abaratamiento del petróleo luce como una buena noticia para un importador neto como Cuba, pero un análisis más atento relativiza esa apreciación. Varios de sus socios más cercanos, como Venezuela, Angola, Argelia, Qatar o Rusia, se verán severamente afectados, lo que puede rebotar en contra del comercio y el crédito.

En este escenario, los medicamentos tendrían una mejor perspectiva. La gran incógnita son los servicios médicos, ya que no están claras las condiciones para que Cuba logre «monetizar» esta emergencia sanitaria. El modelo de venta de servicios de salud basado en el envío de profesionales despegó a partir de 2005 en el mercado venezolano. Desde sus inicios, se ha basado en acuerdos intergubernamentales, en muchos casos favorecidos por la sintonía política entre los gobiernos. En años recientes, ha sido objeto de diferentes críticas, aunque no todas tienen las mismas motivaciones. Existen líneas ideológicas reconocibles en la procedencia de esas detracciones, además de que tienen como objetivo una de las principales fuentes de ingreso del país.

El punto más álgido es la forma de pago a los profesionales. Las retenciones más comunes suponen que más de la mitad del pago total es transferido al Estado cubano. Un análisis del asunto requiere un abordaje integral de las condiciones de prestación del servicio, y el hecho de que la financiación de los estudios superiores corre a cargo del presupuesto central, es decir, los paga toda la sociedad. Los países con Estados de Bienestar más avanzados tienden a tener impuestos a los salarios relativamente altos, que en países como Alemania pueden llegar a 50%. Por el hecho de que Cuba parece tener una ventaja competitiva en la prestación de servicios médicos, la sostenibilidad de ese modelo debería ser una cuestión de máxima importancia, y ello pasa por la disponibilidad y motivación del personal. Si la epidemia de Covid-19 induce un incremento a largo plazo del gasto sanitario, en un contexto de escasez de personal de salud, Cuba podría encontrar un nicho de mercado. En todo caso, la penetración de mercados más lucrativos y estables exigirá la readecuación del modelo de negocios, incluyendo los requisitos de contratación de los profesionales.

El turismo es una actividad fundamental para la isla. Y lo es también para muchos hogares y pequeños negocios. La prolongación del cierre de fronteras es una gran amenaza, como lo pueden ser cambios permanentes en los hábitos de viaje. Cada mes de cierre representa una pérdida de unos 140 millones de dólares. Hasta febrero, ya el arribo de visitantes mostraba una clara tendencia a la baja. Por otro lado, aunque la inversión extranjera no exhibía el avance esperado y las sanciones de Estados Unidos habían aumentado el riesgo asociado a esta actividad, el deterioro de las condiciones financieras internacionales supone un nuevo tropiezo. Cabe esperar que las autoridades cubanas busquen alivio adicional en sus acreedores. Antes de la epidemia, Cuba había negociado una posposición del pago de una parte de su compromiso de 2019 relacionado con el Club de París.

Tradicionalmente se ha considerado que los emigrados cubanos son muy fieles a sus familias, pero el desempleo masivo en Estados Unidos, donde vive la inmensa mayoría de esa diáspora, tendrá un impacto indiscutible. Por ejemplo, The Havana Consulting Group calcula caídas de entre 20-30% en los flujos. Los canales informales están, de momento, cancelados. Un efecto colateral es que el fortalecimiento de las vías formales va a canalizar recursos adicionales hacia el sistema financiero de la isla.

Hacia una nueva etapa en la política económica


Cuba llega a esta fase recesiva mundial con grandes vulnerabilidades que no pudieron resolverse en esta última década de reformas y se han agravado por las medidas de presión de la Casa Blanca. Las autoridades deberían evitar el error de confundir la revalorización de lo público y la efectividad de un manejo centralizado, a todas luces imprescindible en estas circunstancias, con la reforma necesaria e impostergable del modelo económico cubano.

El paquete de respuesta debe observar la situación de partida de los hogares, que es muy diferente del panorama de hace tres décadas. La estratificación social ha crecido, por lo que no todos van a verse afectados de la misma manera. Según expertos, 16% de los hogares cubanos tendría problemas para satisfacer algunas necesidades básicas. En este contexto se requiere la combinación de medidas universales junto con otras focalizadas en los grupos de riesgo. La capacidad de implementar paquetes de estímulo fiscal o monetario es muy limitada. El déficit en las cuentas públicas se ha disparado y la liquidez monetaria en manos de la población ha crecido 10 puntos porcentuales desde 2013, un síntoma claro de inflación reprimida. En estas circunstancias, se proponen aspectos a tener en cuenta para un programa mínimo que permita simultáneamente lidiar con la emergencia y rescatar la reforma económica.

Si la enorme inversión hotelera no estaba en correspondencia con niveles de ocupación lineal decrecientes, en las actuales condiciones solo cabe un replanteamiento a fondo de su ritmo y magnitud. El turismo será en cualquier caso un sector clave en la recuperación, pero la sobredependencia de una actividad ha probado ser nefasta en demasiadas ocasiones. Esta puede ser una oportunidad para repensar las bases sectoriales de la estructura productiva en los próximos años. ¿Cómo se posiciona el país si tienen lugar cambios permanentes en los patrones de viaje?

El contexto actual brinda una oportunidad insospechada para la reforma monetaria y cambiaria. La disminución brusca de la actividad económica y el aumento del racionamiento facilitarían la introducción de los cambios necesarios. En el plano político, cualquier efecto adverso no sería más grave que los derivados de los tropiezos del comercio minorista y la escasez generalizada. La gran lección es que mañana puede ser demasiado tarde: luego de décadas posponiendo el tránsito hacia un esquema monetario más sensato, las condiciones solo han empeorado.

Más allá de ayudas puntuales, las autoridades deben concebir un esquema universal de protección del ingreso y el consumo de las familias que incluya incentivos para la formalización y abarque los distintos grupos vulnerables: trabajadores y trabajadoras de sectores cuyo nivel de actividad disminuye bruscamente y donde el teletrabajo no es posible (servicios, manufactura no esencial); personas mayores de 60 años −más de 20% de la de la población cubana está en esta categoría−, de las que 343.000 viven solas; empleo informal y trabajadores contratados en el sector privado. Asimismo, el teletrabajo es una opción limitada no solo por la estructura de las ocupaciones, sino por el retraso de la infraestructura de comunicaciones. Se pueden ensayar esquemas con el sistema bancario para aminorar el impacto en el presupuesto. La ampliación del racionamiento es inevitable en el corto plazo y sirve al objetivo de extender cierta protección a aquellos que no califican para apoyo monetario directo. A su vez, una lista limitada de productos protege las finanzas públicas y permite mantener circuitos de aprovisionamiento que viabilicen la actividad empresarial, pública y privada. La distorsión más evidente es que el modelo de protección social ha permanecido anclado en un pasado de igualdad de ingresos que no se reproducirá en el futuro mediato.

En estos momentos, la economía necesita máxima flexibilidad para facilitar la recuperación del empleo. Desde 2010, dejando a un lado el ámbito informal, el sector privado ha sido el mayor generador de puestos de trabajo, y sus contribuciones al presupuesto se han multiplicado por cuatro. Pero el «cuentapropismo» enfrenta desafíos en muchos frentes. Por un lado, el marco regulatorio sigue siendo altamente restrictivo, incluso contradictorio respecto a los propios objetivos declarados en la reforma. Por ejemplo, en un país urgido de llevar adelante una reestructuración profunda de las empresas estatales, el código impositivo penaliza a los negocios que contratan más cantidad de de empleados. Las categorías aprobadas para el sector tienen poco que ver con el perfil educacional de la fuerza de trabajo. Cuba reconoce la inversión educativa como uno de sus mayores logros. La ausencia de un debate profundo sobre el tema y la limitada resonancia de los espacios donde sí tiene lugar alimentan percepciones estereotipadas y poco informadas sobre su papel en la economía y sobre todo el futuro económico de la nación.

Cualquier intento de revitalización debe considerar aquellas debilidades junto con otras propias de la coyuntura actual. Un problema inmediato es el acceso a insumos, lo que se podría intentar resolver ampliando la lista de productos que se expenden denominados en moneda extranjera. Ya este paso se había tomado con anterioridad, la novedad sería propiciar la utilización de las divisas en la inversión y creación de empleo. Para ello es importante disipar la incertidumbre sobre el futuro de los negocios. Se podría explorar el adelanto de algunas normas jurídicas del calendario legislativo que están directamente vinculadas a la actividad productiva, como la Ley de Empresas, Asociaciones y Sociedades Mercantiles, cuya aprobación está prevista recién para 2022. La carencia más notoria del enfoque hacia el sector es que no se ha logrado consagrar su integración orgánica al sistema productivo y social, a pesar de incontables discursos que reclaman desterrar los estereotipos. En ese marco, el país está llamado a seguir confrontando crecientes perturbaciones.

Las oportunidad de la pandemia


La pandemia deja lecciones claras respecto a la necesidad de acelerar el despliegue de redes confiables y servicios en línea. Muchos negocios privados, formales e informales, se dedican a la programación y la creación de servicios de tecnologías de información y comunicación (TIC), mientras que demasiados profesionales y técnicos abandonan la isla. Esta puede ser una oportunidad para consensuar una agenda conjunta para fortalecer la infraestructura y los servicios conexos, incluyendo las plataformas para las compras en línea, cuyo lanzamiento se ha caracterizado por la inestabilidad y el mal servicio. La asociación puede extenderse a los servicios de entrega, donde ya funcionan varios emprendimientos. La atención al cliente es otra de las áreas en las que se podrían idear esquemas de asociación, mediante la gestión de centros de llamadas (call centers).

En sintonía con lo anterior, sería conveniente regular los precios y la distribución de productos agropecuarios mediante comités conjuntos entre las autoridades y el sector privado y cooperativo. El objetivo debe ser maximizar la producción y garantizar la llegada de las producciones a los consumidores. Los controles desactualizados de precios y su aplicación divorciada de las condiciones reales han empeorado la escasez. Esto se podría combinar con un nuevo enfoque hacia la propiedad y administración de la tierra, lo que se ha pospuesto innecesariamente debido a rezagos ideopolíticos. Cuba ha vuelto una y otra vez sobre el tema agropecuario, dos veces desde 1990, sin conseguir el objetivo declarado de aumentar apreciablemente el nivel de autosuficiencia. Parece claro que el enfoque actual no está dando resultados, los problemas son serios y van más allá de la producción. En este ámbito también se podría considerar la aprobación de normas jurídicas incluidas en el calendario legislativo, como la Ley de Tierras y el modelo de gestión del sector agropecuario, comercialización de insumos, equipamientos y servicios agropecuarios (consideradas solo para 2022).

El cierre de fronteras también afecta severamente la importación individual de mercancías, uno de los canales de suministros usados por muchos emprendimientos. Panamá, México, Guyana, Estados Unidos, Haití y Rusia eran destinos muy populares para productos cubanos. Se ha estimado que las compras totales se situaban entre 1.500 y 2.000 millones de dólares anuales. Solamente en la Zona Libre de Colón, en Panamá, se hicieron encargos valorados en varios cientos de millones de dólares. Desde la flexibilización de la ley migratoria, los viajes de cubanos al extranjero se han más que duplicado. Una vez que se comience a normalizar el tráfico aéreo, se podría considerar flexibilizar los límites establecidos para la importación de mercancías, para suavizar la escasez y habilitar otro canal de suministro al sector privado.

Cuba tiene ante sí un dilema. O se encierra en sí misma y termina de sepultar la agenda de cambio que tanto entusiasmo despertó a inicios de la década pasada, o se reconcilia con un entramado social heterogéneo que le permita desatar el potencial de un pueblo emprendedor y sacrificado. Se puede administrar otra crisis o relanzar las transformaciones hacia un modelo de progreso social y prosperidad.

A diferencia de los oscuros momentos de la década de 1990, el sector privado y cooperativo conjugan volumen y sofisticación. Sus redes externas son más densas y diversas. Cuba hace mucho que es más que restaurantes y bellas playas, casas de renta y buena música. Sería lamentable equiparar el manejo de la pandemia con el programa económico que necesita el país para dar contenido a las promesas de bienestar y desarrollo. De momento, hay señales en uno u otro sentido. Las redes sociales, que se han convertido en un espejo de la realidad nacional, transpiran igualmente optimismo y desesperanza. El gobierno cubano no es responsable de la pandemia, pero todo lo que dejó de hacer o se hizo a medias incide en las condiciones en que llega a este complejo escenario. Circunstancias excepcionales pueden servir para forjar los consensos necesarios. El rompecabezas hay que leerlo en clave política.