domingo, 21 de junio de 2020

Un mundo post-coronavirus


Quisiera en este artículo contribuir a estos grandes debates, con una reflexión que propone avanzar de modo precario en algunas lecciones que nos ofrece la gran pandemia y bosquejar alguna hipótesis acerca del escenario futuro posible.

Es necesario asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas también en la agenda política. Esto nos ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad, la crisis climática, y a pensar en un gran pacto ecosocial y económico.

Pandemias hubo muchas en la historia, comenzando por la peste negra en la Edad Media y pasando por las enfermedades que vinieron de Europa y arrasaron con la población autóctona en América en tiempos de la conquista. Se estima que entre la gripe, el sarampión y el tifus murieron entre 30 y 90 millones de personas. Más recientemente, todos evocan la gripe española (1918-1919), la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el VIH / sida (desde la década de 1980), la gripe porcina AH1N1 (2009), el SARS (2002), el ébola (2014), el MERS (coronavirus, 2015) y ahora el Covid-19.

Sin embargo, nunca vivimos en estado de cuarentena global, nunca pensamos que sería tan veloz la instalación de un Estado de excepción transitorio, un Leviatán sanitario, por la vía de los Estados nacionales. En la actualidad, casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio. 

Por un lado, se cierran fronteras externas, se instalan controles internos, se expande el paradigma de la seguridad y el control, se exige el aislamiento y el distanciamiento social. 

Por otro lado, aquellos que hasta ayer defendían políticas de reducción del Estado hoy rearman su discurso en torno de la necesaria intervención estatal, se maldicen los programas de austeridad que golpearon de lleno la salud pública, incluso en los países del Norte global...

Resulta difícil pensar que el mundo anterior a este año de la gran pandemia fuera un mundo «sólido», en términos de sistema económico y social. El coronavirus nos arroja al gran ruedo en el cual importan sobre todo los grandes debates societales: cómo pensar la sociedad de aquí en más, cómo salir de la crisis, qué Estado necesitamos para ello; en fin, por si fuera poco, se trata de pensar el futuro civilizatorio al borde del colapso sistémico.

La vuelta del Estado y sus ambivalencias: el Leviatán sanitario y sus dos caras.

Reformulando la idea de Leviatán climático de Geoff Mann y Joel Wainwright, podemos decir que estamos hoy ante la emergencia de un Leviatán sanitario transitorio, que tiene dos rostros. Por un lado, parece haber un retorno del Estado social. Así, las medidas que se están aplicando en el mundo implican una intervención decidida del Estado, lo cual incluye desde gobiernos con Estados fuertes –Alemania y Francia– hasta gobiernos con una marcada vocación liberal, como Estados Unidos. 

La situación es de tal gravedad, ante la pérdida de empleo y los millones de desocupados que esta crisis generará, que incluso los economistas más liberales están pensando en un segundo New Deal en el marco de esta gran crisis sistémica. A mediano y largo plazo, la pregunta siempre es a qué sectores beneficiarán estas políticas. Por ejemplo, Donald Trump ya dio una señal muy clara; la llamada Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica contra el Coronavirus (CARES, por sus siglas en inglés) es un paquete de estímulos de dos billones de dólares para, entre otros objetivos, rescatar sectores sensibles de la economía, entre los cuales está la industria del fracking, una de las actividades más contaminantes y más subsidiadas por el Estado.

Por otro lado, el Leviatán sanitario viene acompañado del Estado de excepción. Mucho se escribió sobre esto y no abundaremos. Basta decir que los mayores controles sociales se hacen visibles en diferentes países bajo la forma de violación de los derechos, de militarización de territorios, de represión de los sectores más vulnerables. En realidad, en los países del Sur, antes que una sociedad de vigilancia digital al estilo asiático, lo que encontramos es la expansión de un modelo de vigilancia menos sofisticado, llevado a cabo por las diferentes fuerzas de seguridad, que puede golpear aún más a los sectores más vulnerables, en nombre de la guerra contra el coronavirus.

Una pregunta resuena todo el tiempo: ¿hasta dónde los Estados tienen las espaldas anchas para proseguir en clave de recuperación social? Esto es algo que veremos en los próximos tiempos y a este devenir no serán ajenas las luchas sociales, esto es, los movimientos desde abajo, pero también las presiones que ejercerán desde arriba los sectores económicos más concentrados.

Por otro lado, es claro que los Estados periféricos tienen muchos menos recursos, ni que hablar Argentina, a raíz de la situación de cuasi default y de desastre social en que la ha dejado el último gobierno de Mauricio Macri. 

Ningún país se salvará por sí solo, por más medidas de carácter progresista que implemente. Todo parece indicar que la solución es global y requiere de una reformulación radical de las relaciones Norte-Sur, en el marco de un multilateralismo democrático, que apunte a la creación de Estados nacionales en los cuales lo social, lo ambiental y lo económico aparezcan interconectados y en el centro de la agenda.

Las crisis como aprendizajes para no caer en falsas soluciones

La pandemia pone de manifiesto el alcance de las desigualdades sociales y la enorme tendencia a la concentración de la riqueza que existe en el planeta. Esto no constituye una novedad, pero sí nos lleva a reflexionar sobre las salidas que han tenido otras crisis globales. En esa línea, la crisis global que aparece como el antecedente más reciente, aun si tuvo características diferentes, es la de 2008. Causada por la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, la crisis fue de orden financiero y se trasladó a otras partes del mundo para convertirse en una convulsión económica de proporciones globales. También persiste como el peor recuerdo en cuanto a la resolución de una crisis, cuyas consecuencias todavía estamos viviendo. Salvo excepciones, los gobiernos organizaron salvatajes de grandes corporaciones financieras, incluyendo a los ejecutivos de estas, que emergieron al final de la crisis más ricos que nunca.

Así, en términos sociales y a escala mundial, la reconfiguración fue regresiva. Suele decirse que la economía volvió a recuperarse, pero el 1% de los más ricos pegó un salto y la brecha de la desigualdad creció. Recordemos el surgimiento del movimiento Occupy Wall Street, en 2011, cuyo lema era «Somos el 99%». Millones de personas perdieron sus casas en el mundo y quedaron sobreendeudados y sin empleo, la desigualdad se profundizó, los planes de ajuste y la desinversión en salud y educación se expandieron por numerosos países, algo que ilustra de manera dramática un país como Grecia, pero que se extiende a países como Italia, España e incluso Francia. En vísperas del Foro de Davos, en enero de 2020, un informe de Oxfam consignaba que de solo «2.153 milmillonarios que hay en el mundo poseen más riqueza que 4.600 millones de personas (60% de la población mundial)». En términos políticos globales, produjo enormes movimientos tectónicos, ilustrados por la emergencia de nuevos partidos y liderazgos autoritarios en todo el mundo: una derecha reaccionaria y autoritaria, que incluye desde el Tea Party hasta Donald Trump, desde Jair Bolsonaro hasta Scott Morrison, desde Matteo Salvini hasta Boris Johnson, entre otros.

Por otro lado, si hasta hace pocos años se consideraba que América Latina marchaba a contramano del proceso de radicalización en clave derechista que hoy atraviesan parte de Europa y Estados Unidos, con sus consecuencias en términos de aumento de las desigualdades, xenofobia y antiglobalismo, hay que decir que, en los últimos tiempos, nuevos vientos ideológicos recorren la región, sobre todo luego de la emergencia de Bolsonaro en Brasil y el golpe en Bolivia. A esto hay que añadir que América Latina, si bien sobrevivió en pleno «Consenso de los Commodities» a la crisis económica y financiera de 2008 gracias al alto precio de las materias primas y la exportación a gran escala, poco logró conservar de aquel periodo de neoextractivismo de vacas gordas. En la actualidad, continúa siendo la región más desigual del mundo (20% de la población concentra 83% de la riqueza), es la región donde se registra un mayor proceso de concentración y acaparamiento de tierras (gracias a la expansión de la frontera agropecuaria), además de ser la zona del mundo más peligrosa para activistas ambientales y defensores de derechos humanos (60% de los asesinatos a defensores del ambientes, cometidos en 2016 y 2017, ocurrieron en América Latina) y, por si fuera poco, es la región más insegura para las mujeres víctimas de femicidio y violencia de género.

Así, la resolución de la crisis de 2008 y sus efectos negativos se hacen sentir hoy con claridad. Estas salidas, que acentuaron la concentración de la riqueza y el neoliberalismo depredador, deben funcionar hoy como un contraejemplo eficaz y convincente para apelar a propuestas innovadoras y democráticas que apunten a la igualdad y la solidaridad. Al mismo tiempo, deberían hacernos reflexionar acerca de que ni siquiera aquellos países del Sur que durante el «Consenso de los Commodities» sortearon la crisis y aprovecharon la rentabilidad extraordinaria a través de la exportación de las materias primas, utilizando las recetas del neoextractivismo, funcionaron ni pueden presentarse como la encarnación de un modelo positivo.

Ocultamiento de las causas ambientales e hiperpresencia.

Anteriormente afirmé que la reconfiguración social, económica y política después de la crisis de 2008 fue muy negativa. Quisiera ahora detenerme un poco en las causas ambientales de la pandemia. Hoy leemos en numerosos artículos, corroborados por diferentes estudios científicos, que los virus que vienen azotando a la humanidad en los últimos tiempos están directamente asociados a la destrucción de los ecosistemas, a la deforestación y al tráfico de animales silvestres para la instalación de monocultivos. Sin embargo, pareciera que la atención sobre la pandemia en sí misma y las estrategias de control que se están desarrollando no han incorporado este núcleo central en sus discursos. Todo eso es muy preocupante.

¿Acaso alguien escuchó en algun discurso alguna alusión a la problemática ambiental que está detrás de esto?

¿Escucharon en las últimas semanas gracias a la férrea política preventiva y a su permanente contacto y toma de decisiones con un comité de expertos, haya hablado alguna vez de las causas socioambientales de la pandemia? 

Las causas socioambientales de la pandemia muestran que el enemigo no es el virus en sí mismo, sino aquello que lo ha causado. Si hay un enemigo, es este tipo de globalización depredadora y la relación instaurada entre capitalismo y naturaleza. 

Aunque el tópico circula por las redes sociales y los medios de comunicación, no entra en la agenda política. Esta «ceguera epistémica» –siguiendo el término de Horacio Machado Aráoz– tiene como contracara la instalación de un discurso sin precedentes.

La proliferación de metáforas bélicas y el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial atraviesan los discursos, desde Macron y Merkel hasta Trump y Xi Jinping. Algo que se repite en Alberto Fernández, quien habla constantemente del «enemigo invisible». En realidad, esta figura puede fomentar la cohesión de una sociedad frente al miedo del contagio y de la muerte, «cerrando filas ante el enemigo común», pero no contribuye a entender la raíz del problema, sino más bien a ocultarlo, además de naturalizar y avanzar en el control social sobre aquellos sectores considerados como más problemáticos (los pobres, los presos, los que desobedecen al control).

El discurso bélico confunde y oculta las raíces del problema, atacando el síntoma, pero no las causas profundas, que tienen que ver con el modelo de sociedad instaurado por el capitalismo neoliberal, a través de la expansión de las fronteras de explotación y, en este marco, por la intensificación de los circuitos de intercambio con animales silvestres, que provienen de ecosistemas devastados. 

Por último, la fórmula bélica se asocia más al miedo que a la solidaridad y ha conllevado incluso una multiplicación de la vigilancia ante el incumplimiento de las medidas dictadas por los gobiernos para evitar los contagios. 

No son pocos los relatos, en Cuba así como en otros países, que dan cuenta de la asociación entre el discurso bélico y la figura del «ciudadano policía», erigido en atento vigía, dispuesto a denunciar a su vecino al menor desliz en la cuarentena. En suma, es necesario abandonar el discurso bélico y asumir las causas ambientales de la pandemia, junto con las sanitarias, y colocarlas en la agenda pública, lo cual ayudaría a prepararnos positivamente para responder al gran desafío de la humanidad: la crisis climática.

Horizontes posibles. Desde el paradigma del cuidado hasta el gran pacto ecosocial y económico

El año de la gran pandemia nos instala en una encrucijada civilizatoria. Frente a nuevos dilemas políticos y éticos, nos permite repensar la crisis económica y climática desde un nuevo ángulo, tanto en términos multiescalares (global/nacional/local) como geopolíticos (relación Norte/Sur bajo un nuevo multilateralismo). Podríamos formular el dilema de la siguiente manera. O bien vamos hacia una globalización neoliberal más autoritaria, un paso más hacia el triunfo del paradigma de la seguridad y la vigilancia digital instalado por el modelo asiático, tan bien descrito por el filósofo Byung-Chul Han, aunque menos sofisticado en el caso de nuestras sociedades periféricas del Sur global, en el marco de un «capitalismo del caos», como sostiene el analista boliviano Pablo Solón. O bien, sin caer en una visión ingenua, la crisis puede abrir paso a la posibilidad en la construcción de una globalización más democrática, ligada al paradigma del cuidado, por la vía de la implementación y el reconocimiento de la solidaridad y la interdependencia como lazos sociales e internacionales; de políticas públicas orientadas a un «nuevo pacto ecosocial y económico», que aborde conjuntamente la justicia social y ambiental.

Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan procesos de «liberación cognitiva», como dice la literatura sobre acción colectiva y Doug McAdam en particular, lo cual hace posible la transformación de la conciencia de los potenciales afectados; esto es, hace posible superar el fatalismo o la inacción y torna viable y posible aquello que hasta hace poco era inimaginable. Esto supone entender que la suerte no está echada, que existen oportunidades para una acción transformadora en medio del desastre. Lo peor que podría ocurrir es que nos quedemos en casa convencidos de que las cartas están marcadas y que ello nos lleve a la inacción o a la parálisis, pensando que de nada sirve tratar de influir en los procesos sociales y políticos que se abren, así como en las agendas públicas que se están instalando. Lo peor que podría suceder es que, como salida a la crisis sistémica producida por la emergencia sanitaria, se profundice «el desastre dentro del desastre», como afirma la feminista afroaestadounidense Keeanga-Yamahtta Taylor, recuperando el concepto de Naomi Klein de «capitalismo del desastre». Hay que partir de la idea de que estamos en una situación extraordinaria, de crisis sistémica, y que el horizonte civilizatorio no está cerrado y todavía está en disputa.

En esa línea, ciertas puertas deben cerrarse (por ejemplo, no podemos aceptar una solución como la de 2008, que beneficie a los sectores más concentrados y contaminantes, ni tampoco más neoextractivismo), y otras que deben abrirse más y potenciarse (un Estado que valorice el paradigma del cuidado y la vida), tanto para pensar la salida de la crisis como para imaginar otros mundos posibles. Se trata de proponer salidas a la actual globalización, que cuestionen la actual destrucción de la naturaleza y los ecosistemas, que cuestionen una idea de sociedad y vínculos sociales marcados por el interés individual, que cuestionen la mercantilización y la falsa idea de «autonomía». En mi opinión, las bases de ese nuevo lenguaje deben ser tanto la instalación del paradigma del cuidado como marco sociocognitivo como la implementación de un gran pacto ecosocial y económico, a escala nacional y global.

En primer lugar, más que nunca, se trata de valorizar el paradigma del cuidado, como venimos insistiendo desde el ecofeminismo y los feminismos populares en América Latina, así como desde la economía feminista; un paradigma relacional que implica el reconocimiento y el respeto del otro, la conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe como humanidad y nos involucra como seres sociales. Sus aportes pueden ayudarnos a repensar los vínculos entre lo humano y lo no humano, a cuestionar la noción de «autonomía» que ha generado nuestra concepción moderna del mundo y de la ciencia; a colocar en el centro nociones como la de interdependencia, reciprocidad y complementariedad. Esto significa reivindicar que aquellas tareas cotidianas ligadas al sostenimiento de la vida y su reproducción, que han sido históricamente despreciadas en el marco del capitalismo patriarcal, son tareas centrales y, más aún, configuran la cuestión ecológica por excelencia. Lejos de la idea de falsa autonomía a la que conduce el individualismo liberal, hay que entender que somos seres interdependientes y abandonar las visiones antropocéntricas e instrumentales para retomar la idea de que formamos parte de un todo, con los otros, con la naturaleza. En clave de crisis civilizatoria, la interdependencia es hoy cada vez más leída en términos de ecodependencia, pues extiende la idea de cuidado y de reciprocidad hacia otros seres vivos, hacia la naturaleza.

En este contexto de tragedia humanitaria a escala global, el cuidado no solo doméstico sino también sanitario como base de la sostenibilidad de la vida cobra una significación mayor. Por un lado, esto conlleva una revalorización del trabajo del personal sanitario, mujeres y hombres, médicos infectólogos, epidemiólogos, intensivistas y generalistas, enfermeros y camilleros, en fin, el conjunto de los trabajadores de la salud, que afrontan el día a día de la pandemia, con las restricciones y déficits de cada país, al tiempo que exige un abandono de la lógica mercantilista y un redireccionamiento de las inversiones del Estado en las tareas de cuidado y asistencia. Por otro lado, las voces y la experiencia del personal de la salud serán cada vez más necesarias para colocar en la agenda pública la inextricable relación que existe entre salud y ambiente, de cara al colapso climático. Nos aguardan no solo otras pandemias, sino la multiplicación de enfermedades ligadas a la contaminación y al agravamiento de la crisis climática. Hay que pensar que la medicina, pese a la profunda mercantilización de la salud a la que hemos asistido en las últimas décadas, no ha perdido su dimensión social y sanitarista, tal como podemos ver en la actualidad, y que de aquí en más se verá involucrada directamente en los grandes debates societales y, por ende, en los grandes cambios que nos aguardan y en las acciones para controlar el cambio climático, junto con sectores ecologistas, feministas, jóvenes y pueblos originarios.

En segundo lugar, esta crisis bien podría ser la oportunidad para discutir soluciones más globales, en términos de políticas públicas. Hace unos días la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés), propuso un nuevo Plan Marshall que libere 2,5 billones de dólares de ayuda a los países emergentes, que implique el perdón de las deudas y un plan de emergencia en servicios de salud, así como programas sociales. La necesidad de rehacer el orden económico mundial, que impulse un jubileo de la deuda, aparece hoy como posible. Aparece también posible impulsar un ingreso ciudadano, debate que se ha reactivado al calor de una pandemia que destruye millones de puestos de trabajo, además de profundizar la precarización laboral, mediante esquemas de teletrabajo que extienden la jornada laboral.

En el contexto de esta pandemia, ha habido algunas señales. Por ejemplo, Chris Stark, jefe ejecutivo del Comité sobre Cambio Climático del Reino Unido (CCC), sostuvo que la inyección de recursos que los gobiernos deben insuflar en la economía para superar la crisis del Covid-19 debe tener en cuenta los compromisos sobre el cambio climático, esto es, el diseño de políticas y estrategias que no sean solo económicas sino también un «estímulo verde». En Estados Unidos un grupo de economistas, académicos y financistas agrupados bajo la consigna del estímulo verde (green stimulus) enviaron una carta en la que instaron al Congreso a que presione aún más para garantizar que los trabajadores estén protegidos y que las empresas puedan operar de manera sostenible para evitar las catástrofes del cambio climático, especialmente en una economía marcada por el coronavirus.

Así, no hay aquí un imaginario de la reconstrucción ligado al recuerdo del Plan Marshall (Europa) o el New Deal (Estados Unidos). Lo que existe es un imaginario de la concertación social, ligado al peronismo, en el cual la demanda de reparación (justicia social) continúa asociada a una idea hegemónica del crecimiento económico, que hoy puede apelar a un ideal industrializador, pero siempre de la mano del modelo extractivo exportador, por la vía eldoradista (Vaca Muerta), el agronegocio y, en menor medida, la minería a cielo abierto. La presencia de este imaginario extractivista/desarrollista poco contribuye a pensar las vías de una «transición justa» o a emprender un debate nacional en clave global del gran pacto ecosocial y económico. Antes bien, lo distorsiona y lo vuelve decididamente peligroso, en el contexto de crisis climática.

Esto no significa que no haya narrativas emancipatorias disponibles ni utopías concretas en América Latina. No hay que olvidar que en ka región existen nuevas gramáticas políticas, surgidas al calor de las resistencias locales y de los movimientos ecoterritoriales (rurales y urbanos, indígenas, campesinos y multiculturales, las recientes movilizaciones de los más jóvenes por la justicia climática ), que plantean una nueva relación entre humanos, así como entre sociedad y naturaleza, entre humano y no humano. En el nivel local se multiplican las experiencias de carácter prefigurativo y antisistémico, como la agroecología, que ha tenido una gran expansión, por ejemplo, incluso en un país tan transgenizado como Argentina. Estos procesos de reterritorialización van acompañados de una narrativa político-ambiental, asociada al «buen vivir», el posdesarrollo, el posextractivismo, los derechos de la naturaleza, los bienes comunes, la ética del cuidado y la transición socioecológica justa, cuyas claves son tanto la defensa de lo común y la recreación de otro vínculo con la naturaleza como la transformación de las relaciones sociales, en clave de justicia social y ambiental.

De lo que se trata es de construir una verdadera agenda nacional y global, con una batería de políticas públicas, orientadas hacia la transición justa. Esto exige sin duda no solo una profundización y debate sobre estos temas, sino también la construcción de un diálogo Norte-Sur, con quienes están pensando en un Green New Deal, a partir de una nueva redefinición del multilateralismo en clave de solidaridad e igualdad.

Nadie dice que será fácil, pero tampoco es imposible. Necesitamos reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos un vínculo de vida y no de destrucción. El debate y la instalación de una agenda de transición justa pueden convertirse en una bandera para combatir no solo el pensamiento liberal dominante, sino también la narrativa colapsista y distópica que prevalece en ciertas izquierdas y la persistente ceguera epistémica de tantos progresismos desarrollistas. La pandemia del coronavirus y la inminencia del colapso abren a un proceso de liberación cognitiva, a través del cual puede activarse no solo la imaginación política tras la necesidad de la supervivencia y el cuidado de la vida, sino también la interseccionalidad entre nuevas y viejas luchas (sociales, étnicas, feministas y ecologistas), todo lo cual puede conducirnos a las puertas de un pensamiento holístico, integral, transformador, hasta hoy negado.
by 
REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ

viernes, 19 de junio de 2020

Revolución 60


Uno de los grandes dramas de la Cuba revolucionaria ha sido el exilio de cientos de miles de sus ciudadanos. Delitos cometidos en el pasado, desavenencias políticas, precariedades económicas, búsquedas de otros horizontes, reunificaciones familiares y hasta cansancio histórico: razones de todo tipo los han impulsado a esa aventura que comenzó desde el mismo año 1959. 

A lo largo de seis décadas intensas, el sur del estado de Florida, en Estados Unidos, Ecuador, Chile, Suriname, Guyana, Panama, Españ, ha sido el destino más recurrido de esos emigrados, que llegan a sumar la quinta parte de la población de la isla y que han desgajado a prácticamente cada familia del país. Allí se han agrupado y definido por épocas y acontecimientos. 

Según el momento, han sido llamados el “exilio histórico”, el “éxodo del Mariel” o “los marielitos”, “los balseros de 1994”, “los quedados”. Movidos mayormente por razones políticas (sobre todo los primeros, por la década de los sesenta) o por la búsqueda de mejoras económicas (balseros y quedados, todavía hoy), algunas de sus motivaciones pueden ser intercambiables o se manifiestan como una mezcla de ellas. 

Para todos esos cubanos que partieron de su país existe, sin embargo, un elemento que los aglutina y caracteriza: el desgarramiento, que muchos han combatido con una actitud similar: vivir fuera de Cuba mirando hacia Cuba. O como diría un colega escritor —también exiliado y refiriendo su propia experiencia—: “El problema de los cubanos es que ni yéndonos de Cuba nos vamos de Cuba”. 

Aun cuando por decisión decisión involuntaria yo haya decidido salir de la isla como testigo cercano de este proceso de desarraigo, cada vez que recorro las calles de la ciudad de Copiapo, en Chile, se me revelan las proporciones de un drama espiritual. 

De la década de los sesenta a los ochenta y a la actualidad, muchos paises han acogido y brindado oportunidades de libertad a los refugiados que llegaban apenas con un par de maletas de ropa. Gracias a la cantidad de “factorías” que entonces existían en la ciudad, cubanos de todas las profesiones y niveles educacionales comenzaron la ardua reconstrucción de sus existencias hasta reconvertir su localidad en un reservorio cultural de los modos y costumbres de su país natal. 

La nostalgia funcionó entre ellos como un estado de ánimo y también como una industria necesaria. 

La relación de los emigrantes cubanos con su país de origen también ha cambiado a lo largo de tan dilatado periodo histórico. Los que partían al exilio en la década de los sesenta y en la actualidad dejaban y dejan la sensación de que entraban en una dimensión inalcanzable del tiempo y el espacio sin posibilidad de retorno. 

Todavía puedo recordar la tarde del 10 de noviembre del 2016 en la que me despedi a uno de mis familiares frente a la casa de mis abuelos, en nuestro barrio santaclareño. Todos teníamos la sensación de que nos veíamos por última vez y, más que el júbilo, afloraba el dolor de un desmembramiento sin remedio. 

La experiencia del exilio ha sido una calle de doble sentido. Todos hemos sido tocados por su drama en alguna parte —o en muchas— de nuestras sensibilidades e historias individuales: los que partieron, desde el desarraigo; los que permanecimos, desde una sensación de pérdida. 

Muchos de mis compatriotas salidos al exilio han logrado un notable éxito de adaptacion y no se arrepienten de sus decisiones. Pero que vivan mirando hacia atrás advierte que hay heridas que no cierran. Muchos de ellos no han dejado de sentirse “refugiados” y Cuba flota sobre todas sus plegarias, maldiciones o nostalgias, dichas en silencio o gritadas en público. Al fin y al cabo, son seres con la historia y el corazón partido.

Y aunque pocos de ellos optarían en algún momento por regresar a vivir en Cuba, el hecho de que arrastren a la isla consigo los define y, curiosamente, los fortalece: esa certeza forma parte de sus actitudes y de su orgullo. 

Como los flamencos rosados de cuba que imigran, muchos de mis compatriotas otean en el horizonte y, aunque no emprendan el vuelo de regreso, saben de dónde son y por eso son como son: cubanos en un exilio en el que tantos han reconstruido sus vidas y en el que a tantos ya se les ha ido la vida. 

La cara fea del exilio para muchos cubanos

La mayoría de los migrantes actuales provenientes de la isla llegan solos y sin familia y, cuando se acercan las fechas navideñas, el sentimiento de estar solos y sin apoyo se incrementa. 

La llegada de inmigrantes cubanos a otros paises, está marcada por la soledad, la incertidumbre y muchas veces por el desamparo de encontrase en un país ajeno. 

Yo, Reinaldo Rodriguez Hernandez, cubano de 27 años y que llevo cuatro años fuera de Cuba, les comento que las causas de mi salida de Cuba "fueron las mismas que las de muchos cubanos". "El sistema no es el que más nos conviene a todos, no tenemos un gran futuro allí", no hay libertad de expresion, de ideologia politica, las personas que como yo tenemos una forma diferente de pensar vivimos el peor martirio de nuestra existencia. 

La mayoría de los exiliados llegan solos y sin familia, como es mi caso, que dejé a toda mi familia en la isla cuando partí desde Cuba, atravesando toda Centroamérica hasta alcanzar hoy Chile, donde cruce la frontera con Peru y me dirigí a Copiapo, Atacama. 

A lo largo de mi historia, Chile ha recibido varios éxodos de migrantes cubanos.

Debido a esos movimientos migratorios, en ciudades dentro del pais, surgieron organizaciones como ONG-MUDDH, que no quieren que estas situaciones queden en el olvido, "no tanto por las personas que llegaron, sino por los que no lo hicieron".

En la llegada de los inmigrantes cubanos a otros paises, las familias cuentan con un papel muy importante, ya que los acogen y ayudan. 

Pero quienes llegan sin vínculos parentales, "se encuentran en la calle, con unas esperas de hasta tres meses para ser procesados, sin tener un lugar donde estar, y ahí es donde entramos nosotros", los migrantes que ayudan y apoyan a otros en nuestra misma situacion.

Cando se acerca la Navidad el sentimiento de estar solos y sin apoyo se incrementa y es muy dificil. "Es una fecha bastante dura, pero aquí hemos hecho una familia".

Los exiliados cubanos llegan la mayor parte de las veces en situaciones extremas, sin un lugar donde quedarse, sin dinero y sin comida. 

"En Chile estuve de aquí para allí hasta que logré chocar con otros cubanos que me ayudaron y en conjunto con varias personas nacionales chilenas que me dieron luz y esperanza para levantarme del suelo. (...) Yo me quedaba en la calle, muchas veces me quedaba durmiendo en el parque, en pleno invierno, bastante trabajoso, no se lo deseo a nadie".

Yo ya estoy cansado de tanta desilusión: Mi pueblo cubano se merecía otro destino, otro final, por sus sacrificios, por sus ideas, por su lucha de estos años. 

El exilio cubano, formado por los ciudadanos de la isla caribeña que huyeron del régimen de Fidel Castro, de Raul Castro, y de Dias-Canel, es la historia de un destierro siempre doloroso, pero también proyecta el relato de una adaptación exitosa a un entorno muchas veces difícil y ajeno. 

Pero, por mucho que nos "adaptemos al pais en que vivimos", seguimos celebrando "Los Quince" años de nuestras hijas, adoramos la guayabera, la vestimenta que imprime auténtico carácter, la partida de dominó es, para nosotros, pasatiempo e icono de nuestra "cubanía" y nuestra comida predilecta continúa siendo el lechón asado con congrí. 

Tampoco olvidamos a quien sumió a Cuba en lo que calificamos de tiranía, Fidel Castro. 


by REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ


jueves, 18 de junio de 2020

INFORMES DE REPRESIÓN

INFORMES DE REPRESIÓN

Informes Mensuales de Represión Política en Cuba


2019


2018


 2017


2016


2015


2014


2013


2012


2011


2010


Todas las cosas que destruyó la Revolución Cubana en 60 años de dictadura

En estos últimos sesenta años el pueblo de América Latina que menos ha progresado ha sido Cuba, mientras, ha retrocedido a los tiempos más oscuros de la Edad Media en lo que respecta a derechos, libertades ciudadanas y condiciones de vida de su población.
Cierto que en la mayor de las Antillas 21.900 día atrás tampoco había democracia, sin embargo, aunque no es consuelo, la economía estaba pujante y las condiciones materiales de vida y sociales, en franco progreso.
Infortunadamente, en las últimas elecciones plurales de su historia, según observadores de la época, el gobierno cometió fraude. Si bien, en menos de dos meses dejó un vacío de poder que ocupó la tiranía más cruel e ineficiente de toda la historia americana.
En estos 720 meses desaparecieron los partidos políticos y todos los organismos de la sociedad civil. Se estableció un absoluto control sobre los medios de comunicación y la educación. Las tradiciones fueron quebradas. La gestión económica se estatizó hasta destruir la economía nacional y empobrecer a niveles sin precedentes a la población.
Se militarizó la sociedad, al extremo de que la calificación de desertor se le asigna a quien abandone una delegación oficial, así sea un artista, un deportista o un médico. La intolerancia y la sumisión a las consignas fueron las nuevas normas. Se impuso un paradigma nacional que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras.
Decenas de miles fueron a prisión. Miles más partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un estricto control de los medios de información. Las religiones enclaustradas en sus templos. Una especie de nueva devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y fiestas.
Sin dudas, la destrucción del país y la profunda crisis de nacionalidad que enfrenta Cuba es consecuencia de la visión mesiánica que Fidel Castro tenía de sí mismo, delirio que se acrecentó al triunfo de la insurrección por el amplio respaldo popular a sus propuestas y la adoración a su persona que rendía la mayoría de la población, incluyendo notables personalidades de la clase dirigente en la que destacaban industriales, ganaderos, artistas, periodistas y hasta figuras de la política nacional.
Para sorpresa de cualquier observador no contaminado por el influjo de la ilusoria épica de la Sierra Maestra y para los que miran en el presente retrospectivamente los meses iniciales del proceso, es inconcebible que el discurso de populismo extremo del nuevo caudillo pudiera cautivar por igual al pueblo llano y a las elites económicas y políticas. Era un festín de fe en la que los iniciados acataban devotamente los mandatos de la Revolución y Fidel, el único con derecho a interpretar las necesidades de la patria.
Quizás toda esa popularidad hizo que Castro se viera a sí mismo como un José Stalin construyendo la Unión Soviética o mejor, Adolfo Hitler, su modelo para acceder al poder por medio de la violencia. Es posible que fuera entonces cuando se imaginó construyendo una especie de Tercer Reich dinástico con él como referente clave, una monstruosidad que penosamente y por desgracia lo sobrevive.
Castro agarró el poder con todo su cuerpo, al extremo que pudiera decirse que lo engulló. Construyó una maquinaria represiva para garantizar su autoridad y extenderla a todas las dimensiones. Dispuso sobre vida y obra. Fue político, ejecutor, ingeniero, biólogo, estratega militar, consejero de familia, constructor, juez y verdugo, especialista en todas las disciplinas y excepcionalmente capacitado para implementarlas.
Los abusos del régimen generaron una oposición sin precedentes que se gestó y manifestó en el mismo año del triunfo de la insurrección, porque en justicia, ante la mayoría que ciegamente se entregaba al pérfido tirano, una minoría sin las condiciones necesarias, en contra del más elemental sentido común, pero comprometidos con los ideales democráticos, inició un proceso de confrontación que no ha cejado nunca en su empeño por terminar con la opresión.
La lucha en aquellos primeros años fue a sangre y fuego. Hombres y mujeres se alzaron en armas en llanos y montañas de todas las provincias. Un poderoso movimiento clandestino se orquestó en todo el país con el apoyo decidido de quienes habían partido al exilio, muchos de los cuales retornaron con las armas en las manos entregando sus vidas a sus ideales.
La resistencia que se inició en 1959, dentro de la isla como en el exterior, ha marcado pautas trascendentes. El resultado ha sido cruento. Miles de fusilados, cientos de miles han pasado por las prisiones, otros tantos marcharon al exilio, el ostracismo interno es también numeroso.
La dictadura ha durado 60 años, pero los que se le oponen llevan el mismo tiempo de lucha en su contra. Una muestra: en todos estos años la prisión política ha estado presente. Mientras no haya libertad, habrá resistencia.
by REINALDO RODRIGUEZ HERNANDEZ

miércoles, 17 de junio de 2020

Carta: "A mi padre que está en el cielo, te recuerdo hoy y siempre"


"Han pasado 3 años desde que te fuiste, y confieso que esos años se me hacen días, porque aún no puedo creer que no te tenga más en mi vida.

Tu partida fue la etapa más dolorosa de mi vida, porque sin duda fuiste el mejor padre. Dios te llevó en el momento menos esperado y sin previo aviso, te llevó cuando yo estaba empezando a madurar, cuando mi adolescencia estaba terminando, cuando mi vida empezaba a ser aún más feliz. Tu partida no me dio tiempo a poder despedirme de ti, tenía tantas cosas por decirte, tanto por agradecerte.

Hiciste de mi infancia y niñez, las etapas mas bonitas de mi vida, etapas inolvidables llenas de viajes y experiencias. Has hecho de mi vida la mejor, no me cabe duda de que cumpliste muy bien tu labor de padre. Nunca hiciste que me faltara nada, y siempre te encargaste de hacerme feliz.
Y confieso que ahora todo se me es difícil. Quisiera poder ser capaz de llegar a casa y poder contarte cómo me fue.
Quisiera poder sentarme en tu regazo y que sepas de las caídas y logros que estoy teniendo. Quisiera llegar a casa con la esperanza de que por la noche tu beso de despedida estará para mí, que tu abrazo siempre será mi mejor abrigo.
Quisiera recibir una llamada tuya y escucharte aconsejarme en mis días de poca tolerancia. Quisiera que me llamases la atención por las cosas tontas que hago y me brindes tu apoyo incondicional como solías hacerlo.
Siempre me decías que debía elegir bien la persona la cual me enamoraría, y siempre te dije que mis expectativas eran altas. Porque quiero a alguien especial alguien que ame tanto a su familia de la manera en que tú lo hacías, alguien que se preocupe tanto por sus hijos y siempre sorprenda con detalles inesperados, alguien que se ponga en manos de Dios como tú lo hacías, alguien que sea capaz de encontrar en las cosas pequeñas las más grandes alegrías.
Me haces mucha falta, y puedo decir que siento un poco de envidia al ver como amigos míos tienen a sus papás con vida y no saben valorarlos.
Le estoy agradecido a Dios por haberme dado un padre tan maravilloso por tantos años; guardo cada recuerdo a tu lado, cada sonrisa, cada llanto, cada momento de felicidad que pasamos en familia.
Gracias por todos los momentos que vivimos, por todos los valores que en mí inculcaste, por enseñarme que a pesar de las circunstancias siempre debemos luchar por lo que queremos, por demostrarme que una sonrisa puede cambiar muchas cosas.
Sin duda te amo y sé que cada vez nos falta menos para poder vernos, mientras tanto seguiré con todo lo que querías que yo fuese, un inmenso abrazo y un gran beso de aquí hasta el cielo.Te amamos mucho."

CARTA DE UN PADRE


Para los que tenemos la suerte de ser padres ¡y para los que lo serán algún día...!

Era una mañana como cualquier otra. Yo, como siempre, me hallaba de mal humor. Te regañé porque estabas tardando demasiado en desayunar, te grité porque no parabas de jugar con los cubiertos y te reprendí porque masticabas con la boca abierta.


Comenzaste a refunfuñar y entonces derramaste la leche sobre tu ropa. Furioso te regañe para que fueras a cambiarte de inmediato.

Camino a la escuela no hablaste. Sentado en el asiento del auto llevabas la mirada perdida. Te despediste de mi tímidamente y yo solo te advertí que no te portaras mal.

Por la tarde, cuando regresé a casa después de un día de mucho trabajo, te encontré jugando en el jardín. Llevabas puestos tus pantalones nuevos y estabas sucio y mojado. Frente a tus amiguitos te dije que debías cuidar la ropa y los zapatos, que parecía no interesarte mucho el sacrificio de tus padres para vestirte.

Te hice entrar a la casa para que te cambiaras de ropa y mientras marchabas delante de mí te indiqué que caminaras erguido. Más tarde continuaste haciendo ruido y corriendo por toda la casa.

A la hora de cenar arrojé la servilleta sobre la mesa y me puse de pie furioso porque no parabas de jugar. Con un golpe sobre la mesa grité que no soportaba más ese escándalo y subí a mi cuarto.

Al poco rato mi ira comenzó a apagarse. Me di cuenta de que había exagerado mi postura y tuve el deseo de bajar para darte una caricia, pero no pude.

¿Cómo podía un padre, después de hacer tal escena de indignación, mostrarse sumiso y arrepentido? Luego escuché unos golpecitos en la puerta.

"Adelante" dije adivinando que eras tú. Abriste muy despacio y te detuviste indeciso en el umbral de la habitación. Te miré con seriedad y pregunte: ¿Te vas a dormir?, ¿vienes a despedirte?

No contestaste. Caminaste lentamente con tus pequeños pasitos y sin que me lo esperara, aceleraste tu andar para echarte en mis brazos cariñosamente.

Te abracé y con un nudo en la garganta percibí la ligereza de tu delgado cuerpecito. Tus manitas rodearon fuertemente mi cuello y me diste un beso suavemente en la mejilla.

Sentí que mi alma se quebrantaba. "Hasta mañana papito" me dijiste.

¿Qué es lo que estaba haciendo? ¿Por qué me desesperaba tan fácilmente?

Me había acostumbrado a tratarte como a una persona adulta, a exigirte como si fueras igual a mi y ciertamente no eras igual. Tu tenías unas cualidades de las que yo carecía, eras legítimo, puro, bueno y sobre todo, sabías demostrar amor. ¿Por qué me costaba tanto trabajo?, ¿por qué tenía el hábito de estar siempre enojado? ¿Qué es lo que me estaba aburriendo?. Yo también fui niño? ¿Cuando fue que comencé a contaminarme?. Después de un rato entré a tu habitación y encendí una lámpara con cuidado.

Dormías profundamente. Tu hermoso rostro estaba ruborizado, tu boca entreabierta, tu frente húmeda, tu aspecto indefenso como el de un bebé.

Me incliné para rozar con mis labios tu mejilla, respiré tu aroma limpio y dulce. No pude contener el sollozo y cerré los ojos. Una de mis lagrimas cayó en tu piel. No te inmutaste. Me puse de rodillas y te pedí perdón en silencio. Te cubrí cuidadosamente con las cobijas y salí de la habitación.

Si Dios me escucha y te permite vivir muchos años, algún día sabrás que los padres no somos perfectos, pero sobre todo, ojalá te des cuenta de que, pese a todos mis errores, te amo más que a mi vida.